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La relación tóxica de las élites con la periferia

La élite política tradicional (y la emergente) no suele tener escrúpulos a la hora de hacer pactos con otras élites, que pueden llegar a cometer delitos a cambio de que les den apoyo y les ayuden a ganar elecciones.

16 de octubre de 2024
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  • La relación tóxica de las élites con la periferia

Nunca antes habíamos tenido un premio Nobel de Economía que conociera tan en detalle a Colombia como el recién galardonado, el estadounidense James Robinson. No solo en su libro “Por qué fracasan las naciones” hace referencia al país, sino que en 2013 escribió un ensayo específico que tituló “Colombia, ¿otros cien años de soledad?” y publicó en el sitio en internet de la Universidad de Harvard.

Este ensayo es una especie de balance de los dos gobiernos de Álvaro Uribe (2002-2010), vistos desde la perspectiva de la historia del país. En él habla de cómo las guerrillas y los paramilitares estaban llegando a ser la mitad de la Fuerza Pública del Estado y cómo también la guerrilla tenía el plan de tomarse a Bogotá. Y que, gracias a una ofensiva militar sostenida, el gobierno de Uribe sacó a las Farc de la mitad de los municipios en los que estaba y logró una drástica caída en homicidios y en secuestros, así como la desmovilización de más de 30.000 paramilitares.

Sin embargo, dice Robinson que, a pesar de todos los avances, Uribe no logró transformar definitivamente al país porque no rompió con la manera como ha sido gobernada Colombia desde 1819. “Por muy bueno que fue (el plan de consolidación nacional de Uribe), su estructura no reconocía suficientemente la incapacidad política del Estado colombiano en la periferia”, concluyó el Nobel en su ensayo de hace diez años.

El que Robinson haya recibido el Nobel es una buena oportunidad para recuperar sus reflexiones sobre nuestro país con el ánimo de que las entendamos y podamos construir a partir de sus análisis. La tesis más reveladora de su ensayo, por ejemplo, es la que dice que el mayor lastre de Colombia, lo que le ha impedido avanzar, contrario a lo que todo el mundo cree, no han sido la guerrilla ni los paramilitares ni los carteles del narcotráfico, que estos problemas son resultado de otro estructural que podríamos llamar esa relación tóxica entre élites del centro (menciona a Bogotá) y élites de la periferia.

A la hora de hablar de élites de la periferia, menciona a clanes corruptos o a grupos paramilitares o de la guerrilla que en no pocas ocasiones han terminado aliados con las élites del centro.

Robinson puso varios ejemplos para ilustrar su tesis y uno de ellos es el difunto senador Víctor Renán Barco, cuya coalición gobernó a Caldas durante 30 años, y según el Nobel, mientras en Bogotá, Barco andaba leyendo la revista The Economist, escribía una columna en Portafolio y era el gran contradictor del Ministro de Hacienda al que obligaba a mantener una política macroeconómica prudente; en Caldas era otro completamente contrario: “Tenía la reputación de dirigir una de las más severas e intransigentes maquinarias clientelistas de compra de votos del país. El destino de quienes investigaban esta maquinaria, tal como sucedió con el periodista de La Patria Orlando Sierra, era típicamente un balazo en la cabeza”.

Si bien, nunca se ha probado la responsabilidad de Víctor Renán Barco en la muerte de Sierra, lo que argumenta Robinson es el mecanismo general que opera en la política de Colombia: “La élite política, básicamente, delega el control de muchas partes del país a otros grupos a cambio de soporte y votos. En el proceso de delegar se crea un vacío de autoridad y ese vacío permite que ingresen, por ejemplo, la cultura de la coca”. Es decir, la élite política tradicional (y la emergente) no suele tener escrúpulos a la hora de hacer pactos con otras élites, que pueden llegar a cometer delitos a cambio de que le den apoyo y les ayuden a ganar elecciones.

Si bien la expresión más fuerte de esa relación de elites de la periferia fue la visita de los paras al Congreso, el tema no es nuevo. Lamentablemente ha pasado en prácticamente todos los gobiernos. Después de que Robinson escribió el ensayo vinieron las alianzas de Juan Manuel Santos con esa máquina de clientelismo y corrupción que eran Ñoño Elías y Musa Besaile, luego vino la resistencia inicial de Iván Duque a ese esquema que se llamó mermelada, pero ante el cual al final terminó haciendo concesiones, y hasta ahora, cuando el gobierno de Gustavo Petro ha mostrado hacer alianzas con algunas de las menos recomendables élites de la periferia.

A pesar de este panorama, Robinson no es completamente pesimista sobre el futuro de Colombia. Destaca Las reformas democráticas y la Constitución de 1991, que amplió los derechos y fortaleció el marco institucional. Según él, el verdadero reto de Colombia radica en la capacidad de consolidar instituciones incluyentes, capaces de distribuir el poder político y los recursos económicos de manera más equitativa, y en las cuales los ciudadanos puedan participar plenamente en las decisiones que afectan sus vidas.

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