León XIII, el papa que hoy resuena con fuerza por inspirar al nuevo pontífice León XIV, fue una figura clave en la modernización intelectual y social de la Iglesia Católica.
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Nacido como Gioacchino Vincenzo Raffaele Luigi Pecci el 2 de marzo de 1810 en Carpineto Romano, una pequeña localidad al sur de Roma, Italia, accedió al trono pontificio en 1878, cuando contaba con 68 años. Muchos vaticinaron entonces que sería un papado de transición, breve y sin mayores transformaciones. Pero contra todo pronóstico, León XIII gobernó durante casi 26 años, hasta su muerte en 1903, convirtiéndose en el papa más longevo de la historia y en uno de los más influyentes del periodo contemporáneo.
Su pontificado coincidió con una etapa convulsa en Europa: la consolidación del capitalismo industrial, el avance de los movimientos obreros, el desarrollo del pensamiento socialista y la creciente tensión entre ciencia y religión. En ese contexto, León XIII supo liderar una Iglesia que buscaba no perder vigencia sin traicionar sus principios. Su habilidad consistió en tender puentes entre la fe y la razón, entre la tradición y la modernidad, sin renunciar a la autoridad doctrinal del Vaticano. Fue un papa de ideas claras y gestos audaces, cuya elección del nombre “León” evocaba firmeza, liderazgo y continuidad histórica con figuras como León I el Magno.
Un papa moderno en tiempos convulsos
León XIII sucedió a Pío IX, cuyo largo y controvertido papado dejó heridas abiertas en la relación entre el Vaticano y los Estados modernos. Mientras Pío IX cerró filas ante el avance del liberalismo político y perdió los Estados Pontificios, Pecci asumió como un diplomático experimentado, decidido a superar la confrontación sin ceder en cuestiones esenciales. Promovió una política de reconciliación con gobiernos anteriormente anticlericales y buscó restaurar la influencia de la Iglesia mediante la educación, la acción pastoral y el fortalecimiento del pensamiento católico.
El suyo fue un pontificado de apertura intelectual. Reforzó el estudio de Santo Tomás de Aquino como modelo filosófico y teológico, modernizó el aparato formativo del clero, y alentó el diálogo con las ciencias y las letras. En lugar de ver el progreso como una amenaza, lo asumió como un desafío pastoral. Esta actitud le ganó respeto incluso entre sectores no católicos. Su pensamiento equilibrado entre ortodoxia y sentido práctico le permitió proyectar una imagen de autoridad moral más allá de las fronteras de la Iglesia, en un momento en que el papado atravesaba una profunda crisis de legitimidad.
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La encíclica que cambió la historia
El gesto más recordado de su papado fue la publicación, en 1891, de la encíclica Rerum novarum, considerada la piedra fundacional de la doctrina social de la Iglesia, pues en un momento en que los trabajadores sufrían condiciones deplorables en fábricas y minas, y en que las ideas socialistas ganaban fuerza entre las clases populares, León XIII propuso una tercera vía: una defensa firme de los derechos laborales desde los principios del Evangelio. “El trabajo no es una mercancía, sino una vocación humana que exige respeto y dignidad”, puede leerse como síntesis de su pensamiento.
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Rerum novarum defendió el derecho a la propiedad privada, pero también condenó la acumulación excesiva de riqueza. Reivindicó los sindicatos, el salario justo, el descanso dominical y la obligación de los Estados de intervenir cuando el mercado pone en riesgo la dignidad humana. Aunque escrita desde una óptica profundamente cristiana, la encíclica tuvo repercusiones globales, e incluso gobiernos no católicos tomaron nota de sus propuestas. Juan Pablo II llegó a decir que ese documento “cambió el curso de la historia contemporánea” al ofrecer una visión humanista y ética de la economía.
Pionero audiovisual y reformista silencioso
En su afán por acercarse a los fieles, León XIII asumió una dimensión pública inédita para la época. Fue el primer papa en ser fotografiado y filmado en movimiento. En las imágenes, hoy históricas, se le ve bendiciendo a la cámara con una dignidad serena. Estas representaciones visuales, aunque breves, simbolizaron una apertura mediática que hasta entonces era impensable para el papado, y la figura del pontífice comenzó a ser reconocida fuera del ámbito litúrgico, y eso contribuyó a consolidar su imagen como líder espiritual global.
Pero más allá de su presencia simbólica, León XIII fue un reformista silencioso. Impulsó la reestructuración del derecho canónico, fortaleció la diplomacia vaticana y apoyó misiones en África, Asia y América Latina. Su gobierno fue un laboratorio de transición entre una Iglesia replegada en sus prerrogativas imperiales y una Iglesia en salida, comprometida con las urgencias sociales y abierta a los signos de los tiempos. Aunque nunca fue un populista ni un radical, sus decisiones marcaron una inflexión duradera en el modo de ejercer el pontificado.
El peso simbólico de su nombre
Cuando el nuevo papa adoptó el nombre de León XIV, rindió homenaje a una figura histórica y evocó un modelo de liderazgo que conjuga tradición doctrinal con audacia pastoral, debido a que el nombre “León” tiene una resonancia particular en la historia eclesial: evoca firmeza, claridad de ideas y valentía frente a las crisis; y puede leerse como una señal de continuidad con la dimensión social del Evangelio, tan presente en Rerum novarum, y con la voluntad de diálogo con el mundo, sin diluir la identidad de la Iglesia.
Lo cierto es que en un tiempo marcado por la polarización, el desencanto institucional y los desafíos globales, la figura de León XIII resurge como símbolo de equilibrio, inteligencia y convicción, y que su nombre vuelva a ocupar el centro de la escena eclesial más de un siglo después de su muerte no es un gesto nostálgico, sino una declaración de principios.
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