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Entre bronce y diamante: 75 años de gobiernos

Un recorrido por los gobiernos desde 1948, atravesados por la violencia y la ausencia estatal.

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30 de septiembre de 2023
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Por Alberto Velásquez Martínez

Entre el asesinato de Gaitán, el 9 de abril de 1948, y lo que lleva de mandato Gustavo Petro, han pasado 75 años de gobiernos presididos por 25 Jefes de Estado, incluyendo a Roberto Urdaneta Arbeláez –sustituto de Laureano Gómez– y los quíntuples de la Junta Militar que en 1957 reemplazaron al dictador Rojas Pinilla, general que interrumpió esas décadas de relativa democracia con el único golpe militar en el siglo XX. El factor común en esas bodas de diamante –con no pocas medallas de bronce– ha sido la modernización en frentes como la ciencia, la tecnología, la innovación, la investigación, la academia, la industrialización, el urbanismo, la medicina, las artes, pero manifestaciones de evolución enmarcadas en una violencia en campos y ciudades con distintos grados de intensidad de sus actores y modalidades de luchas en los conflictos. Desde las más rudimentarias escopetas hasta las más sofisticadas metralletas y carros bomba se han utilizado para matar vidas, honra y bienes de unos ciudadanos que, inermes pero con resiliencia, han contemplado la ausencia de un Estado que con eficacia garantizara la vigencia de aquellos principios.

Mariano Ospina Pérez comenzó su gobierno en 1946 con avanzadas reformas sociales. Inició con el programa de la Unión Nacional para darle colaboración en el gabinete ministerial y en las gobernaciones al liberalismo, derrotado por su división en las urnas. Soportó con valor y serenidad el golpe “nueve abrileño” en 1948, a raíz del asesinato del líder populista Jorge Eliecer Gaitán. Cerró luego el Congreso por la violencia verbal que allí se estilaba, virulencia que produjo muertos en el Salón Elíptico. La historia, a pesar de escudarse en el artículo 121 de la Constitución vigente para ponerle candado a las camadas, lo califica de golpe de Estado constitucional.

El segundo presidente del conservatismo, después de la hegemonía liberal de 16 años, fue Laureano Gómez. Gobernó por poco tiempo debido a que se retiró por enfermedad y en su cuatrienio, el cual no pudo completar su designado Roberto Urdaneta, se incrementó la violencia partidista y la censura de prensa, hechos que sumados al regreso de Gómez al poder por haberse negado Urdaneta a destituir al General Rojas Pinilla, llevó a este a propinarle un golpe militar.

El gobierno de Rojas -1953 a 1957– fue de dictadura. De trapisondas y veleidades populistas. Inauguró la televisión pública. Hubo matanza de estudiantes en las calles capitalinas y de taurinos en el coso de Bogotá. Le concedió el derecho a la mujer de elegir y ser elegida. Fue derrocado por un golpe de civiles con la cooperación de altos generales. Estos formarían una Junta Militar de gobierno, que proporcionó la consolidación del Frente Nacional para el retorno del país a la democracia.

Vinieron, a mediados del siglo XX, los gobiernos del Frente Nacional, periodo que duró 16 años con la alternación en el poder cada cuatro años, de los dos partidos políticos tradicionales, el liberal y el conservador. Abrió el ciclo Alberto Lleras, gran estadista. Luego Guillermo León Valencia, quien a sangre y fuego intentó arrasar con la guerrilla. El tercer mandatario del Frente Nacional fue Carlos Lleras, experimentado economista, realizador y visionario. Cerró este periodo frentenacionalista Misael Pastrana, que enfatizó su política en desarrollo urbano y frustró la reforma agraria.

Agotado el período del Frente Nacional, en 1974 llegó al poder López Michelsen. Enfrentó una de las huelgas generales más agudas que tuvo el país en el siglo XX. Comenzó la apertura económica. Después de López vino Julio César Turbay. Su lema fue “reducir la corrupción a sus justas proporciones”. Esta se desbocó. Puso en vigencia un draconiano Estatuto de Seguridad para pasar a los militares funciones propias de los jueces en un Estado de derecho.

