La historia es tan antigua que ya pocos recuerdan su origen. Sus raíces, ancladas profundamente en el mito, se remontan a comienzos del siglo XVI. Vasco Núñez de Balboa, el polizón que recién había “descubierto” el Océano Pacífico, escuchó hablar del tesoro de Dabaibe. Fue Anayansi, la mujer indígena de la que se enamoró, quien le refirió la historia. Cuenta la leyenda que el español, maravillado, imaginó un paraíso áureo, un “El Dorado” más, tan esquivo y quimérico como todos.
Pero la vida de Balboa terminó pronto. Su suegro, Pedro Arias Dávila, lo mandó a ejecutar. Su cabeza rodó por el suelo. Con ella, se apagaron los sueños del tesoro de Dabaibe, que quedó enterrado, decían, en unas cordilleras lejanas, donde no llegaba la brisa marina. Han pasado 502 años de la muerte de Balboa y, pese a que sus recuerdos se hicieron polvo, y a que su cráneo lo corroyó la voracidad del trópico, la leyenda de Dabaibe sigue viva.
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Esas cordilleras lejanas, por las que baja un río al que llaman Sucio, están hoy pobladas. Pese al paso de generaciones, y de la obsesión de encontrar el tesoro revelado por Anayansi, nadie ha dado con él. Aún hay gente que lo busca, y que da por sentada su existencia, dice el alcalde de Dabeiba, Leyton Urrego.
En jurisdicción de ese pueblo, se supone, está el Dabaibe. Pero, desde el siglo XVI, cuando Balboa escuchó sobre su existencia, muchas cosas han pasado. En el siglo XIX, unos cuantos colonos fundaron un rancherío en medio de una vegetación frondosa; más tarde, en el XX, un grupo de soñadores, con dinamita y aguardiente, abrió la montaña y dejó el camino hacia Urabá.
Desde entonces, la vida en Dabeiba se llenó de zozobra. Al mito del Dabaibe, tan cotizado, se sumó el del cañón de La Llorona, triste como su nombre. Ir hacia Urabá, por la vía que en el siglo XX habían abierto los aventureros, se convirtió en un acto temerario. Y no solo por la estrechez de la vía, por la que con frecuencia se despeñaban los buses e iban a dar al Río Sucio; sino, principalmente, por las incursiones del quinto frente de las Farc.
Dabeiba era un territorio de horror. Sus habitantes, aún hoy, recuerdan esos tiempos aciagos con dolor. Miran hacia atrás, suspirando, como queriendo olvidar. En la Alcaldía, un letrero, escrito en español y embera, habla de la nueva vocación del pueblo: Remanso de paz.
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Ricol Pino es un sobreviviente de los tiempos más oscuros. Recuerda que, estando muy joven, escuchó hablar de las Farc. Vivía en Turbo, su pueblo, cuando se “enamoró” del discurso y pasó a engrosar las filas de la guerrilla.
Conocido como “Bache”, anduvo por el Paramillo, las llanuras de Córdoba y las selvas agrestes del Chocó. En 2016, con los diálogos de La Habana, su vida, al igual que la de 320 compañeros, dio un giro. Entonces estaba en Murindó, un pueblo a la vera del Atrato. Le dijeron que dejaban las armas, que no volverían a la selva. Y así, con más incertidumbre que pertenencias al hombro, llegó a Llanogrande, el Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación de excombatientes (ETCR).
Al comienzo, recuerda “Bache”, todo era rastrojo. Entre los más de 300 reinsertados arrancaron la maleza y rozaron el suelo. Después levantaron sus casas, sin demasiada gracia, que de a poco han ido puliendo.
“Bache” camina por las calles de ese pequeño pueblo que fundaron en 2016. Ahora, dice, es una zona de paz, en donde los excombatientes buscan la manera de ganarse la vida fuera de la guerra. Sus compañeros han emprendido con talleres de confección, restaurantes y un pequeño proyecto avícola. No es demasiado, dice “Bache”, y las necesidades, en algunos casos, siguen siendo imperiosas, pero es mejor que vivir en la zozobra de la guerra.
