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Las palabras que arman las balas

hace 8 horas
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  • Las palabras que arman las balas

El atentado contra el senador Miguel Uribe Turbay no solo fue un ataque contra su vida: se convirtió en un tiro de gracia que le pegó a Colombia en el lugar donde guardaba la esperanza de que los tiempos oscuros de la violencia política ya habían quedado atrás.

Desde estas páginas nos unimos a todo el país en el dolor por los hechos ocurridos; extendemos a su esposa, a su papá y a sus hijos un abrazo solidario y expresamos nuestro más profundo deseo de que la energía de toda una nación que se resiste a perder a este líder de las nuevas generaciones pueda ayudar a los médicos a hacer el milagro. El atentado del que acaba de ser testigo Colombia podría no ser un episodio aislado: podría ser el resultado del alarmante clima de hostilidad verbal que se ha vuelto costumbre desde la Presidencia.

Colombia ha venido transitando una peligrosa pendiente en la que el lenguaje ha perdido toda moderación. La retórica del “enemigo”, del “traidor”, del “usurpador”, se ha instalado en el discurso de la Casa de Nariño.

Cuando el presidente Gustavo Petro acusa al Congreso de ser “representante de las mafias” o afirma que “los medios son cloacas de la oligarquía”, está trazando líneas de odio. Cuando amenaza con que “se aprueban las reformas o este pueblo se tomará el poder” no está llamando propiamente a la movilización pacífica.

Cuando el mandatario maltrata, día tras día, a jueces, empresarios, y políticos opositores, está abonando el terreno para que algún fanático se sienta empoderado para pasar de las palabras a los hechos.

En sociedades crispadas como la nuestra, las palabras importan. Los discursos construyen atmósferas. Y los líderes con sus expresiones moldean la conducta de sus seguidores. Un presidente no puede hablar como un activista, como lo ha hecho Petro. No puede incendiar la opinión pública con frases provocadoras porque en política, el verbo fácilmente se convierte en pólvora.

En ese contexto, llama la atención que el Presidente, en su alocución del sábado, hizo por primera vez en mucho tiempo un llamado a la serenidad. Se refirió a Miguel Uribe como “hermano de sangre”, pidió dejar el odio y la venganza, reconoció la importancia de las familias presidenciales en una sociedad –en referencia al abuelo de Miguel Uribe– y admitió que el atentado “es un fracaso del Gobierno”.

Las palabras de Petro no cayeron bien. Muchos colombianos, embargados por la indignación y el dolor, las recibieron como un juego retórico más de los que el Presidente acostumbra. Otros consideran que el gesto –por loable que parezca– llega tarde y tiene poca credibilidad.

Y es que ciertamente Petro no puede pasar de estigmatizar a la oposición, con discursos encendidos, a declararse “hermano de sangre” sin hacer un mea culpa sobre los excesos verbales con los cuales ha alimentado un ambiente de peligrosa confrontación.

¿Por qué ese cambio de tono? ¿Es real o es solo apariencia? Son varias interpretaciones. La primera, y la más cínica, es que ante la posibilidad de que la opinión pública lo responsabilice moralmente, busca blindarse y aparecer como un estadista que llama a la concordia. La segunda interpretación, más benévola, es que ha comprendido —tarde, pero ha comprendido— que su lenguaje de guerra intoxica la democracia. Ojalá fuera así, y estuviéramos ante un punto de inflexión que le permita terminar su gobierno sin tanta zozobra.

Una tercera interpretación, pragmática, es que Petro no ha cambiado, pero entiende que debe parecer que ha cambiado. Sabe que la violencia política tiene un límite de tolerancia pública. Sabe que si no se desmarca rápidamente de cualquier señalamiento, por injusto que sea, corre el riesgo de acelerar su desgaste. El mensaje de la “paloma de la paz” sería un gesto táctico, no ético.

Está en manos de Petro demostrar que su episódico discurso de paz no es solo retórica sino un compromiso real de terminar los 424 días que le quedan de mandato en un espíritu diferente. Muy pronto sabremos si sus palabras eran un giro sincero o un procaz cálculo político.

El Gobierno tiene el deber urgente de garantizar una investigación rápida y concluyente sobre el atentado contra Miguel Uribe. En una era de alta tecnología, donde la inteligencia artificial y el rastreo digital permiten esclarecer crímenes complejos, resulta inadmisible que este caso quede sin responsables.

La seguridad de líderes de la oposición como Miguel Uribe no puede seguir dependiendo del azar. No tiene ninguna presentación que quienes están en la guerra, a los que Petro ha nombrado dizque gestores de paz, disfruten hoy de esquemas de protección del Estado, mientras que líderes políticos legítimos de la oposición permanecen casi desprotegidos.

Decía el presidente Petro el sábado que el atentado era una derrota de todos y que de las derrotas se aprende. Entonces, Presidente, si su alocución del sábado fue sincera, es hora de moderarse y dejar de utilizar el poder como tribuna de agitación. Si opta por volver a encender los ánimos entonces su llamado a la paz no será visto como gesto de grandeza, sino como una burla cínica frente a un país golpeado por la violencia y muy dolido por el atentado contra Miguel Uribe Turbay.

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