A Turbay lo sucedió en 1982 Belisario Betancur. Colocó la primera piedra para buscar un Acuerdo de Paz. Pero se lo dinamitaron desde las mismas entrañas de su gobierno. En su cuatrienio se desató la violencia del narcotráfico, primero asesinando a su ministro de Justicia y luego con el holocausto del Palacio sede de las altas cortes de Justicia, causado por el punible ayuntamiento de guerrilla y narcotráfico. Terminado su período, llegó Virgilio Barco, ya en precarias condiciones de salud mental. Enfrentó la agresiva arremetida de los carteles de la droga y en su administración se cometieron grandes magnicidios como el de Luis Carlos Galán y candidatos presidenciales de la izquierda. Su periodo quizás fue el más violento a causa del narcotráfico. Fue un personaje mejor como alcalde de Bogotá que como Jefe de Estado.

Entre bronce y diamante: 75 años de gobiernos

En 1990 las elecciones las ganó César Gaviria. Consolidó la apertura económica. Convocó a una Asamblea Constituyente para expedir una Carta Magna que introdujo aspectos favorables y no pocos inconvenientes. Se dejó imponer de Pablo Escobar la construcción de una confortable cárcel a su medida y exigencias, lupanar con pasarelas de modelos, lujos y torturas contra sus enemigos. Frente a su gobierno, el entonces presidente de la Andi, Fabio Echeverri, pronunció una frase que aún se recuerda: “La economía va bien pero el país va mal”. Lo sucedió Ernesto Samper, un hombre inteligente, con buen sentido del humor que inició su gobierno plagado de escándalos originados en su elección con dineros del narcotráfico caleño.

Andrés Pastrana cerró el siglo XX y abrió el XXI. Tomó un país desprestigiado internacionalmente. Una nación descertificada por los EE.UU. en su lucha contra el narcotráfico, y calificada de narcodemocracia. Sus gestiones de paz con las guerrillas de las Farc fracasaron. Animó la comedia del Caguán.

De este siglo XXI van Álvaro Uribe, Juan Manuel Santos, Iván Duque, sin contar lo que lleva Gustavo Petro. Han gobernado en medio de dificultades no solo de orden público generado por la subversión, paramilitares, narcotraficantes y problemas sociales y económicos.

Álvaro Uribe –2002 al 2010– comenzó con su Seguridad Democrática. Como su antecesor Pastrana, fue elegido “bajo el signo de la angustia”, marcada por la aflicción y el desespero de un país acosado por la guerrilla. Volvió viable un país que se estaba convirtiendo en inviable por la insurgencia. Reelegido solo por un periodo, al frustrar la Corte Constitucional en 2009 otro cuatrienio adicional. Como senador, cruzó varias calles de amargura en una pasión que le supo a acíbar. Renunció en el año 2020 a la curul para enfrentar un juicio por dentro de la Fiscalía y no ante una Corte Suprema de Justicia abiertamente politizada. Entrada la tercera década del siglo XXI, sigue siendo acosado por sus enconados enemigos que no descasan hasta verlo derrotado. Pero batalla y batalla sin descanso.

A Uribe lo sucedió en 2010 Juan Manuel Santos, quien había sido su ministro de Defensa. Este, desde el comienzo de su gestión buscó un acuerdo con las Farc. Logró una reelección presidencial. Y la obtuvo dejando muchos pelos enredados en Odebrecht. Convocó un plebiscito para refrendar los acuerdos de paz suscritos en La Habana con las Farc. Lo perdió. Con su sagacidad y malicia enredó a los ganadores en las urnas. Se le premió con el Nobel de Paz. En sus dos cuatrienios se polarizó al país entre ángeles y demonios. Estos, los contradictores al acuerdo con las Farc. Aquellos, los amigos del tratado habanero. Caprichoso maniqueísmo, cuya polarización se sigue reproduciendo en la controvertida política colombiana.

