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La primera dama ¿real o fake?

Lo que está en juego no es el matrimonio de un presidente, sino la integridad de los recursos públicos. Verónica Alcocer ha actuado desde “hace muchos años” como primera dama, sin serlo formalmente”.

hace 9 horas
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  • La primera dama ¿real o fake?

Colombia ha tenido todo tipo de primeras damas: unas más protagónicas, otras más prudentes; algunas con proyectos de alto impacto social, otras concentradas en acompañar el día a día del mandatario. Pero nunca antes al país le había tocado una “primera dama” tan polémica, tan ambigua y, en muchos aspectos, tan desconcertante como Verónica Alcocer.

El país apenas se acaba de enterar de que ya no ostenta tal rol, y lo hace por una razón tan extraordinaria como comprometedora: la inclusión de ella en la Lista Clinton. Solo entonces, el presidente Gustavo Petro —quien hasta ese momento había guardado en secreto esta separación con implicaciones institucionales— se vio precisado a informar que “está separada de mí desde hace años”.

Si bien el Presidente tiene todo el derecho de hacer con su vida privada lo que a bien considere, cuando dicha vida privada implica el uso de recursos públicos, la falta de transparencia se vuelve inaceptable. Lo correcto habría sido notificar con claridad, y a tiempo, que ya Alcocer no hacía parte de la familia presidencial y por ende, no podía ejercer funciones oficiales ni usufructuar beneficios financiados por el erario.

Los colombianos, que en últimas somos quienes sostenemos con nuestros impuestos cada escolta, cada viaje, cada acto protocolario, tenemos derecho a exigir transparencia. Con un comunicado de dos líneas bastaba. Pero eso de rendir cuentas no es propiamente el fuerte de este Gobierno.

La noticia de la separación presidencial llegó al país de una forma poco convencional: a través de una escena cuidadosamente coreografiada por el propio Petro en Panamá, donde se dejó ver públicamente cogido de la mano con una mujer trans, en lo que más pareció un gesto político que una genuina declaración de estado civil. Incluso en la entrevista con Juanpis González, en mayo pasado, cuando el humorista le preguntó por Alcocer, el presidente respondió: “Está en Europa, haciendo lo que le gusta: relaciones públicas”. Y añadió que había representado a Colombia en el funeral del papa Francisco. Es decir, para entonces ya estaban separados, pero Petro evitó una vez más hablar con franqueza.

La pregunta es inevitable: ¿Por qué Gustavo Petro no fue franco desde el principio? ¿Por qué ocultar la separación? ¿Permitió esto que Verónica Alcocer siguiera usando recursos del Estado sin justificación ni función clara?

Los indicios no son menores. El 16 de octubre, por ejemplo, Alcocer apareció en la celebración de la Fiesta Nacional de España en Bogotá, en fotografías donde figuraba como anfitriona junto al esposo del embajador español. ¿Sabían los diplomáticos que estaban ante una figura sin representatividad oficial? ¿Invitaron a la esposa del Presidente o a Verónica Alcocer? ¿Hubo, tal vez, un engaño diplomático, intencionado o no?

La separación que el presidente Gustavo Petro ocultó va más allá de la esfera íntima: es un reflejo preocupante de la informalidad con la que se maneja el poder en Colombia. Esta separación, oculta deliberadamente, pone de relieve vacíos profundos en la cultura política del país, donde la falta de límites claros entre lo personal y lo público da lugar a abusos, ambigüedades e incluso posibles irregularidades.

El Colombiano publicó recientemente un informe detallado sobre los viajes de Verónica Alcocer durante el último año: participó en actividades oficiales en Egipto, Suecia, China y Medio Oriente, e incluso encabezó la delegación colombiana en el funeral del papa. Actuó, en todos los casos, como primera dama. Y sin embargo, ninguna de las autoridades extranjeras sabía que ya no tenía vínculo con el Presidente de la República y por ende con el Estado colombiano. La pregunta inevitable es: ¿quién financió estos viajes?

Casa de Nariño respondió a este periódico que fueron pagados con “fondos propios”. Pero esto, lejos de disipar dudas, las multiplica: ¿cómo puede una persona sostener, en tan corto tiempo, una agenda internacional con semejante despliegue logístico, hoteles de lujo y representación institucional? ¿De dónde provienen esos recursos? ¿Quién los aportó y a cambio de qué?

Las inquietudes crecen al recordar que el nombre de Verónica Alcocer ha estado relacionado con diferentes contratistas interesados en los negocios del Estado. Desde el catalán Mané Grau hasta Danilo Romero, cuya esposa, Carolina Plata, fue asesora o dama de compañía de Alcocer en Presidencia. Romero, empresario del sector energético, que en distintos momentos ha financiado a los Petro Alcocer y fue mencionado en uno de los escándalos de Ecopetrol, representa precisamente ese tejido difuso entre poder político y poder económico que tanto daño le ha hecho a la institucionalidad colombiana.

En definitiva, lo que está en juego no es el matrimonio de un presidente, sino la integridad del uso de los recursos públicos. Verónica Alcocer ha actuado desde “hace muchos años” como primera dama, sin serlo formalmente, y sin un marco legal que defina sus funciones, límites o deberes.

La figura misma de “primera dama”, que ya en democracias modernas es objeto de discusión por su falta de legitimidad y reglamentación, se vuelve aquí un vehículo para el usufructo privado del Estado.

En aras de la transparencia, el presidente Petro debería publicar un informe detallado sobre todos los gastos asociados a viajes, asesorías y contratos vinculados a la figura de Alcocer desde el inicio del mandato. La función pública no puede prestarse para privilegios privados ni para simulaciones institucionales.

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