El calor húmedo es intenso a pesar de que los primeros rayos del sol apenas entran por entre las copas de los árboles.
A las 5:30 de la mañana se empiezan a escuchar los pasos que se abren camino por entre el monte. Esta vez no son guerrilleros, ni paramilitares, son los adolescentes de Vidrí, una escondida vereda del corregimiento de Vegáez (en Vigía del Fuerte - Antioquia), que caminan durante hora y media, o dos según sea el ritmo, para llegar a la escuela a recibir las clases de matemáticas, español, sociales y ciencias naturales.
“La verdad yo no pensé que esto se fuera a acabar”, dice Ligia Perea Cuesta, habitante de Vidrí, al referirse al conflicto armado. Sus dos hijos pasaban cuatro horas del día exponiéndose a los guerrilleros y los paramilitares que asechaban en su territorio. “Hoy todavía no me explico cómo pasó. Ya llegó la paz, son cosas de Dios”.
Perea Cuesta recuerda cómo todos temblaban de miedo cuando escuchaban los helicópteros pasar, significaba, entonces, un combate seguro, los militares estaban buscando guerrilleros y las bombas caían en el lugar menos pensado. “Cuando sonaban los bombardeos uno no sabía ni qué hacer, esperando que lo llamaran a avisarle que cayó un hijo”, relata la madre.
Félix Torres, rector de la Institución Educativa Rural Alianza para el Progreso, explica que cuando se presentaban esos enfrentamientos era una semana entera sin clases, porque las madres no mandan a sus hijos al colegio.
“Antes había mucha deserción, muchos de nuestros niños dejaban la escuela para irse a los grupos armados. Hoy están dedicados a estudiar”, señala entusiasmado.
Además, van con más frecuencia a tomar las clases: “ya los padres saben que no les va a pasar nada para llegar a la institución y rinden mucho más en lo académico”.