En 2018 ganó el poder Iván Duque. Preparado, conocedor del mundo económico. Lleno de buenas intenciones. Con poca experiencia política, déficit que le acarreó tropiezos significativos para su gobernabilidad, en un país colmado de manzanillos y clientelistas. Se tuvo que enfrentar con incipientes recursos de salud pública al terrible virus que no solo asoló la economía colombiana sino a más de 180 países del mundo y cobró víctimas por miles en el planeta. La pandemia alteró su agenda de gobierno. Al abandonar la Jefatura del Estado sus apariciones han sido esporádicas. De vez en cuando cruza espadas con Petro. Activo en el ámbito internacional asistiendo a foros menos hoscos que la polémica colombiana.

Entre bronce y diamante: 75 años de gobiernos

Gustavo Petro ha sido el primer presidente populista elegido en Colombia. Antes lo pudo ser el general Rojas Pinilla, pero su candidatura se hundió en 1970. Petro llegó con un programa de extrema radical para construir no sobre lo construido sino para refundar un nuevo sistema de gobierno. Ha sido más provocador que constructor. Agitador en el tiempo que ha transcurrido su mandato. Un ser más impulsivo que reflexivo. Y para agredir, lee la cartilla populista trazada por algunos mentores formados en la izquierda ideológica.

La mayoría de los gobiernos que han regido los destinos del país en estos últimos 75 años –iniciados desde la muerte de Gaitán– no han podido domar ni la violencia ni la corrupción. El erario no pocas veces ha sido esquilmado por funcionarios aviesos. Las instituciones, perforadas por avivatos para deshonrarlas y multiplicar sospechas. Todos los últimos gobiernos han proclamado como misión primordial de gobierno enfrentar la corrupción, pero han sido superados por las viejas y obstruccionistas habilidosidades de los corruptos.

Desde 1948 hemos tenido pocos gobiernos progresistas. La mayoría continuistas. Hacen parte del mosaico que conservan en su memoria no solo los colombianos en edad otoñal, sino un cronista que desde los tiempos de tener uso de razón –mediados del siglo XX– vivió las luchas pueblerinas entre rojos y azules y luego, a través de la universidad, de periódicos, libros y experiencias personales, ha trasegado la convulsionada historia de Colombia con el lente crítico del periodismo de opinión.

Entre el asesinato de Gaitán, el 9 de abril de 1948, y lo que lleva de mandato Gustavo Petro, han pasado 75 años de gobiernos presididos por 25 Jefes de Estado, incluyendo a Roberto Urdaneta Arbeláez –sustituto de Laureano Gómez– y los quíntuples de la Junta Militar que en 1957 reemplazaron al dictador Rojas Pinilla, general que interrumpió esas décadas de relativa democracia con el único golpe militar en el siglo XX. El factor común en esas bodas de diamante –con no pocas medallas de bronce– ha sido la modernización en frentes como la ciencia, la tecnología, la innovación, la investigación, la academia, la industrialización, el urbanismo, la medicina, las artes, pero manifestaciones de evolución enmarcadas en una violencia en campos y ciudades con distintos grados de intensidad de sus actores y modalidades de luchas en los conflictos. Desde las más rudimentarias escopetas hasta las más sofisticadas metralletas y carros bomba se han utilizado para matar vidas, honra y bienes de unos ciudadanos que, inermes pero con resiliencia, han contemplado la ausencia de un Estado que con eficacia garantizara la vigencia de aquellos principios.

Mariano Ospina Pérez comenzó su gobierno en 1946 con avanzadas reformas sociales. Inició con el programa de la Unión Nacional para darle colaboración en el gabinete ministerial y en las gobernaciones al liberalismo, derrotado por su división en las urnas. Soportó con valor y serenidad el golpe “nueve abrileño” en 1948, a raíz del asesinato del líder populista Jorge Eliecer Gaitán. Cerró luego el Congreso por la violencia verbal que allí se estilaba, virulencia que produjo muertos en el Salón Elíptico. La historia, a pesar de escudarse en el artículo 121 de la Constitución vigente para ponerle candado a las camadas, lo califica de golpe de Estado constitucional.

