Si lo que se hace allí constituye un gesto respetuoso en memoria de las víctimas, y recibe un uso adecuado, un mantenimiento, y si la comunidad se lo apropia, la decisión es buena, es la correcta.
No se trata de mirar solo el acto mismo de demoler el Mónaco sino qué es lo que se va a hacer, que sea importante.
El proceso arquitectónico debe estar acompañado de uno artístico, como pasó en Bogotá, con Doris Salcedo. Se piensa que restos del Mónaco se agrupen e instalen en un muro medianero de un predio contiguo. Más que eso, es mirar que allí quede una obra de arte encomendada a algún artista local connotado.
Es posible aprovechar pedazos, cascarones, secciones del edificio, pero eso debe estar vinculado a un proceso conceptual y creativo pensado desde el arte. No se trata de amontonar pedazos. Debe ser un espacio que también contemple un proyecto artístico en torno a las víctimas. No hay que tenerle miedo a contar las historias de lo que sucedió en la ciudad. Eso es inocultable. Se ha hecho en el mundo: si se va a Berlín se ve el recuerdo de los sacrificados por la guerra.
Será fundamental que la comunidad en general y la que vive en el entorno se apropie de ese espacio, para que haya procesos pedagógicos ciertos de memoria.