Llanogrande es hoy una Zona Veredal Transitoria de Normalización. Aunque no tienen muy bien las cuentas, los firmantes creen que unas 300 personas viven allí. Está a 50 minutos del casco urbano de Dabeiba, sobre un plan desde el que se columbra, aguzando la vista, el Nudo del Paramillo.
El aire es fresco, la brisa leve, el cielo plomizo; el silencio, abrumador para quien conoció el restallar de la guerra. Juan Pablo Serna llegó hace seis meses a Llanogrande. Es hijo de un excombatiente que anduvo en el Cauca y que, por cosas del posconflicto, terminó en Dabeiba.
Desde que llegó a Llanogrande, Juan Pablo le hizo frente al ocio. No quiso quedarse de brazos cruzados ante la inmovilidad del paisaje y ahora es uno de los guías del nuevo y más prometedor proyecto que tienen los excombatientes: el centro turístico de Llanogrande.
La idea, escuchada sin contexto, parece inverosímil. ¿Un proyecto turístico en una zona de excombatientes? El proyecto, cuenta “Bache”, se le ocurrió a un compañero conocido como Jacobo, quien llegó a Llanogrande después de haber pasado 17 años en la cárcel. Entonces se encontró con el mundo ante sus ojos: el cañón del Río Sucio, la inmensidad del cielo en contraste con las montañas que, azulosas, se pierden en el horizonte, sucediéndose una tras otra. Estaba en la tierra del Dabaibe, del tesoro revelado por Anayansi hace siglos.
Por eso, haciendo uso de su postrera libertad, salió en busca de los tesoros escondidos en las montañas. Anduvo por cañadas, por cumbres escarpadas, por arroyos prístinos. No encontró el Dabaibe, pero sí dio con cascadas de 15 y 20 metros. Si él podía ver tal hermosura, ¿por qué no enseñársela a los demás?
Y así se dio inicio al proyecto turístico de Llanogrande. “La idea es que la gente venga, se hospede acá y los llevemos a conocer esos tesoros naturales”, cuenta Juan Pablo, quien será uno de los guías.
Pero el turismo no se limita a la parte ecológica. Los excombatientes erigieron un salón de la memoria, un pequeño museo que recrea cómo era vivir en la guerra. Los visitantes reciben una charla en la que escuchan, de la voz de los protagonistas, lo acaecido en los peores momentos del conflicto.
“Queremos que los colombianos vengan, que conozcan cómo se vivió la guerra. Muchos no saben lo que ocurrió. Otros tienen una versión descontextualizada. Acá queremos que aprendan sobre su propio país”, dice “Bache”.
No se trata de adoctrinar, dice el excombatiente, sino de hacer memoria sobre el conflicto para evitar que las atrocidades del pasado se repitan. En este momento, “Bache” y sus compañeros están armando los paquetes turísticos que se ofrecerán al público. Estos incluirán el hospedaje, los recorridos por las cascadas y la charla sobre el conflicto.
Hace un mes llegaron los primeros turistas a Llanogrande. Fue un grupo de franceses que, pese a que no se hospedó, conoció la zona veredal y escuchó la historia del conflicto.
El hospedaje ya está listo. Son seis habitaciones cómodas, con televisor inteligente y mesa de noche que esperan a los turistas.
“Esperamos que la gente se anime y venga a conocer nuestro proceso, que conviva por unos días con la comunidad para que entienda cómo es un proceso de paz y reconciliación”, concluye “Bache”.
Aunque nadie ha encontrado el Dabaibe, en Dabeiba parece que las cosas están cambiando. Desde que Anayansi reveló la existencia del tesoro, la violencia ha azotado estas tierras, pasando de la decapitación de Balboa a la Batalla de Dabeiba. Ahora, aunque sin el anhelado tesoro, al menos se habla de paz