El segundo presidente del conservatismo, después de la hegemonía liberal de 16 años, fue Laureano Gómez. Gobernó por poco tiempo debido a que se retiró por enfermedad y en su cuatrienio, el cual no pudo completar su designado Roberto Urdaneta, se incrementó la violencia partidista y la censura de prensa, hechos que sumados al regreso de Gómez al poder por haberse negado Urdaneta a destituir al General Rojas Pinilla, llevó a este a propinarle un golpe militar.

El gobierno de Rojas -1953 a 1957– fue de dictadura. De trapisondas y veleidades populistas. Inauguró la televisión pública. Hubo matanza de estudiantes en las calles capitalinas y de taurinos en el coso de Bogotá. Le concedió el derecho a la mujer de elegir y ser elegida. Fue derrocado por un golpe de civiles con la cooperación de altos generales. Estos formarían una Junta Militar de gobierno, que proporcionó la consolidación del Frente Nacional para el retorno del país a la democracia.

Vinieron, a mediados del siglo XX, los gobiernos del Frente Nacional, periodo que duró 16 años con la alternación en el poder cada cuatro años, de los dos partidos políticos tradicionales, el liberal y el conservador. Abrió el ciclo Alberto Lleras, gran estadista. Luego Guillermo León Valencia, quien a sangre y fuego intentó arrasar con la guerrilla. El tercer mandatario del Frente Nacional fue Carlos Lleras, experimentado economista, realizador y visionario. Cerró este periodo frentenacionalista Misael Pastrana, que enfatizó su política en desarrollo urbano y frustró la reforma agraria.

Agotado el período del Frente Nacional, en 1974 llegó al poder López Michelsen. Enfrentó una de las huelgas generales más agudas que tuvo el país en el siglo XX. Comenzó la apertura económica. Después de López vino Julio César Turbay. Su lema fue “reducir la corrupción a sus justas proporciones”. Esta se desbocó. Puso en vigencia un draconiano Estatuto de Seguridad para pasar a los militares funciones propias de los jueces en un Estado de derecho.

A Turbay lo sucedió en 1982 Belisario Betancur. Colocó la primera piedra para buscar un Acuerdo de Paz. Pero se lo dinamitaron desde las mismas entrañas de su gobierno. En su cuatrienio se desató la violencia del narcotráfico, primero asesinando a su ministro de Justicia y luego con el holocausto del Palacio sede de las altas cortes de Justicia, causado por el punible ayuntamiento de guerrilla y narcotráfico. Terminado su período, llegó Virgilio Barco, ya en precarias condiciones de salud mental. Enfrentó la agresiva arremetida de los carteles de la droga y en su administración se cometieron grandes magnicidios como el de Luis Carlos Galán y candidatos presidenciales de la izquierda. Su periodo quizás fue el más violento a causa del narcotráfico. Fue un personaje mejor como alcalde de Bogotá que como Jefe de Estado.

En 1990 las elecciones las ganó César Gaviria. Consolidó la apertura económica. Convocó a una Asamblea Constituyente para expedir una Carta Magna que introdujo aspectos favorables y no pocos inconvenientes. Se dejó imponer de Pablo Escobar la construcción de una confortable cárcel a su medida y exigencias, lupanar con pasarelas de modelos, lujos y torturas contra sus enemigos. Frente a su gobierno, el entonces presidente de la Andi, Fabio Echeverri, pronunció una frase que aún se recuerda: “La economía va bien pero el país va mal”. Lo sucedió Ernesto Samper, un hombre inteligente, con buen sentido del humor que inició su gobierno plagado de escándalos originados en su elección con dineros del narcotráfico caleño.

Andrés Pastrana cerró el siglo XX y abrió el XXI. Tomó un país desprestigiado internacionalmente. Una nación descertificada por los EE.UU. en su lucha contra el narcotráfico, y calificada de narcodemocracia. Sus gestiones de paz con las guerrillas de las Farc fracasaron. Animó la comedia del Caguán.

