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Carolina enviudó por las balas “equivocadas” de alias ”don Mario”

El capo pidió perdón por la muerte de un ingeniero. Esta es la historia de una familia inocente, que la violencia dañó.

El capo pidió perdón por la muerte de un ingeniero en Turbo. Su esposa solo supo la verdad ocho años después.

  • Carolina Martínez, sosteniendo la foto de su esposo Héctor Mauricio Tamayo. FOTO Nelson Matta
    Carolina Martínez, sosteniendo la foto de su esposo Héctor Mauricio Tamayo. FOTO Nelson Matta
  • Estos son los dos camperos de las víctimas, cuyas placas coinciden en el número, además de ser del mismo modelo y color. FOTO Cortesía
    Estos son los dos camperos de las víctimas, cuyas placas coinciden en el número, además de ser del mismo modelo y color. FOTO Cortesía
  • Daniel Rendón Herrera, alias “don Mario”. FOTO Colprensa
    Daniel Rendón Herrera, alias “don Mario”. FOTO Colprensa
01 de noviembre de 2015
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Carolina tardó dos horas dándole vueltas al computador, pensando en si tenía la fuerza suficiente para leer la confesión publicada del responsable de la muerte de su esposo. Cuando sintió que su corazón podía resistir ver la cara de ese verdugo, dio “click” y abrió la puerta de una pesadilla que había comenzado ocho años atrás, por culpa de una fatal equivocación.

La pantalla le mostró un video del exparamilitar Daniel Rendón Herrera, alias “don Mario”, respondiendo a varias preguntas, entre ellas una que la sacudió: ¿cuál fue la peor atrocidad que cometió en la guerra?

La voz de ese hombre, que en las últimas dos décadas ordenó las más crueles fechorías en las Autodefensas y la banda “los Urabeños”, le recordó a esta mujer los primeros días felices en la cabaña de El Totumo, la última llamada de Mauricio, los mangos, la morgue y el anillo de matrimonio ensangrentado que recibió de un investigador de la Fiscalía.

Sueños perdidos

Héctor Mauricio Tamayo Muñoz nació en Medellín, estudió Administración de Empresas Agropecuarias y se fue a vivir a Urabá, donde pudo desarrollar su profesión en esos cultivos de palma, plátano y banano que dominan el paisaje de la región.

Allá conoció a Carolina Martínez Correa, una tecnóloga en Administración de Empresas, cuya belleza y fuerza de espíritu lo llevaron al altar el 29 de enero del 2000. Y quiso el destino que al año siguiente su primogénito naciera autista, para unirlos más y brindarles un nuevo proyecto de vida.

En ese entonces, ningún médico de Urabá sabía tratar el trastorno del espectro autista (TEA), así que la pareja inició una aventura autodidacta con el pequeño Mauricio, como lo bautizaron.

Adquirieron un terreno en el corregimiento El Totumo, en límites de Necoclí con Turbo. “Era un pedacito de tierra al lado del mar, solo había una casa chiquita sin luz y un potrero. Nuestro anhelo era construir algo para las terapias del niño, y ahí amanecíamos leyendo sobre autismo, a punta de vela”, cuenta Carolina.

Cuatro años después nació Moisés, y la alegría se duplicó en el hogar del “ingeniero”, nombrado así por los lugareños. La familia estaba radicada en el municipio antioqueño de Apartadó y con frecuencia viajaba a El Totumo, a mimar la cabaña que llamaron “Carolina del Mar” y que en el futuro serviría para el tratamiento de su hijo especial.

La corta vida de Mauricio Tamayo estuvo llena de muchas bendiciones y una sola maldición: un carro con una placa terminada en 963.

La confesión

Pese a un extenso prontuario criminal, que incluye confesiones de 240 delitos, haber sido cabecilla financiero del bloque Centauros de las Auc y cofundador de la banda “los Urabeños”, alias “don Mario” es un hombre de naturaleza tímida. Eso pude constatar el pasado 15 de septiembre, cuando a nombre de EL COLOMBIANO lo entrevisté cara a cara en el búnker de la Fiscalía en Bogotá.

