Desde antes de la emergencia sanitaria, el paisaje rural cercano a las grandes capitales del país comenzó a cambiar de manera evidente, como consecuencia de la llegada de cientos de proyectos de vivienda que empezaron a localizarse en zonas campestres, rodeadas de naturaleza.
Con ellos, igualmente, inició la construcción de centros comerciales más pequeños que los tradicionales y distintos negocios que pudieran satisfacer las necesidades de los nuevos residentes de esas áreas.
Pero todo este movimiento no fue casualidad ni capricho por parte de los constructores, sino producto de una clara tendencia global que responde a la saturación de las urbes, el estrés que generan sus mismas dinámicas y a que las personas cada vez están en la búsqueda de espacios abiertos, calmados y que los desconecten del bullicio y las complejidades citadinas.
Para María Isabel Martínez, directora comercial de Arconsa, este fenómeno se ha venido presentando porque las personas quieren llevar una vida más tranquila y además –como sucede en los alrededores de Medellín, los pueblos y los municipios cercanos– porque hoy ya se habla de pequeñas ciudades que cuentan con todos los servicios, lo que ha facilitado que la gente pueda migrar con mayor seguridad, al tener cerca colegios, supermercados y demás comodidades.
“Esto se está dando desde hace más o menos unos 15 años, de manera paulatina, donde primero iniciaron los estratos más altos y los más adultos, al no encontrar en la capital áreas que los satisficieran y motivados por los beneficios que ofrecen estos sectores alejados”, precisa Martínez, al tiempo que destaca que en los últimos meses –debido a la pandemia– se ha visto un crecimiento significativo y una expansión relevante, puesto que el trabajo en casa lo permite.
A esto se une que muchos empresarios y trabajadores, al tener que ir a la ciudad o a sus oficinas solo una o dos veces a la semana, optan por vivir en las afueras. En el caso de Medellín, indica que esto también se presenta porque ya no tiene para dónde más ampliarse, todo se volvió unidades cerradas de edificios y encontrar casas es cada vez más difícil.
“En esa línea, entre los lugares favoritos en el Oriente cercano se sigue destacando Rionegro, Llanogrande y toda esa vía que existe después del alto hacia el aeropuerto, donde se concentran muchos de los proyectos”, manifiesta Martínez.
Con respecto a la tendencia a vivir lejos de las grandes ciudades, Andrés Bejarano, presidente de AIA, asegura que en el largo plazo ha habido tendencia a desplazarse desde el campo hacia las ciudades.
Sin embargo, agrega que en la medida que estas crecen se fusionan con municipios vecinos, dándose el fenómeno de zonas conurbadas, que siguen creciendo. Para él, la urbanización es una manifestación mundial y recuerda que en 50 años Colombia ha pasado de un 40 % de población urbana a casi el 80 %, en 2019.
“En Medellín, este fenómeno se ha dado hacia municipios vecinos, principalmente Bello en el Norte, Itagüí y Sabaneta hacia el Sur, y Rionegro y otros municipios en el Oriente. Esto se da por la escasez de tierras en la capital de Antioquia, especialmente para vivienda VIS y por restricciones en el Plan de Ordenamiento Territorial o POT. Se han habilitado entonces tierras en municipios vecinos que suplen esta necesidad”, subraya el directivo.
En lo que hace referencia a los lugares predilectos de los medellinenses para su vivienda, menciona que –fuera del Valle de Aburrá– están localizados en Oriente.
Así mismo, dice que el Suroeste ha servido más como zona para fincas de recreo y otras actividades agropecuarias. No obstante, considera que cuando queden habilitadas Pacífico 1 y Pacífico 2 se podría también facultar tierra para vivienda.
“Aunque, en mi opinión, en este aspecto Oriente sigue siendo mejor destino, dado que también allí se establecieron muchas empresas”, enfatiza Andrés Bejarano.