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La otrora poderosa Petróleos de Venezuela (PDVSA), que fue una de las mayores compañías del sector en América Latina, entró en un camino de decadencia y corrupción del que no se ha podido recuperar desde que llegó el chavismo al poder.
PDVSA inició operaciones hace cerca de 50 años, en 1976, cuando se nacionalizó la industria petrolera en el vecino país. La compañía, que se encarga de la exploración, producción y comercialización de hidrocarburos, se convirtió en la joya de la corona en uno de los países con las mayores reservas de petróleo del mundo, con más de 300.000 millones de barriles –Colombia apenas tiene reservas por 2.000 millones de barriles que le alcanzan para menos de 8 años–.
La petrolera es la principal fuente de ingresos de Venezuela que depende en un 80% de los recursos por exportaciones de crudo. En la época dorada alcanzó a producir más de 3,4 millones de barriles diarios de crudo (Colombia produce un promedio de 750.000 barriles al día). Esa fue una de las claves para el chavismo mantenerse en el poder pues además le tocaron los buenos precios internacionales que alcanzaron los 150 dólares el barril.
Pero de la gloria pasó a la decadencia por el pésimo manejo del gobierno y los hechos de corrupción, lo que llevó a una salida masiva de ingenieros y expertos del sector, que fueron reemplazados por fichas del régimen, entre ellos varios militares que estuvieron al frente de la petrolera. Los millonarios recursos se empezaron a dilapidar, la corrupción se apoderó de la compañía y Chávez y Maduro hicieron fiestas casi que regalando el crudo a sus aliados del continente y a Cuba, China, India y Rusia.
La cuenta de cobro tenía que llegar en algún momento después de este festín. Hoy la producción de la petrolera no llega a 800.000 barriles diarios. Con la reciente salida de Tareck El Aissami, el exministro de Petróleo y una de las principales fichas del chavismo, se destapó otro escándalo mayúsculo de corrupción que daría para pensar que ya se tocó fondo. Pero eso es hacerse ilusiones porque el saqueo nunca se detiene.
La punta de este nuevo iceberg comenzó a verse tras las sanciones impuestas por el gobierno de Estados Unidos, que puso un veto al petróleo venezolano. Para hacerles el quite, funcionarios del gobierno y directivos de PDVSA hicieron toda clase de maromas para comercializar el crudo en los mercados internacionales, para lo cual se aliaron con una inmensa red de intermediarios. El Aissami, al parecer, facilitó operaciones basadas en el uso de criptomonedas para seguir vendiendo el petróleo.
El portal armando.info, que denunció estas operaciones hace más de un año, señala que a PDVSA estos intermediarios le deben más de 3.600 millones de dólares, que están prácticamente perdidos. Pero la factura sigue creciendo y se habla de que la petrolera tiene cuentas por cobrar desde 2019 hasta 2022 por más de 21.000 millones de dólares, según la agencia Reuters, que equivalen al 86% del total de crudo que vendió Venezuela en tres años.
Este desfalco se presenta en un país en el que la pobreza cobija a más del 70% de su población, la inflación no baja del 300% anual, han salido capitales de manera masiva y la nación se encuentra en un estancamiento económico, factores que han llevado a la salida masiva de millones de venezolanos.
Tras el retiro de El Aissami siguen cayendo fichas y crece el número de detenidos: ya van 25 entre políticos, jueces, empresarios y funcionarios del gobierno. Precisamente, uno de los capturados es Bernardo Arosio, accionista de Prodata Energy, firma con sede en Venezuela, que iba a exportar gas desde Maracaibo hacia La Guajira, para lo cual se asoció con la compañía colombiana Integral Energy Plus. Ante el anuncio de la captura de Arosio, la firma colombiana decidió en una asamblea extraordinaria disolver la sociedad que había creado con Prodata Energy. La compañía dijo que no había realizado ningún contrato de importación de gas, y que estas operaciones estaban sujetas al visto bueno del gobierno de los Estados Unidos.
Cabe recordar que el gobierno de Gustavo Petro, que se ha mostrado contrario a la exploración y explotación de petróleo y gas colombiano a los que compara con la cocaína, viene anunciando que importará gas de Venezuela. Esta es una jugada que ha despertado toda clase de cuestionamientos porque no se entiende que desprecie los hidrocarburos nacionales por considerarlos contaminantes, pero sí privilegie los del vecino país.
Quedan muchos interrogantes cuyas respuestas se desconocen: ¿Cuál es el interés de Colombia de importar gas de Venezuela? ¿Por qué el empeño de no seguir explorando y depender de un país como Venezuela donde la corrupción campea? ¿Por qué tantos acercamientos de Petro y Maduro y qué otros negocios hay detrás? ¿Cuándo parará el desangre en PDVSA?
Mientras se conocen las respuestas hay que cuidar nuestra joya de la corona, Ecopetrol, para que se fortalezca y quede ajena de intereses políticos. Lo que pasa en el vecino país es un terrible ejemplo que no se puede seguir.