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Diseñar un espacio para un niño dejó de ser un asunto meramente funcional para convertirse en una experiencia sensorial. Hoy, la arquitectura interior propone ambientes que combinan funcionalidad, estética y sensibilidad hacia el desarrollo infantil. La iluminación, los materiales, los colores, los sonidos y los aromas se convierten en aliados del aprendizaje y la creatividad.
“Un espacio puede modificar la conducta”, explica Alejandro Fernández, CEO del estudio de diseño interior, Inside. “Cuando hablamos de niños, lo multisensorial significa que cada textura, olor, sonido o color debe estimular su curiosidad y potenciar su aprendizaje”.
Esa mirada marca un cambio frente a generaciones anteriores. En los años ochenta o noventa, los padres decidían cómo debía ser la habitación; hoy, los niños participan en el diseño y expresan lo que quieren: desde murales de dinosaurios hasta rincones para cantar, bailar o pintar. Esa apropiación fortalece el vínculo con su entorno y fomenta el sentido de pertenencia.
La luz es uno de los factores que más incide en el bienestar infantil. Para estudiar se recomienda una iluminación neutra, cercana a la luz del día, mientras que para dormir funcionan mejor las luces tenues e indirectas que ayudan a bajar la energía. Incluso la tecnología permite programar escenas de luz y sonido que acompañan rutinas de manera natural.
Las texturas también juegan un papel clave, superficies lisas, rugosas, cálidas o frías se convierten en estímulos para la exploración. Incorporar fibras naturales, pisos de madera o cojines amplía las experiencias sensoriales y aporta calidez.
Estamos en una tendencia muy sostenible, en busca de lo natural, y eso también se traduce en las habitaciones de los niños”, señala Catalina Arcila, diseñadora de Inside. Pinturas sin plomo, maderas responsables y textiles ecológicos se han convertido en una exigencia para padres y diseñadores.
Entre las maderas más utilizadas aparecen el roble y el pino en tonos claros, que transmiten calidez y armonizan con una paleta en auge de tonos verde olivo, beige y blancos. Los acabados mates y las texturas que evocan lo natural, como la piedra o el algodón, son cada vez más comunes en habitaciones infantiles.
El mobiliario ya no se concibe con funciones rígidas. Una repisa puede ser escalera, escondite o mesa de juego. Esa flexibilidad estimula la imaginación y promueve la autonomía de los niños.
La seguridad, sin embargo, sigue siendo un criterio innegociable, con bordes redondeados, herrajes firmes y tornillos ocultos para evitar accidentes. Como explica Esteban Aristizábal, director de Perceptual, “en un producto para niños no puede haber puntas ni filos, cada detalle debe pensarse en función de la seguridad”.
El olfato y el oído también entran en juego. Aromas suaves, ventilación natural y música adaptada a cada momento enriquecen la experiencia multisensorial. Hoy es posible integrar sistemas de audio o asistentes digitales que acompañan rutinas de descanso, juego o estudio.
Además de lo sensorial, hay un factor de socialización que los diseñadores resaltan: muchas habitaciones incluyen camas nido o camarotes con una cama adicional debajo, pensadas para los primeros años de transición en los que los padres acompañan al niño o para que los primos y amigos tengan un lugar al quedarse de visita. Estos recursos convierten el espacio en un escenario compartido, donde se mezclan descanso, juego y vínculos afectivos.
En ese universo, los padres tienen un papel protagónico: escuchar a sus hijos y observar cómo disfrutan sus espacios. Esa información se traduce en decisiones de diseño más acertadas y en entornos que realmente responden a sus intereses.