En una estrecha sala de interrogatorios, de 2 por 4 metros, el otrora capo de la mafia se puso nervioso ante la cámara. Vestía un traje elegante, de corbata vistosa, mas su origen campesino lo delataba al hablar.

Durante más de una hora respondió un cuestionario sobre paramilitarismo, narcotráfico, el proceso de paz, su inminente extradición y las múltiples batallas que libró, agradeciendo a Dios haber vivido 51 años “para poder contar el cuento”.

Finalizando el diálogo le pregunté: “¿Cuál fue la peor atrocidad que cometió en la guerra?”. Pensó qué decir, durante unos segundos eternos, mientras su semblante palidecía.

“Se cometieron infinidad de cosas, hay unas que le duelen muchísimo a uno – narró suspirando -. Hubo un ingeniero forestal en Turbo, que fue asesinado inocentemente. Iban a dar de baja a otra persona y le dieron a él, no recuerdo su nombre, pero sé que tenía un hijito especial. Que sea el momento para pedirle perdón a la esposa y decirle que él era inocente”.

Al terminar la conversación, le consulté a la fiscal que lleva el caso de “don Mario” si sabía el nombre de ese ingeniero. “Todavía no, y hay que encontrar rápido a la familia, porque él quiere reparar a las víctimas”, señaló la funcionaria.

Equivocación fatal

A las 9:00 a.m. del 24 de mayo de 2007, Mauricio llamó por última vez a su esposa. Estaba en El Totumo, porque se avecinaba el invierno y había que retirar la maleza de un canal de agua. “Acuérdese que hoy cumple años su mamá y vamos a almorzar”, le advirtió Carolina, y él le dijo que sí, que ya iba de regreso y le llevaría varios bultos de mangos que germinaron en el predio.

El profesional de 42 años abordó su campero Montero Mitsubishi gris y emprendió el viaje hacia Apartadó, pero al pasar por un sitio conocido como Punta de Piedra, en Turbo, fue alcanzado por un carro, desde el cual le dispararon.

Aceleró por instinto de supervivencia, tratando de esquivar las ráfagas, hasta que una camioneta de vidrios polarizados se atravesó en el camino y dos desconocidos se bajaron, armados con fusiles.

Mauricio frenó, abrió la puerta y se asomó con los brazos extendidos, de acuerdo con testigos del hecho. “¿Qué pasa? ¿Qué pasa?”, pronunció, y la única respuesta fueron dedos apretando gatillos y proyectiles rasgando el aire. Cayó al suelo, con el alma escapándosele del cuerpo, y los mercenarios se acercaron para rematarlo sin piedad.

A la 1:00 p.m. un cuñado tocó la puerta de la casa de Carolina. “Organícese, que Mauricio está en la morgue de Turbo”, le dijo. Ella, sin caer en cuenta de la desgracia, se preguntó qué diligencia estaría haciendo allá su marido. Luego empezaron a llegar más familiares, con el aura de luto, y el pánico empezó a poseerla.

“¿Pero ya lo vieron muerto?”, les inquirió, y ante la negativa tomó un taxi, rezando para que todo fuera una confusión. En las afueras del anfiteatro, un investigador de la Fiscalía le entregó la billetera de su cónyuge y el anillo de bodas con manchas de sangre, al tiempo que le narraba cómo fue asesinado.

El rostro de su amado quedó irreconocible, mas al verle las manos, comprendió que no era una pesadilla lo que estaba padeciendo, sino una espantosa realidad.

Al día siguiente volvió a aparecer en Turbo la camioneta de vidrios polarizados, frente a la iglesia del Santo Ecce Homo. Sus sicarios acribillaron a los ocupantes de otro Montero Mitsubishi gris, los esposos Rodolfo Alberto González Bermúdez, apodado “Relámpago”, y María Isabel Flórez Rodríguez.

