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El monje ermitaño que perdió su casa en Prado Centro a los 75 años

Eduardo Monzón, el sacerdote itinerante de Medellín, busca ayuda para encontrar un nuevo hogar para él y sus cientos de libros. Su historia.

  • Además de lector insaciable, Monzón también pinta. El cuadro enfrente suyo lo hizo él cuando estuvo en el monasterio benedictino de Usme, que ayudó a fundar. FOTO julio césar herrera
    Además de lector insaciable, Monzón también pinta. El cuadro enfrente suyo lo hizo él cuando estuvo en el monasterio benedictino de Usme, que ayudó a fundar. FOTO julio césar herrera
  • La casa de Prado Centro está desordenada. El padre está adelantando su traslado a otro lugar. FOTO julio césar herrera
    La casa de Prado Centro está desordenada. El padre está adelantando su traslado a otro lugar. FOTO julio césar herrera

El padre Eduardo Monzón ha empacado más de 110 cajas de libros. Algunos amigos suyos, que lo conocen desde hace 40 años, le han ayudado en esa labor. Su casa está repleta de periódicos viejos, amarillos, tostados. Todavía quedan muchos libros desperdigados, puestos sobre un taburete viejo o una mesa. A los 75 años se quedó sin casa.

El padre no quiere entrar en detalles de cómo fue que la casa del barrio Prado Centro, de fachada azul claro y rejas blancas, se le escapó de las manos. En ese aposento de baldosas verdes y amarillas, construida en la década del 20, cuidó de su madre hasta 2016, cuando murió. En realidad, el bien nunca fue suyo. Él nunca ha tenido propiedades, ni carro, ni siquiera celular. Se reconoce un ignorante en asuntos inmobiliarios.

Lo que pasó, y que él no quiere mencionar para no causar un desaire, es que la casa es de la familia, que decidió venderla. En ella todavía se conserva una buhardilla en la que su papá hacía investigaciones químicas y donde inventó un jabón. Pero, más allá de los recuerdos de los tiempos de esplendor, de la nostalgia, la realidad es una: Monzón se quedó sin casa.

Y no es que él esté apegado a esas paredes gruesas, al patio interior por donde entra el sol. Nada más lejano a la realidad. En sus palabras, él solo necesita una “percha en que la guacamaya pueda posarse”. Así ha vivido toda su vida.

El padre Monzón nació en Cienfuegos, Cuba. Su papá, un cubano-americano, había llegado a Medellín en 1943 como miembro de un grupo científico llamado “Los meteorólogos”. En la ciudad se enamoró y se casó. Luego volvió a Cuba con su esposa y sus hijos. La familia vivió en Estados Unidos, donde el padre Monzón y sus hermanos aprendieron a hablar inglés.

Se trasladaron a Medellín cuando Monzón tenía seis años. Llegó hablando un español muy básico y en la escuela le apodaron “el cubano”, haciéndolo sentir como el extraño. Mirando su vida hacia atrás, recitando versos, dice que es un “Martí paisa”.

El ermitaño

La casa de Prado Centro está desordenada. El padre está adelantando su traslado a otro lugar. <b> </b>FOTO<b> julio césar herrera</b>
La casa de Prado Centro está desordenada. El padre está adelantando su traslado a otro lugar. FOTO julio césar herrera

El padre Monzón ha sido un ermitaño durante 40 años. Después de consagrarse monje benedictino, por allá en la década del 70, decidió que no quería internarse en el monasterio. Su camino, creyó, era la soledad, la meditación y la lectura. Entonces pensó en irse a Europa, a una isla, y perderse, pero se dio cuenta de que cerca de Medellín, en las colinas orientales, había un bosque casi virgen e inexplorado.

En 1982, como funcionario del desaparecido Inderena, se internó en el bosque, ayudando en tareas de entomología. A la par que investigaba el comportamiento de los insectos, el padre comenzaba su vida de ermitaño. Una vida que se imaginó de una manera muy distinta a lo que terminó siendo.

Nunca estuvo en soledad. Desde 1982, el padre Monzón se convirtió en el sacerdote itinerante de las veredas más lejanas, de las gentes que vivían en los vericuetos de las montañas. “Era una persona supremamente culta, que causaba un impacto muy grande en quienes lo conocían. Aceptaba quedarse a dormir en la casa más humilde y recibía con gusto el chicharrón, el chocolate y la arepa que le ofrecían. Al otro día cogía camino, a pie, y se iba a otra comunidad”, cuenta una persona que lo conoció en aquellos tiempos.

En 1992, el padre, junto con las comunidades, levantó la iglesia La Santa Cruz del Tambo, en límites entre Santa Elena y Guarne. Por esa obra lo recuerdan gratamente en las montañas. Con el paso del tiempo, sus confines se ampliaron hacia los barrios de la ciudad. En taxi, el padre Monzón ha recorrido una y otra vez las calles empinadas de Santo Domingo Savio, El Popular y San Javier, llevando consigo agua bendita, los santos óleos o un altarcito.

Recordando su vida, los ojos del padre se llenan de recuerdos, se hacen expresivos, adquieren un brillo inesperado. “Recordar es como ir recogiendo las hojas de mi vida”, dice con un dejo de melancolía.

Monzón es el padre de las comunidades, el que escucha al afligido y aconseja al desesperado. Aunque tiene su celda en el monasterio, en Guatapé, él quiere seguir ayudando a quien lo requiera. Por eso necesita un lugar dónde vivir en Medellín, tener un “centro de operaciones”.

No es más que recibir un poco a cambio de los 40 años que lleva viviendo por el prójimo. Viéndolo en esa situación de angustia, dos amigos del padre decidieron ayudarlo. Uno de ellos es Orestes Donadío, que dice: “El padre necesita ayuda. Con él se ha cometido una injusticia y eso hay que repararlo. Hay que devolverle todo lo que ha hecho todos estos años”.

Por eso se abrió una causa llamada “Ayudemos al padre Monzón”. La idea es recoger unos pesos con los que se pueda pagar un lugar para que viva en la ciudad y continúe con su labor. Los interesados pueden hacer sus donaciones a la cuenta de ahorros Bancolombia 31688921905. También está en Whatsapp 311 452 8984 para ofrecer cualquier ayuda.

En la casa de Prado, que está hecha un desastre con el trasteo, el padre dice que se siente agradecido por la solidaridad espontánea que levantó su pérdida. Aunque no sabe exactamente hacia dónde irá a parar con sus cientos de libros y los cuadros que él mismo ha pintado, tiene claro que su misión de ermitaño no ha terminado, que aún no es hora del retiro y que la celda del monasterio puede esperar otros 40 años.

El fondo para ayudar al padre

El columnista de Semana Alberto Donadío fue quien dio a conocer la historia del padre Monzón. En un artículo titulado “Ayudemos al padre Monzón”, hace un recuento de la difícil situación que atraviesa el monje. Monzón dice que la publicación lo tomó por sorpresa y aclara que no tuvo nada que ver con la iniciativa. Se siente dolido de que en las redes sociales, según le contaron, se dijo que la cuenta de ahorros no era la suya. “Esa cuenta me la abrieron para unas donaciones. Sí es mi cuenta real y que eso quede claro”, comenta el padre, que continúa empacando sus pertenencias.

Miguel Osorio Montoya

Comunicador Social-Periodista de la UPB. Redactor del Área Metro de El Colombiano.

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