La muerte es connatural a estar vivo. Uno en su mente quisiera que las persona cercanas duraran más de lo que, de pronto, es su proceso correcto de de vida. Para unos puede ser 90 años, otros 90 minutos y otros 9 años. En esto la vida es un misterio, no sabemos cuánto durará. Pero sí confío en que cada persona tiene en su interior la conexión sabia de saber cuánto dura su proceso. En su personalidad no sabe cuándo va a morir, pero su alma sí, por eso hay gente que, de alguna forma lo siente y se prepara para la muerte. Como no sabemos hablar de la muerte y la rehuimos, alejamos esa posibilidad de comprenderla y entender que es el paso a un mundo de luz y paz. Cada uno debería acatar y aceptar esas circunstancias relativas. En vez de pensar que la muerte fue injusta y que sucedió cuando no correspondía, más bien deberíamos dedicarnos a conectarnos con ese ser querido que partió desde la espiritualidad, cerrar los ojos, entrar en su dimensión, imaginarnos que está feliz, contento, le enviamos nuestro amor, gratitud y mensajes de cariño, que les llegan como antes le llegaban nuestros obsequios materiales. Cuando aceptamos la muerte somos capaz de comprender más la vida desde lo espiritual, si no la aceptamos tampoco comprendemos que la vida sigue en la espiritualidad.
Es valioso restablecer los roles de quienes partieron. Alguno era la alegría de la casa, otro el que contaba historias, uno más quien reunía a la familia, ponía la música y le daba la paz. Alguien dentro del grupo familiar, ojalá, asuma esos roles desde su interior, no vamos a quedarnos en el duelo y la tristeza. Una cosa es llorar y otra lamentarse; una cosa es reclamar y otra agradecer y bendecir.