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Las noches en vela de los últimos 12 años fueron para Javier Cadavid sinónimo de angustia, dolor o desesperación porque debía pasarlas encerrado en la cárcel La Paz, de Itagüí, condenado por un delito que siempre ha jurado que no cometió.
Pero, el pasado martes vivió una noche en vela como nunca en su vida de 64 años. No valía la pena dormir y no era capaz de hacerlo; su familia tampoco. Era preciso disfrutar, al calor del reencuentro, y celebrar la noticia que esperaban hace más de una década: Cadavid recuperó su libertad y regresaba al hogar.
La noche pasó tan rápido que no sintieron el amanecer. Los cogió entre risas, abrazos, historias y el asombro de Cadavid ante lugares y cosas que aparecen nuevas para él por la transformación que han vivido. Se paró frente a los enormes árboles que él mismo sembró y que cuando vio por última vez no medían ni un metro; acarició nuevos perros correteando alrededor de la casa que una vez construyeron como el sueño familiar.
Ese anhelo recurrente de reunirse otra vez, que no los dejó rendirse nunca, se volvía cada vez más fuerte porque desde marzo de 2020, cuando comenzaron los confinamientos por causa de la pandemia, no le permitían visitas en la cárcel. Llevaba casi dos años sin ver a su esposa, sus cuatro hijos, su nieto y otros familiares.
El deseo se cumplió tras una decisión de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), conocida el 6 de enero pasado, que le otorgaba la libertad condicionada, tras recibir el caso para su estudio en agosto del año pasado.
“Es un espectáculo recobrar la libertad, porque esta casa la hice y apenas viví en ella año y medio antes de que me metieran a prisión; encontré todo muy bonito. Acostumbrado a una celda de 2x3 durante más de 12 años y venir aquí con esta amplitud, con esta libertad, es indescriptible lo que uno siente, es como nacer de nuevo, como empezar otra vida”, expresa desde su casa en Rionegro.
Por eso, en la primera noche de su libertad recorrió la finca como si la estuviera conociendo apenas. Armado con una linterna, con su familia detrás, caminó entre plantas y árboles, vio las perreras y las flores, un parquecito para su único nieto, a quien solo había visto en la prisión, y respiró la pura libertad.
Se sorprendió incluso cuando se topaba, al recorrer la casa que aún estaba vestida de Navidad, con cuadros que decoran una pared tras otra, que él mismo había pintado en la cárcel y que le entregaba a su esposa en las visitas. Más de 80 pinturas, una cuenta perdida de collares, aretes y artesanías ocupaban sus días monótonos en una celda en la que desde hace un año y medio estaba solo.
Esa madrugada se fueron a dormir a eso de las 4:00 de la mañana, pero se levantaron muy pronto para seguir explorando, ahora con la luz del sol, el hogar del que lo privaron por tanto tiempo. Ya de día, anduvo con su nieto, que lo guiaba por el lugar y le indicaba los nombres de cada perro. Se entendieron como si no se hubieran separado nunca, como si no fueran sus primeras experiencias en esa casa.
El fin de una vida
Esa casa fue construida en una época de prosperidad económica, lograda con tres negocios comerciales exitosos y el sueldo de profesora de la esposa. Cadavid tenía entonces 52 años y en una de sus tiendas, ubicada en Puerto Venus, Nariño (Oriente antioqueño), tenía una cuenta bancaria casi exclusiva en el pueblo, por lo cual se las prestaba a campesinos y residentes del sector para que hicieran movimientos de dinero, como una especie de corresponsal bancario.
Entonces, cuando ya se habían desplazado de Puerto Venus hacia Rionegro porque la guerrilla amenazó con secuestrarles un hijo (hecho por el cual son reconocidos como víctimas del conflicto), cayó sobre ellos una pesadilla que les cambió la vida.
Todos conocían el número de la cuenta y en ella se consignaban, incluso, los salarios de profesores, soldados y policías. Era más fácil tener esta forma de trasladar el dinero en esa época en la que la guerrilla acechaba en cualquier carretera para saquear vehículos, incluidos los camiones que llevaban la mercancía de los negocios de Cadavid.
No deja de ser una paradoja que justo a él lo acusaran de ser colaborador del frente 47 de las Farc, que tantos problemas le causó, y que lo condenaran a 23 años de prisión por los delitos de extorsión agravada y enriquecimiento ilícito.
Fue Pedro Pablo Montoya, alias Rojas, uno de los subversivos de la zona, quien entre 2005 y 2007 intimidó a personas para que consignaran el dinero en la cuenta bancaria de Cadavid y luego mandaba a campesinos a que lo reclamaran. Las víctimas eran de Aguadas y Pácora, municipios del vecino departamento de Caldas, lugares que Cadavid asegura no conocer.
Los momentos posteriores a su captura fueron angustiantes, si bien estaban convencidos de que se trataba de un malentendido temporal. No daban crédito a las condenas en primera instancia por parte del Juzgado Penal del Circuito Especializado de Manizales, en 2009, y en segunda instancia por el Tribunal Superior de Manizales, en 2011.
