No deja de ser significativo que las Farc devuelvan a un brigadier general que tenían en su poder, porque ya habían privado de la libertad, por años y de manera despiadada, a un grupo numeroso de militares y policías, también a figuras políticas, y por eso este gesto, aunque con moderación, debe valorarse como un mensaje de que esa guerrilla quiere mantener la mesa de conversaciones con el Gobierno.
Pero hay que mirar también las preguntas y respuestas a las que remite este episodio: la retención del general Rubén Alzate, de la abogada Gloria Urrego y del cabo Jorge Rodríguez no debió ocurrir, por lo menos no de la manera tan desprotegida e ingenua en la que cayeron en manos de guerrilleros del frente 34. Ya habrá tiempo para digerir las explicaciones del alto oficial.
Pero es en esta misma dirección que queremos llamar la atención de las autoridades del Gobierno y de las Fuerzas Armadas, en cuanto a que si rige una negociación en medio de las hostilidades, este tipo de descuidos no pueden ocurrir. Tanto por razones de índole militar como políticas.
De no ser por el rechazo unánime de la sociedad civil y por la eficaz y rápida mediación de los países garantes y también porque las Farc no quisieron convertir a los cautivos en moneda de cambio y propaganda indefinida, el hecho hubiese podido llevar el proceso a límites de presión imprevisibles e incluso echar al traste dos años de negociaciones.
Ya las Farc entregaron a los cuatro militares y a una civil, y ahora queda mirar con reposo, pero con prontitud, que las partes hallen mecanismos de desescalamiento del conflicto armado.
Hoy no es viable una tregua bilateral, especialmente porque las Farc siempre han caído en la tentación de sacar ventaja de cualquier señal de distensión y suspensión de las operaciones militares oficiales. Pero sí es posible que se examinen acciones puntuales parciales que ayuden a consolidar una mayor confianza y a aminorar, por ejemplo, el impacto de la guerra interna sobre la población civil. Que no ocurran, verbigracia, asesinatos como los de los guardias indígenas del Cauca o los bombazos que a lo largo de 2014 han azotado pequeñas ciudades y pueblos del país.
La rápida solución de esta crisis también dice que ha sido capaz de triunfar cierto ánimo de sensatez y entendimiento entre el Gobierno y las Farc y que ello debe servir como combustible para acelerar a fondo el cierre de los cinco puntos de la agenda y la firma, en cuestión de meses, del Acuerdo para la Terminación del Conflicto y la Construcción de una Paz Estable y Duradera.
La entrega sanos y salvos del general, la abogada y el cabo, en Vegáez, cerca del río Arquía, en Chocó, se vierte en un vaso que debe verse más “mediolleno que mediovacío”. Lo entendemos así porque este episodio pudo prestarse para desbaratar la cuidada estructura que han venido armando los negociadores en La Habana, que tiene puntos débiles y es susceptible de mejorarse, pero que es cierta y ha arrojado los resultados que ningún otro proceso de los intentados en Colombia.
Saludamos la libertad del general y sus acompañantes y hacemos votos porque el proceso encuentre la vía irreversible de su consolidación y culminación. Las Farc tienen que entender que, aunque se está negociando en medio del conflicto, cualquier acción suya tiene consecuencias inmediatas en la percepción ciudadana sobre su voluntad y compromiso con el proceso de paz. No pueden olvidar que es la sociedad quien aprobará o no lo pactado.