El Parque de la 32 le da vida al barrio Nogal Los Almendros, de Belén. Tiene un árbol caracolí, frondoso y de más de 20 metros de alto, que es un símbolo del sector; también un jazmín de cinco metros, florecido y cuyo olor se esparce por toda la zona, hasta el sendero ecológico de la quebrada La Picacha, que pasa al frente; abundantes aves que vuelan y cantan entre los árboles; y una perra negra, de nombre Tola, criolla, de calle, que se ganó el afecto de la vecindad.
La vida transcurre sin contratiempos en este barrio donde hace sesenta años, en vez de edificios, había fincas con casas grandes, de más de 400 metros, de las que aún sobreviven algunas, pero ya no rodeadas de bosque y quebradas limpias sino de numerosos edificios, calles, carreras y transversales, por las que todo el tiempo pasan vehículos, motos y buses.
“Yo vivo en la misma casa, mi madre nunca la quiso vender, porque ella vino de San Rafael y mi padre de Remedios, que eran pueblos, y trasladaron acá esa costumbre de tener espacios amplios para vivir”, cuenta Juan Echeverri, de 62 años, con 30 de vivir en el sector, mientras hace ejercicios en un gimnasio al aire libre instalado en el parque hace dos años. A su lado, en un coche infantil, está un bebé (no dice si es su hijo o su nieto) que lo mira insistente. A ratos llora y lo obliga a interrumpir los ejercicios para cargarlo y darle mimos. El olor a jazmín no se esfuma.
Una gran finca
Dice Germán Escudero, historiador, que Nogal Los Almendros puede compartir la misma historia de la comuna de Belén, “de ser sosegado y de familias con mucha tradición”.
Alberto Gutiérrez, caldense de 78 años que lleva más de 40 en el sector, asegura que Nogal Los Almendros era antes una gran finca: “según lo que sé, era de un señor Francisco Medina, que la vendió por lotes”. Este veterano de cabello blanco y buena salud, habita una casa de 4 pisos, que es como un edificio.
“Si usted se para en la terraza solo ve árboles, naturaleza, esa es la riqueza que tenemos acá”, dice y asegura que el parque solo tiene 16 años: “Cuando llegué, esto eran mangas y casas grandes, ahora han vendido muchas y han levantado edificios”, señala.
Manuel Echeverry, presidente de la JAC (Junta de Acción Comunal), señala que en los dos últimos años se han levantado 18 edificios.
“Por ahí en los años 64, esto era una finca con tejares”, dice. Las calles no se ven grises, pues las casas tienen antejardines, cuyas matas las cuidan con esmero. Por eso hay jardineros, como Alberto Ayala, que trabajan al contrato.
“Este sector es tranquilo y fresco; vengo hace siete años por acá y no le veo cambios”, cuenta, mientras junto a un laurel arruma hojas, hierba y ramas que luego se volverán abono orgánico, “y eso es lo que hace que por acá siempre se vea florecido”, apunta.
En la carrera 76 con la calle 33 está la bomba de Los Almendros, que es un referente del barrio, “pero ahí donde la construyeron había nogales, hasta que los talaron”, sostiene Juan Echeverri, que tras más de media hora de hacer ejercicios, se va con su niño.
Dice que es un sitio ideal para criar hijos, porque es un lugar muy tranquilo.
