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La historia de Manevich, el empresario judío que amó a Medellín y nunca quiso irse

Lo trajeron de brazos por allá en 1928 y acá hizo empresa. Participó en Tejidos Leticia y Creaciones Vivi.

  • César Manevich fue reconocido como empresario por Acopi en 1991, aparte de que llegó a recibir distinciones de la administración municipal por su espíritu cívico y filantrópico. FOTO cortesía
    César Manevich fue reconocido como empresario por Acopi en 1991, aparte de que llegó a recibir distinciones de la administración municipal por su espíritu cívico y filantrópico. FOTO cortesía
15 de enero de 2024
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César Manevich Rabinovich no nació en Colombia ni había muchos ancestros suyos en el país, como los apellidos hacen evidente, pero sí tuvo claro durante toda su existencia que permanecería acá para siempre y esa decisión jamás cambió, aún en las épocas más convulsionadas de la vida nacional y de su historia particular. El miércoles pasado falleció a la edad de 96 años, dejando un legado amplio de empresarismo y filantropía.

Manevich formó por muchos años parte de las directivas de Tejidos Leticia SA, Telsa, una de las compañías de textiles más grandes del país, así como de Creaciones Vivi, un emprendimiento familiar que también llegó a destacarse entre las productoras de ropa de hogar.

Aparte de eso, en la comunidad judía local lo valoran como el heredero de la tradición de dos de las más prestantes familias de su congregación en la región, que han dejado su sello en obras como la sinagoga y el colegio Theodoro Hertzl.

Michel, uno de los hijos de César, explica que las dos estirpes son originarias de la región de Gomel, en la antigua Unión Soviética y hoy jurisdicción de Bielorrusia. Allá, antes de la revolución bolchevique (1917) se habían dedicado a la agricultura y el comercio, alcanzando cierta prosperidad como para enviar a estudiar a las nuevas generaciones a Estados Unidos.

Cuando el zar Nicolás II les ofreció tierras a los súbditos que quisieran establecerse en Siberia, los abuelos partieron hacia allá; estuvieron cuatro años, pero su espíritu nómada los impulsó a seguir buscando tierras menos gélidas. César Manevich llegó a Colombia en 1928, a los seis meses de nacido. Tuvo dos hermanos: David y León

“Un hermano de mi abuela se aventuró a venir por el año 25, llegó por Barranquilla y como no le gustó bajó por el río Magdalena hasta Medellín, que sí le encantó, y de ahí en adelante fue llegando el resto de la familia, como hasta el año 1933; ya había algunos casados”, añade Michel.

En principio, la expedición estuvo conformada por la pareja, dos hermanos de la abuela y un hermano del abuelo que sobrevivieron de las ventas puerta a puerta, pero más o menos a los cuatro años, esa primera generación, con don Salomón a la cabeza, fundó Tejidos Leticia SA, siendo el nombre en honor a la ciudad fronteriza en la que se desarrolló el teatro de operaciones de la guerra fronteriza que libró Colombia contra Perú (1932-1933). Después, por razones publicitarias redujeron la razón social a la sigla Telsa.

Es costumbre en los judíos que los hijos siguen la tradición que a su vez los padres heredaron de sus abuelos, y estudian cosas para mejorar los negocios familiares.

“Había un problema porque tenían que teñir en otra empresa y resulta que a las señoras de Bogotá se les decoloraban los paños con la lluvia que era frecuente. Ahí se les ocurrió que debían desarrollar su propio proceso de tintorería”. Esa es la razón que esboza Michel para que su papá entrara a estudiar ingeniería química a la Universidad Pontificia Bolivariana y para que más adelante partiera a Suiza a especializarse trabajando un año y medio en una de las factorías que llevaba la delantera en esa materia.

Fernando Vera, uno de los periodistas económicos más veteranos de la ciudad, cuenta que en plena época del auge de la industria textil en la capital antioqueña, el nombre de Telsa brilló entre las compañías más grandes de la región y de renombre nacional, al lado de Coltejer, Fabricato, Tejicóndor, Vicuña y Everfit-Indulana.

La planta de producción quedaba en un terreno que resultaba una especie de límite entre la zona estrato alto de Laureles y el sector obrero de La América. De ahí salieron miles de ruanas, cobijas y kilómetros de paños que se vendían en los almacenes propios que desperdigaron por varias ciudades.

En la mejor temporada alcanzaron a ser más de 1.600 empleados directos, pero vino la decadencia por cuenta de la importación de tejidos desde el exterior, principalmente desde China, y según confiesa Michel, también por las peleas familiares.

Eso fue hacia mediados de la década de 1970 y César, en la “disidencia”, se asoció con su esposa Sara —que ya había montado su propio laboratorio para la producción de lacas, Crista Fix— y con una hermana de esta para fundar Creaciones Vivi, que también abrió locales de venta en distintas ciudades y ocupó entre 200 y 250 personas, logrando destacarse igualmente en el mercado nacional.

A la par con toda esa actividad empresarial, los esposos se vincularon durante toda su existencia con causas sociales, como el Hospital San Vicente de Paúl, y aparte con todo lo que se relacionara con el avance de la comunidad judía, por ejemplo la orientación del colegio Theodoro Hertzl.

De acuerdo con Michel, la prosperidad de Vivi terminó a comienzos de este milenio ante la conjunción de dos circunstancias: la apertura económica que trajo mercancía de todas partes y una enfermedad degenerativa que comenzó a afectar a su mamá.

Dice que desde entonces su papá se retiró y se consagró a ella con una devoción sin igual, como el más paciente y amoroso de los cuidanderos, hasta el fallecimiento, en el 2022.

Y ni si quiera en el periodo de enfermedad de Sara él aceptó irse del país, aunque sus tres hijos ya permanecían más por fuera que en Colombia y hubieran podido tener mejor calidad de vida.

Años atrás su amor por el país también se puso a prueba e igualmente optó por quedarse, aun después de haber sufrido el secuestro de su tío —uno de los primeros plagiados en el país—; del asesinato de su gran amigo, el gobernador Antonio Roldán, y del bombazo en su vecindario que iba dirigido al edificio Mónaco, de Pablo Escobar. “Mi papá nunca pensó en moverse”, concluye enfático Michel.

SABÍA DE TODO Y HABLABA CINCO IDIOMAS

César Manevich Rabinovich era autodidacta y una persona de gran cultura. Su hijo Michel lo describe como “una biblioteca andante; era capaz de leer cuatro libros al tiempo, se bogaba ‘de pe a pa’ tres periódicos al día, además de revistas”.

Aparte de ser un hombre de empresa, hablaba cinco idiomas: español, inglés, francés, yidish –la lengua de los judíos- y ruso. Igualmente tocaba el acordeón en fiestas familiares y bailaba tango con suficiencia.

La sede de conocimiento lo llevó a aprender Excel cuando tenía más de ochenta años y a manejar con suficiencia nuevas tecnologías digitales.

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