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Después de estar más de 17 meses sin pisar un aula de clases, en muchos lugares del mundo han regresado los niños y niñas a sus escuelas y colegios. Pero, atención a este detalle: cuando un profesor puso a leer a 36 estudiantes de su curso se dio cuenta de que a 30 de ellos se les había olvidado leer. El caso lo reportó la BBC en la India, pero no sería nada extraño que lo mismo pueda estar ocurriendo en Colombia.
Hasta junio pasado la situación era dramática: seguían en educación virtual 8.300.000 estudiantes de los casi 10 millones matriculados en escuelas y colegios de todo el país. En tres meses tuvimos un gran avance y ese número se redujo a 2.868.000 estudiantes.
En porcentaje puede parecer poco, pues los que siguen en la casa son el 29 %, pero el número sigue siendo una verdadera tragedia. Que casi tres millones de niños no hayan podido retomar sus clases en sus colegios puede provocar trasformaciones culturales no propiamente buenas. Naciones Unidas alertó en un informe reciente que cerca de mil millones de menores alrededor del mundo están en riesgo de tener una “pérdida de aprendizaje” y hay quienes se atreven a hablar de una “generación perdida”.
En el caso de Colombia, lograr la cobertura casi universal de la educación básica es un esfuerzo que ha tomado décadas. Podría decirse que estamos en ese empeño, como Nación, desde hace dos siglos, cuando recién creada la República de Colombia: mientras Bolívar seguía dedicado a la revolución, lo primero que hizo Santander fue poner a funcionar lo que sería la educación pública.
Y cuenta la historia que Bolívar, preocupado por la vagancia de los huérfanos de la guerra en las calles de Bogotá, vía decreto les destinó para su educación el convento de los capuchinos, que era una de las más de cuarenta edificaciones que habían quedado abandonadas tras la salida de los españoles de la capital.
A comienzos de este siglo ya habíamos logrado tasas de cobertura en la educación básica primaria prácticamente del cien por ciento y estábamos en la tarea de lograr mejorar el cubrimiento del 78 % en la educación media.
Todo esto viene a cuento porque al revisar los indicadores de regreso a la educación presencial en todo el país las cifras no son en todos los casos las mejores. En Magdalena, por ejemplo, al cierre de septiembre no había regresado ningún colegio público, tan solo muy pocos privados. No más del 2 %. Sin embargo, a partir del 3 de octubre comenzó muy lentamente el retorno. En Cúcuta y Cesar no pasan del 34 % los que han regresado; en Córdoba y Sucre, del 42 %; en Bolívar y Santander, del 49 %. Es decir, todos ellos con menos de la mitad de sus niños y niñas en los colegios.
El caso de Medellín, el Valle de Aburrá y Antioquia, en general, merece un reconocimiento porque más del 95 % ya regresó a los colegios.
En algunas regiones, entonces, ese histórico esfuerzo de educación universal parecía estar yéndose a pique. Por la pandemia, que fue la razón principal para que los niños se quedaran en las casas, pero también por la torpeza con que algunos dirigentes del gremio de maestros, Fecode, e incluso gobernadores, como el de Magdalena, tramitaron esta crisis. Parecían más interesados en defender intereses individuales y sacarle réditos políticos a la crisis que en el bienestar de los niños y niñas. Y esto incluye la educación superior, donde también la virtualidad sigue predominando, en especial en las universidades públicas. En el caso concreto de Antioquia, hay un evidente contraste entre la presencialidad de los niños y la los estudiantes universitarios de las públicas, la cual todavía se ve lejos de concretarse.
Ahora, cuando vuelve a prender motores el calendario escolar, después de la semana de receso, es hora de que nos comprometamos a que todos puedan volver al colegio, donde la calidad de la educación es, sin duda, mejor que la educación virtual que muchos han venido recibiendo.
Porque, en palabras de Santander: la instrucción pública “prepara la felicidad de los pueblos que, cuando más ilustrados, conocen mejor sus derechos y se hacen más dignos de su libertad”