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También se puede bailar sin salones ni academias

En Medellín hay diversas agrupaciones que se reúnen a bailar en parques, Uvas, calles y universidades. Esto es lo que hacen.

  • En Madera, la actividad independiente de los bailarines transformó el espacio público y la manera en que lo perciben propios y extraños. FOTO edwin bustamante
    En Madera, la actividad independiente de los bailarines transformó el espacio público y la manera en que lo perciben propios y extraños. FOTO edwin bustamante

Para bailar no se necesita técnica, ni clases ni tacones ni cocacolos, no se necesita saber la historia de la salsa ni de dónde vino la bachata; para bailar no se necesitan academias ni salones ni espejos grandes en las paredes. Para bailar solo se necesitan ganas.

Y en Medellín y en el área metropolitana lo tienen claro: hay academias, hay grupos, gente que se junta los fines de semana o en las noches de semana alrededor del break dance, el urbano, la kizomba, la salsa, el porro y la bachata. Gente que no requiere academias sino que les basta un parque, la calle o los bajos de alguna estación del Metro.

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Hace cinco años la zona que queda debajo de la estación Madera del Metro de Medellín, llegando a Bello, tenía una cancha y un kiosco que reunían a jugadores de fútbol, patinadores y skaters y uno que otro “pelao’ que se reunía a fumar y consumir”, como cuentan los que lo habitaron. Hoy la misma zona tiene otra vocación.

Joel Pérez se apropió del lugar y lo llenó de música, de porro, bachata, kizomba y, sobre todo, salsa casino. Allí decidió practicar sus pasos de baile con algún amigo y una pareja y fue así que fundaron, sin saberlo, una academia que no es academia sino que es un espacio de baile social en la calle, al aire libre, sin paredes.

La gente poco a poco se fue animando, se comenzaron a unir motivados por las posibilidades: bailar así no supieran, sin contratos, sin barreras de edad, de género y, lo mejor de todo, accesible en términos económicos.

Pasaron de ser tres a ser un combo que hoy, casi cinco años después, ha transformado el parque y se ha convertido en un referente. Decir “vamos a bailar a Madera” tiene un significado porque, sin necesidad de citas ni horarios, los bailadores saben que allí, a las 5 de la tarde de los domingos, habrá parche social.

Hoy se llaman Social Dance Group Academy pero, más que una academia, son “un movimiento que une a personas por medio de la danza”, cuenta Pérez, su fundador y líder. Porque además de bailar y de dar clases, también salen juntos, viajan, y practican la “ruta porrera”, que consiste en ir en un recorrido en motos y carros por varias de las discotecas del sur, del centro, y del norte del área metropolitana en las que se baila y se escucha porro.

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Cualquier espacio cuenta. En los bajos del bloque 9 de la Universidad de Antioquia, además de la vida académica, hay un parche artístico alrededor del baile. Así, tal cual, se llaman: Parque Latino. Su fundador y actual líder y profesor, Juan Sebastián Montoya Flórez, quería utilizar el porro, la salsa y la bachata para demostrar que danzar es “una manera de expresar lo que con palabras no se puede”.

Montoya cuenta que el proyecto nació en 2019 como un espacio donde además de aprender secuencias y pasos, se creara un ambiente de compartir. Fue un sueño, literalmente, porque a las 3:00 de la mañana se despertó animado, y con su amiga Jennifer Rodrígez lo hizo realidad.

Hubo acogida, la gente iba, se unía, tanto estudiantes como empleados, pero la pandemia los obligó a pausar. En noviembre de 2021, cuando la vida y los estudiantes volvieron a la ciudadela, fue la misma coordinadora de Bienestar de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas la que lo invitó a retomar el grupo y, de nuevo, están activos.

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Una universidad y un parque son lugares muy diferentes, pero estas dos historias tienen componentes que las unen: el baile, la pasión y la falta de límites, que son capaces de transformar espacios.

Joel, por ejemplo, cuenta que cuando iniciaron solo había una placa de cemento en medio de la cancha y un pequeño kiosco. Él llegó con un bafle que apenas se escuchaba entre el bullicio de la ciudad y así bailaban. Con el tiempo, él mismo con su grupo limpiaban la zona antes de bailar, la organizaban y ahorraron para comprar un parlante pequeño que conectaban de la energía del kiosco, gracias al favor de la dueña. Luego, los “viciosos” se iban moviendo y el parche de bailadores iba creciendo, y lograron colaborar con el Metro para que pintaran el piso de cemento y lo hicieran más cómodo y liso para bailar, porque si algo caracteriza a los ritmos latinos son los giros que, en piso áspero, “son mortales para las rodillas”.

El Metro ya ha dado varias capas de pintura para la placa en la que bailan y también con la Alcaldía de Bello pintaron las gradas que los rodean y pusieron un reflector para iluminar la zona. Lo que antes era una cancha oscura ahora está llena, de música y luz.

La Universidad de Antioquia también se transformó. Cuenta Sebastián que prefieren estar en un espacio abierto para que la gente que pasa se animen y sepan que pueden pertenecer sin condiciones ni límites, y para que “la luz y la belleza de la universidad nos acompañen”.

Y sí, es cierto que una academia en espacio cerrado brinda más herramientas para un baile más cómodo: un suelo liso que facilite los giros y cuide las rodillas, espejos que permitan tener más conciencia y corporalidad, mejor sonido, entre otros. Pero también podría ser una barrera para algunos. “Es posible que una persona que no tenga los recursos para pagar una clase de baile se anime al ver que no estamos ocupando un espacio en el cual tal vez se deba pagar un arriendo, relacionándolo con economía y accesibilidad”, explica Sebastián. Joel concuerda: él dice que hay más oportunidades de alcanzar más público porque “hay quienes no tienen facilidad para pagar los 80.000 o 100.000 pesos que vale una mensualidad más los uniformes y pasajes. Hay quienes quieren aprender pero no tienen el dinero”.

Y así es como llegan a Madera, donde las clases valen 5.000 pero los encuentros sociales son gratis, y donde “así no tengan para pagar esos 5.000, les decimos que vengan, que luego, si tienen, nos den, porque con eso que recogemos le pagamos a los profesores, pero la idea es que ellos aprendan y luego puedan transmitir y apoyar a otros”.

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La sensación no es la misma en un salón o en la calle. Estar en un espacio abierto es estar expuesto, que cualquiera te vea bailando, y hay dos formas de mirar esto: desde el temor y la pena o desde “una liberación mental de los comentarios externos para que los únicos comentarios que influyan sobre nuestras decisiones personales sean los nuestros”, dice Sebastián.

Entonces, bailar “sin academia”, sin salones y estudios, es una oportunidad de transformación social de espacios, de seguridad individual y colectiva, de accesibilidad y, sobre todo, una muestra de pasión por el baile. La ciudad tiene espacios así en casi todos los barrios, ¡encuentre el más cercano!

Vanesa de la Cruz Pavas

Periodista de la UPB. Amante de las historias y de las culturas. Estoy aprendiendo a escuchar y a escribir.

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