El carro es un Citroën 2cv, blanco. Adentro van el padre (cuyo nombre no está del todo claro, tal vez sea Ángel, intuyó alguna vez Daniel Samper Pizano), Raquel la madre y los dos retoños, niña y niño: Mafalda y Guille.
El carro, decía, está aparcado sobre la alfombra verde y atrás están esos árboles que, de verlos tanto, son todos tan familiares. El carro, retomo, ese que compró aquel abnegado vendedor de seguros padre de las criaturas que van en la silla de atrás para jactarse quién sabe de qué, ese carro en el que lo importante sigue siendo la persona, como lo define la niña, es apenas una parte de esta colección para quienes les gusta Mafalda, para los que crecieron con ella y son mafaldólogos de tiempo completo.
El carro, entonces, “lo restauró un fanático de los Citroën y de Quino”, cuenta Sabina Villagra, directora del Museo de los Niños de Córdoba, Argentina, donde surgió la idea de esta muestra hace 10 años. Bienvenidos a El mundo según Mafalda.
Está aquel casco de guerra agujereado que deja pasar las ideas, la palangana voladora, una reproducción de ese chiste de Felipe sobre el fin del mundo. ¿Lo recuerdan? El de aquella cuchara para recoger los restos de la humanidad.
Eché en falta el palito de abollar ideologías.
Itinerante
La intención de la exposición, cuenta Sabina, “era darles a conocer a los chicos, a las generaciones nuevas, a Mafalda, alentarlos a leerla”.
En el museo hicieron la investigación, el desarrollo, el diseño y la construcción de la muestra. Seleccionaron, entre todas las tiras que dibujó Quino, unos universos particulares: los mundos de Mafalda, el mapamundi que intenta ver como lo aprecian los chinos o que cuida como un enfermo. “Le duele el Asia”, le explica a Susanita.
“La inocencia de Mafalda, su manera particular de ver el mundo que le rodea, a partir de cuestionamientos, claro. Y si bien fue pensado para los chicos, la exposición se nos llenó de adultos. Se transformó en una propuesta para toda la familia”, agrega Sabina.
La exposición estuvo un año en Córdoba y luego empezó su viaje. Fue desde la austral provincia de Ushuaia hasta Jujuy, en el extremo norte de Argentina. Luego a Chile, a México, a Brasil, a Costa Rica y ahora, Colombia. Ya pasó por Bogotá y estará un mes en Medellín.
De época, pero vigente
Hay una tira de Mafalda para explicar cada situación actual. Inténtenlo y verán, si hasta podría decirse que Miguelito es el primer milenial.
Esta exposición recrea aquella época en que vivió la niña Mafalda, escenificando su universo. “Todos los objetos que se ven son de los años 60. Fue todo un proceso de recopilar y comprar cosas. La vajilla Durax que tenía toda familia argentina de clase media de aquellos años”, cuenta Sabina, mientras de un televisor escapa la Obertura Guillermo Tell de Rossini que avisa que en la pantalla está en acción el Llanero Solitario (solterón, en opinión de Susanita), el héroe de Felipe.
Porque hay, además, un compilado de dos horas con las series de tv de los 60 y publicidad de la época.
El tocadiscos, la mesa del comedor, los muebles de la sala (o del living, le diría Mafalda), el portafolio del padre, todo puesto ahí, invitando a sumergirse en la creación de Joaquín Salvador Lavado, para conocerla y que le den ganas de leerla. O para recordarla y que le den ganas de releerla.
Y, tal vez, si usted es un verdadero lector de Mafalda, un detallista de la tira cincuentenaria, note algunos detalles simples, guiños para mafaldófilos que puedan entender qué hace un “dentífrico” derramado sobre un cepillo de dientes o le hagan preguntarse el porqué de esa puerta marcada con una F.