De este siglo XXI van Álvaro Uribe, Juan Manuel Santos, Iván Duque, sin contar lo que lleva Gustavo Petro. Han gobernado en medio de dificultades no solo de orden público generado por la subversión, paramilitares, narcotraficantes y problemas sociales y económicos.

Álvaro Uribe –2002 al 2010– comenzó con su Seguridad Democrática. Como su antecesor Pastrana, fue elegido “bajo el signo de la angustia”, marcada por la aflicción y el desespero de un país acosado por la guerrilla. Volvió viable un país que se estaba convirtiendo en inviable por la insurgencia. Reelegido solo por un periodo, al frustrar la Corte Constitucional en 2009 otro cuatrienio adicional. Como senador, cruzó varias calles de amargura en una pasión que le supo a acíbar. Renunció en el año 2020 a la curul para enfrentar un juicio por dentro de la Fiscalía y no ante una Corte Suprema de Justicia abiertamente politizada. Entrada la tercera década del siglo XXI, sigue siendo acosado por sus enconados enemigos que no descasan hasta verlo derrotado. Pero batalla y batalla sin descanso.

A Uribe lo sucedió en 2010 Juan Manuel Santos, quien había sido su ministro de Defensa. Este, desde el comienzo de su gestión buscó un acuerdo con las Farc. Logró una reelección presidencial. Y la obtuvo dejando muchos pelos enredados en Odebrecht. Convocó un plebiscito para refrendar los acuerdos de paz suscritos en La Habana con las Farc. Lo perdió. Con su sagacidad y malicia enredó a los ganadores en las urnas. Se le premió con el Nobel de Paz. En sus dos cuatrienios se polarizó al país entre ángeles y demonios. Estos, los contradictores al acuerdo con las Farc. Aquellos, los amigos del tratado habanero. Caprichoso maniqueísmo, cuya polarización se sigue reproduciendo en la controvertida política colombiana.

En 2018 ganó el poder Iván Duque. Preparado, conocedor del mundo económico. Lleno de buenas intenciones. Con poca experiencia política, déficit que le acarreó tropiezos significativos para su gobernabilidad, en un país colmado de manzanillos y clientelistas. Se tuvo que enfrentar con incipientes recursos de salud pública al terrible virus que no solo asoló la economía colombiana sino a más de 180 países del mundo y cobró víctimas por miles en el planeta. La pandemia alteró su agenda de gobierno. Al abandonar la Jefatura del Estado sus apariciones han sido esporádicas. De vez en cuando cruza espadas con Petro. Activo en el ámbito internacional asistiendo a foros menos hoscos que la polémica colombiana.

Gustavo Petro ha sido el primer presidente populista elegido en Colombia. Antes lo pudo ser el general Rojas Pinilla, pero su candidatura se hundió en 1970. Petro llegó con un programa de extrema radical para construir no sobre lo construido sino para refundar un nuevo sistema de gobierno. Ha sido más provocador que constructor. Agitador en el tiempo que ha transcurrido su mandato. Un ser más impulsivo que reflexivo. Y para agredir, lee la cartilla populista trazada por algunos mentores formados en la izquierda ideológica.

La mayoría de los gobiernos que han regido los destinos del país en estos últimos 75 años –iniciados desde la muerte de Gaitán– no han podido domar ni la violencia ni la corrupción. El erario no pocas veces ha sido esquilmado por funcionarios aviesos. Las instituciones, perforadas por avivatos para deshonrarlas y multiplicar sospechas. Todos los últimos gobiernos han proclamado como misión primordial de gobierno enfrentar la corrupción, pero han sido superados por las viejas y obstruccionistas habilidosidades de los corruptos.

Desde 1948 hemos tenido pocos gobiernos progresistas. La mayoría continuistas. Hacen parte del mosaico que conservan en su memoria no solo los colombianos en edad otoñal, sino un cronista que desde los tiempos de tener uso de razón –mediados del siglo XX– vivió las luchas pueblerinas entre rojos y azules y luego, a través de la universidad, de periódicos, libros y experiencias personales, ha trasegado la convulsionada historia de Colombia con el lente crítico del periodismo de opinión.

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