Brasil, con su prematura eliminación de la Copa América Centenario, no solo dio un nuevo paso en su particular descenso a los infiernos del fútbol, sino que vio truncada la búsqueda de alternativas a la dependencia de Neymar.
Dunga había planteado la Copa América como una oportunidad clave para crecer como equipo, para preparar una constelación que se asocie con su estrella, pero su temprano adiós y su mal juego aumentó la sensación de que Brasil comparte los males de los equipos pequeños que solo cuentan con una única figura aislada.
El equipo brasileño únicamente pudo poner en práctica el plan ante un rival muy débil como Haití y sus fragilidades quedaron al desnudo ante selecciones que están lejos de la élite suramericana, como es el caso de Ecuador y Perú, a los que ni siquiera fue capaz de hacerles un gol.
La eliminación la privó de la oportunidad de bregarse ante rivales de más enjundia.
Philippe Coutinho y Gabriel dejaron solo destellos de buen fútbol, a Willian le quedó grande la camiseta de figura y los sub-23 llamados a integrar el equipo olímpico en Río de Janeiro no tuvieron tiempo ni oportunidad de ganar experiencia.
Quizá la mejor noticia para Brasil en la Copa América fue el buen rendimiento de Casemiro (Real Madrid) en el puesto de centrocampista de contención y el gran nivel de sus dos laterales, Daniel Alves y Filipe Luis.
El sector ofensivo, sin embargo, dejó más dudas que certezas. Aún no se vislumbra un socio de garantías para Neymar y el puesto de delantero centro, siempre tan importante en la historia de Brasil, sigue vacante.