En el pueblo comenzó a correr el rumor de que al ingeniero lo habían matado por error, pues andaba en un vehículo similar al de “Relámpago”, quien era un comerciante que, según la Fiscalía, al parecer trabajaba para el excomandante paramilitar Hebert Veloza García, alias “H.H.”, un mortal enemigo de “los Urabeños”.

Carolina fue a la sede de la Policía para confirmar esa versión y en el parqueadero encontró los dos monteros, idénticos y perforados a balazos. Solo había dos diferencias: la placa del automotor de “Relámpago” era ZOE963 y la de su esposo MMM963; y que el campero de la familia estaba lleno de mangos.

“No le preguntaron nada, la bestialidad más grande, ¿quién mata a alguien que no sabe quién es? Eso no tiene sentido”, reflexiona.

A los ocho días, un hombre en motocicleta llegó a la casa de la viuda y le entregó una Biblia, en cuya portada la imagen de un mar en calma se confundía con el crepúsculo. “Ahí le manda ‘don Germán’”, le contó antes de partir.

Ella la abrió y en la primera página había un manuscrito con la frase: “hermano, el Señor te ama y te mostrará el camino, ábrele la puerta de tu corazón y en Él hallarás el amor, la justicia y la paz. Que Dios te bendiga, tu hermano”.

“Don Germán” es el alias con el que en la zona conocen a Jairo Rendón Herrera, el hermano de “don Mario”.

Verdad y perdón

El 28 de septiembre fue publicada la entrevista a “don Mario” en este diario. Carolina lo supo porque una tía la llamó y le dijo que la leyera por internet, porque ahí aparecía un señor pidiendo perdón por la muerte de Mauricio.

Solo ese día, ocho años después de la tragedia, Carolina supo quién había ordenado el asesinato. “Antes solo creía que Mauricio había muerto en medio de una guerra ajena, pasando por el campo de batalla. Al leer la entrevista, retrocedí años atrás, cuando necesitaba el convencimiento de que estaba enterrando a un hombre bueno, yo tenía ese ciclo abierto. Cuando ‘don Mario’ dijo que habían matado a un inocente, sentí tranquilidad, pensé que había escogido bien a mi compañero de vida”.

- “Don Mario” te pidió perdón, ¿se lo concedes?”, le indago a Carolina, sentados en la sala de su apartamento en Medellín.

- “Sería incapaz de guardar odio, porque soy mamá y quiero que mis hijos aprendan a perdonar y amar. No es fácil, pero me da alivio que reconozcan que fue una equivocación, y que él se sintió mal cuando supo que dejó sin padre a un niño especial”.

- “¿Y aceptarías una reparación económica de esa persona?”.

- “Claro que sí, lo hago por mi hijo y el miedo que tengo a envejecer y morirme y dejarlo solo”.

Con los sueños destruidos, la viuda vendió la cabaña de El Totumo y emigró con sus niños hacia Medellín, pues aquí hay una fundación especializada en el tratamiento de pacientes autistas. Para complicar más el panorama, a su hijo menor le detectaron un trastorno de déficit de atención.

A sus 39 años, se olvidó de sí misma y se convirtió en una ama de casa entregada a sus dos muchachos, ahora de 10 y 14 abriles. “Siento un vacío cuando llega el Día del Padre, ellos solo me pintan a mí en la tarjeta, con el mensaje ‘eres una maravilla, mapa’, porque yo soy mamá y papá a la vez. Eso me parte el alma”, expresa entre lágrimas.

El pequeño Moisés, que ya está en edad de comprender el mundo, no conoce esta historia. Lo que le ha dicho Carolina es que su progenitor falleció en un accidente de tránsito.

Hace dos años lo llevó al mar de El Totumo, le mostró fotos de Mauricio donde aparecía sumergiéndolo en las olas, dándole besos y abrazos bajo el sol de Urabá. Y como ritual de despedida, juntos esparcieron sus cenizas en el agua.

“Sé que mi hijo se va a poner triste, pero yo tengo que decirle, porque una mamá debe ser el vínculo con la verdad”. Ahora ella se pregunta, ¿cómo explicarle a un niño de 10 años que a su papá se lo arrebató la violencia?.

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