A la cárcel de Itagüí llegó el 29 de octubre de 2013, tras estar en otros centros carcelarios previamente. Durante ese tiempo, víctimas, habitantes del pueblo, soldados, policías y los mismos guerrilleros testificaron o declararon que Cadavid era inocente. Inclusive, alias “Rojas” y Elda Mosquera, alias Karina, excomandante de los frentes 47 y 9 de las Farc, que delinquían en esa zona, han reiterado en repetidas ocasiones que eran los únicos culpables de los delitos que le endilgaron al hombre.
Por eso, su libertad causó tanta alegría en Puerto Venus y otras zonas de Nariño. Allí lo recuerdan como un emprendedor que aportó al desarrollo del pueblo, con pavimentación, energía y agua, en gestiones con el Comité de Cafeteros. “Muchos lo consideran el papá del pueblo”, cuenta Juan Felipe, su segundo hijo, odontólogo y gerente del hospital de Nariño.
Él, sus tres hermanos (el mayor dedicado a la finca, el tercero ingeniero financiero y el menor veterinario) y Mariela Toro, la esposa de Cadavid, han escuchado a exintegrantes de las Farc, entre ellos “Rojas” y “Karina”, pedirles perdón y asegurarles que han hecho todo lo posible para que la justicia los escuche.
La última luz en el camino
Fue en un encuentro de la Comisión de la Verdad donde lograron que su caso llegara a la JEP, y cinco meses después emitiera la resolución que de nuevo cambia su vida.
El alto tribunal aceptó la pretensión de libertad porque Cadavid fue condenado por supuestamente apoyar a las extintas Farc, con lo cual podía ingresar su caso en el marco del Acuerdo de Paz. La decisión está acompañada de otras disposiciones para avanzar en un proceso judicial que persiste y en el que Cadavid espera demostrar su inocencia y que lo absuelvan de los delitos que le imputaron.
La Oficina del Alto Comisionado para la Paz deberá informar si el recién liberado aparece acreditado como exintegrante de las Farc. La Unidad de Investigación y Acusación (UIA) de la JEP entrevistará a Cadavid para que relate los detalles de su relación con las Farc y dé su versión sobre estos hechos; asimismo, buscarán a las víctimas de las extorsiones para que ejerzan sus derechos dentro del trámite, lo que incluye escuchar sus versiones. La Fiscalía deberá informar cuáles investigaciones tiene en contra de Cadavid.
En su relato, él argumentará que considera que la justicia no hizo una investigación exhaustiva y que su caso estuvo lleno de falencias.
Está seguro de que tiene las pruebas suficientes y contundentes para que el Estado reconozca que cometió un error y que su caso es un “falso positivo judicial”.
A su esposa, todos estos años de lucha no le alcanzan para entender cómo la justicia ha hecho caso omiso a los relatos de víctimas y victimarios. Estos últimos han narrado cómo le robaban a la familia, los hicieron huir desplazados y hasta saquearon uno de sus negocios tras bombardear una edificación aledaña.
Por eso no les cabe en la cabeza que estos testimonios no hayan sido suficientes para que lo absolvieran de sus delitos. Si no tienen éxito en el país, llevarán su caso ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, porque la única certeza es que hasta el último día de su vida defenderá que es inocente.
El inicio de una nueva vida
El 6 de enero, cuando recibieron la notificación de la JEP, la familia priorizó el encuentro; los hijos dejaron sus rutinas, pidieron permisos en el trabajo y hasta sacaron vacaciones para estar en casa de sus padres.
Un día después todos estaban reunidos esperando la llamada que les anunciara la salida. Los trámites y un chequeo médico indispensable demoraron el proceso hasta la semana siguiente, el 11 de enero, tras el Puente de Reyes.
Para ese día, Cadavid ya había dejado a otros reclusos la ropa, los zapatos, los materiales para hacer artesanías y hasta el televisor. Eran las 4:00 de la tarde y la familia en Rionegro se acostó para pasar el frío de un aguacero, con la convicción de que pasarían otro día sin la libertad de su padre.
Pocos minutos después, el teléfono los sacó de la cama y todos partieron hacia Itagüí. Cuando fueron llegando poco a poco, él ya los estaba esperando, ansioso, feliz y agradecido en la puerta del centro carcelario. Después de 22 meses sin verlos, abrazaba a sus seres queridos; después de 12 años caminaba libre con ellos.
“Habrá realmente justicia cuando la misma justicia reconozca que se equivocó”, anota Cadavid, que lleva sobre sí una salud física y mental deteriorada por su estadía en prisión, y el dolor de perderse las graduaciones de sus hijos, que recibieron educación con los ahorros que logró hasta antes de que lo encarcelaran, en medio del detrimento patrimonial generado por la imposibilidad de trabajar ese tiempo, sin contar los gastos en abogados y trámites para demostrar su inocencia.
Ahora, libre, es más sencillo seguir la lucha. Por lo menos con la tranquilidad de que está con su familia. Y, pese a que los momentos perdidos no los puede recuperar, entregará a sus seres queridos todo el amor que siente, con expresiones que contuvo a la fuerza por más de una década.