Cada semana, el comediante John Oliver rompe récords de audiencias con su programa de HBO Last Week Tonight, pero el conteo que más suma dígitos es el de las redes sociales.
Los segmentos que la cadena decide publicar en su canal de Youtube suman reproducciones sin parar y es por el estilo sarcástico y punzante que este inglés de 37 años imprime en sus comentarios editoriales sobre las noticias más importantes de la semana.
Es famoso, por ejemplo, su comentario sobre el lado oscuro de la Fifa, que en plena época del Mundial se propagó impulsado por la misma viralidad del campeonato de fútbol y a la fecha acumula casi nueve millones de reproducciones.
Oliver sabe destapar ollas podridas y denunciar con humor lo que está mal. En menos de un año está alcanzando el éxito de las figuras de otros shows similares como Jimmy Fallon, Conan O’Brien, Jimmy Kimmel, entre otros.
Cada uno de ellos tiene su propio reinado en el horario estelar de sus respectivos canales de televisión, pero en el mundo digital están fundando un imperio cuyo valor se mide por la cantidad de suscriptores en los canales de Youtube y el número de reproducciones de sus videos.
Solamente los videos del canal de Youtube de Jimmy Fallon, actor y comediante que conduce The Tonight Show, en la cadena NBC, acumulan juntos casi dos mil millones de visualizaciones.
Esta viralidad es una mina de oro para las cadenas de televisión que afinan sus estrategias en redes sociales con el fin de cautivar nuevas audiencias en un ecosistema donde la competencia es voraz y los contenidos de calidad a veces son superados por producciones caseras o triviales.
La ventaja para los usuarios es que cada una de estas figuras de la pantalla pone su virtuosismo al servicio del entretenimiento. Cualquier día se puede ver a Jimmy Fallon creando una nube artificial en un laboratorio improvisado, a Jimmy Kimmel atacando con su arsenal de preguntas a las estrellas más famosas de Hollywood o a John Oliver provocando risas nerviosas con sus opiniones agudas sobre temas tan distantes como el consumo de azúcar o la pena de muerte que para él, de un modo paradójico, pueden llegar a ser la misma cosa.