Escribir un ensayo universitario sobre el cartel de Medellín le abrió a María Vélez la puerta de un mundo que jamás pensó conocer: el de los secretos de inteligencia y seguridad global del Pentágono, el corazón palpitante del Departamento de Defensa de los Estados Unidos.
Por sus cabellos rojizos, tez albugínea y pecosa, muchos se equivocan sobre su lugar de origen y creen que es norteamericana, por eso ella lo remarca entre risas: “¡Yo soy paisa, paisa, paisa, criada en el Parque de Berrío!”.
Su historia comenzó décadas atrás, en una finca del municipio de La Estrella, donde abrió los ojos por primera vez. Se resiste a decir la fecha exacta del nacimiento, y se guarda el dato con el mismo recelo con que se niega a compartir información confidencial de su trabajo. “Si publica mi edad, no le vuelvo a hablar”, advierte, sin dejar de sonreír.
Es la menor de tres hermanos y asegura que llegó de sorpresa, pues sus padres no la habían planeado. Siendo una bebé de brazos arribó a la casa de los abuelos en la avenida La Playa, en pleno centro de Medellín, y allí pasó su infancia y adolescencia.
Los papás murieron por fallas cardiacas, así que su crianza estuvo en manos de los abuelos, que se preocuparon por cultivarle la intelectualidad y la independencia.
“Me inculcaron el amor por la literatura, la cultura y los buenos modales. Yo desde niña me ponía de pie cuando llegaba un adulto, quién iba a pensar que todo eso me serviría después, trabajando con militares”, expresa.
A María le tocó vivir en una Medellín inocente, en la cual el desarrollo industrial y la vida social se gestaban en los alrededores de la Basílica Metropolitana, Prado Centro y la iglesia de La Veracruz. No había milicias urbanas, ni sicariato ni carrosbomba.
“Las mujeres de mi época solo teníamos un camino: casarnos, tener hijos y tolerar las mozas de los maridos. Yo me sentía muy independiente y dije ‘esto no es para mí’”, recuerda.
Aunque no había ido a la universidad, a punta de tutores privados logró aprender francés, italiano y portugués. Con la idea de perfeccionar el inglés, agarró su maleta y se fue para Estados Unidos en 1965, a la edad de 26 años, “siendo una solterona con la que nadie se iba a casar”.
Asedio militar
Su habilidad para los idiomas le ayudó a conseguir su primer empleo en la ciudad de Chicago, como traductora en la Agencia de EE.UU. para el Desarrollo Internacional (Usaid, por sus siglas en inglés), que financia proyectos para fomentar el progreso en otros países.
“Estando recién llegada, mi jefe se tuvo que ir a Perú. Me dijo que me quedara encargada de la oficina y que no le robara el dinero”, cuenta María. La desconfianza no la amilanó y, revisando documentos, encontró errores en una publicidad de la agencia en Argentina, y los corrigió.
A raíz de esto, recibió una llamada de la Corporación Argentina de Productos Agrícolas, interesada en la financiación de Usaid. “Cuando volvió mi jefe, yo había conseguido un contrato de 300.000 dólares con esa corporación. Me nombró vicepresidente internacional y empecé a viajar por todo el mundo”.
La ilusión de entrar a una universidad nunca abandonó a María y tuvo su oportunidad en el Lake Forest College, de Chicago. “Me recibieron en el Departamento de Sociología y después me pasé al de Relaciones Internacionales, donde me di cuenta que la política corría por mis venas”, dice.
Era 1980, justo cuando el negocio de la cocaína despertaba para devorarse al planeta. El periódico The New York Times publicó un reportaje sobre Pablo Escobar y el Clan Ochoa, que tuvo un profundo impacto en María: “Esto va a cambiar a Colombia para siempre”, pensó.
Investigó el fenómeno a fondo y escribió un ensayo titulado “El cartel de Medellín, su influencia en Colombia y el mundo”, en el que pronosticaba que, sin importar los millones de dólares que la Casa Blanca invirtiera para evitarlo, el tráfico de cocaína se expandiría por todas partes.
