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Una fábrica de humo

La historia no juzga las promesas, sino los hechos. Y los hechos, hasta ahora, son elocuentes: mucho humo, poca gestión.

hace 13 horas
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  • Una fábrica de humo

El presidente Gustavo Petro pasará a la historia tal vez no como él quería –como un revolucionario–, sino por haber convertido su mandato en la más grande fábrica de globos y de cortinas de humo de la cual se tenga memoria.

El número de cortinas de humo que ha creado es directamente proporcional a la cantidad de fallas graves que ha tenido su gobierno, o a los escándalos en los que se ha visto involucrado. En la cartilla básica de manejo de crisis de los gobernantes siempre está lanzar algún tipo de anuncio que produzca impacto, así no sea cierto, para distraer a la opinión pública, de manera que se entretenga con otros temas que no terminan en nada y se olvida de los grandes descalabros del gobierno.

Y a decir verdad, no es Gustavo Petro el primero que ha echado mano de esta estrategia. La utilizaron también Ernesto Samper y Álvaro Uribe, entre otros. Pero lo que sí hace diferente a Petro es que no la utiliza como una herramienta más, sino que la ha convertido en su forma de gobierno.

La más reciente cortina de humo es la de la “octava papeleta”. Petro tuvo al país desde marzo con la retahíla de que iba a convocar una consulta popular y cuando ese globo de helio se acabó de desinflar, entonces anunció la nueva distracción: la “octava papeleta”. Y decimos cortina de humo, porque juristas como el exministro Alfonso Gómez Méndez explicaron que esa figura ya no existe.

El portafolio de globos de Petro es bastante nutrido: ha anunciado proyectos científicos imposibles (tejido humano en Marte, colonización lunar), y megaobras de infraestructura utópicas y sin estudios (tren del Darién, interconexión eléctrica con Panamá, aeropuertos internacionales en La Guajira y Tolú, tren bala en La Guajira, planta desalinizadora en Santa Marta). Estas iniciativas, en apariencia transformadoras, funcionan como espejismos: son utilizadas para proyectar una falsa imagen de modernidad y progreso, mientras lo esencial permanece desatendido.

También cuando declara días cívicos o propone cambiar el escudo nacional, no son más que fuegos artificiales con los que busca capturar el foco mediático. Lo mismo ocurre con las constantes menciones a teorías de conspiración —como el supuesto “golpe blando”, una junta del narcotráfico en Dubái o presuntos atentados contra el propio presidente— que sirven para victimizar al poder Ejecutivo y desacreditar toda crítica o fiscalización institucional. Así, en lugar de asumir responsabilidades, el Gobierno se esconde tras una narrativa de persecución y saboteo, donde el enemigo siempre es otro.

En septiembre pasado hizo una extraña alocución denunciando que se estaba utilizando el software de espionaje Pegasus en el país. Lo hizo después de que el presidente de la Corte Constitucional, Jorge Ibáñez, denunció que estaban chuzando sus comunicaciones. ¿Quién lo había usado? ¿Un agente del Gobierno? Nunca se supo.

¿Por qué proponer el cambio de escudo –con “dos cintas debajo de las patas del cóndor: una que diga libertad y otra orden justo”– y no tener un proyecto que lo respalde? ¿Por qué proponer un tren aéreo de Buenaventura a Barranquilla, sin tener mediana idea que puede costar la impagable suma de $700 billones?

Esta estrategia de distracción sistemática es directamente proporcional a la incompetencia que ha demostrado su Gobierno. Los medios de comunicación bombardeados con anuncios escandalosos, se quedan sin tiempo y espacio para contarle al país del sistema de salud que colapsa o del sistema de energía que amenaza con apagarse en la Costa Caribe, por mencionar solo dos de los muchos temas de importancia estructural para el país que están quedando en un segundo plano.

La agenda de la opinión pública ocupada por el humo no le da espacio para hablar del saqueo de la UNGRD o de la posible ilegitimidad de la Presidencia en la medida en que se obtuvo violando la ley de topes de financiación electoral, o de los casos del hermano del Presidente, o de su hijo o de “Papá Pitufo”.

Y en la medida en que Petro absorbe toda la atención, tampoco tienen mayor voz o cabida en la agenda sus contradictores políticos o quienes están tratando de hacer oír su voz para competir por curules en el Congreso o por la Presidencia el año entrante.

La brecha entre el discurso grandilocuente y la realidad concreta se hace cada vez más profunda. Las regiones históricamente marginadas, como el Chocó, el Catatumbo o La Guajira, son utilizadas como escenarios simbólicos para estos anuncios, pero sus comunidades continúan enfrentando el abandono estatal.

No se debe gobernar desde el espectáculo. La política no puede reducirse a una estrategia de marketing. Colombia necesita gobernantes que trabajen con seriedad, transparencia y sentido de responsabilidad. La ciudadanía debe mantenerse alerta frente a este juego de distracciones y exigir resultados concretos, medibles, visibles.

La historia no juzga las promesas, sino los hechos. Y los hechos, hasta ahora, son elocuentes: mucho humo, poca gestión.

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