Con el auspicio de sus profesores, y siendo apenas una primípara, expuso su ensayo en un importante evento académico, el Congreso Mundial de Política de EE.UU., al cual suelen asistir miembros de las agencias de seguridad.
“Empecé a recibir llamadas de funcionarios de Inteligencia Militar, que me preguntaban sobre el ensayo. Me citaron a una base en Arizona, en la frontera con México, y esa fue mi primera reunión con oficiales del Ejército, siendo yo la única mujer del lugar”, dice.
Le propusieron coordinar un equipo de intervención especial en Colombia, para lo cual tendría que realizar un entrenamiento militar durante un año, prácticamente como una espía de las películas de James Bond. “¿Cómo así? ¿O sea que ustedes me darán una pistola y yo la voy a tener que disparar? ¡No, por Dios, yo soy pacifista!”, les dijo, y rechazó el trabajo.
Los militares le siguieron insistiendo hasta que, con el compromiso de dedicarse solo al análisis de riesgos, al menos al principio, se enroló como subcontratista del Departamento de Defensa, llegando a laborar en el Pentágono y en diferentes guarniciones a lo largo del país. Sus primeros sujetos de estudio fueron los carteles de Medellín, Cali y Sinaloa.
Reconocimientos
María se convirtió en una analista de seguridad, experta en tecnologías de vigilancia y monitoreo, en crimen organizado transnacional y en la delincuencia que actúa en las fronteras de los países latinoamericanos, “entre otras cosas que no puedo decir, porque son clasificadas”, enfatiza.
En los 80 y 90 aportó sus conocimientos a las Fuerzas Especiales de las FF.MM. estadounidenses y expandió sus estudios a otras latitudes, como China, África y Europa.
En 2001 fundó su propia empresa, Latin Trade Solutions (hoy llamada Red Team Group), con la que no solo asesora a agencias públicas en el manejo de riesgos potenciales, sino también a empresas privadas que buscan hacer negocios en el exterior.
Al año siguiente la Gobernación de Pennsylvania la incluyó entre las 50 mujeres más destacadas en la esfera de los negocios en ese Estado (Best 50 Women in Business). En 2007 se convirtió en instructora de las Fuerzas Especiales de la Fuerza Aérea de EE.UU. y en 2011 recibió el galardón Ellis Award como la mejor profesora de la Escuela de Operaciones Especiales de la Fuerza Aérea.
Mientras cosechaba esos y otros logros, despertó el interés de Jordan Berliner, un administrador de empresas estadounidense. “A los 39 años me casé con él, ¡porque me insistió mucho!”, cuenta la señora Vélez de Berliner, estallando en carcajadas.
Aún así, no tuvo descendencia. “Valoro a quienes se dedican a ser madres, pero a las mujeres profesionales les digo que no sacrifiquen su carrera por nadie”, opina.
La antioqueña ha atestiguado en primera fila las transformaciones de la criminalidad en el mundo, la manera en la que el terrorismo evolucionó a microrredes en distintos continentes y la ciberdelincuencia tocó la puerta de cada nación (ver el recuadro).
Con los datos que ha dado en esta entrevista, ya podemos hacerle contrainteligencia a María y aproximarnos a la fecha de su natalicio, aunque la pregunta por su jubilación no le hace gracia. “Sigo activa, trabajo 90 horas a la semana y no me pienso retirar”.
Hoy vive con su esposo en Carolina del Sur, y pasa sus días entre las bases militares y las universidades en Washington, donde dicta cátedras de Inteligencia a los futuros agentes de seguridad de distintos gobiernos.
Sin embargo, en la distancia no olvida a su amada Medellín, y exclama: “Para mí, esa debería ser la capital de Colombia, porque los paisas tenemos un empuje que nadie más posee, aprovechamos las oportunidades y asumimos los riesgos cuando aparecen”.
maría vélez de berliner Analista de inteligencia y contratista del Pentágono en EE.UU.