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El año agridulce de las criptomonedas

2025 termina con señales mixtas para las criptomonedas: han ganado poder, reconocimiento y adopción, pero también han vuelto a exhibir su vulnerabilidad estructural.

hace 18 horas
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  • El año agridulce de las criptomonedas

En teoría, 2025 debería ser un año de celebración para las criptomonedas. Con un presidente abiertamente favorable al sector, avances regulatorios largamente esperados y una adopción creciente por parte de la banca y los grandes gestores de inversión, el ecosistema digital parecía tener el viento a favor para consolidarse. Pero en la práctica el balance ha sido menos festivo: el bitcoin y otras criptomonedas han sufrido correcciones profundas, sembrando dudas tanto entre pequeños ahorradores como entre inversionistas institucionales.

La promesa de una nueva era financiera vuelve a chocar con la misma realidad de siempre: un mercado aún frágil, propenso a episodios de pánico y con debilidades estructurales que la euforia no alcanza a ocultar. Un año que parecía destinado al triunfo terminó siendo, más bien, agridulce.

En el lado positivo, hay logros innegables. La reelección de Donald Trump marcó un giro drástico en el enfoque político hacia las criptomonedas en Estados Unidos. Su gobierno desmontó buena parte del cerco regulatorio que había contenido al sector bajo la administración anterior e impulsó normas que empiezan a dar mayor certidumbre a emisores de tokens y plataformas de negociación. En particular, sobresale un avance decisivo: la aprobación del GENIUS Act, una legislación federal para los stablecoins que, por primera vez, fija un marco claro sobre cómo deben respaldarse, bajo qué estándares operativos y de supervisión pueden circular y qué obligaciones deben cumplir sus emisores.

Impulsados por este giro regulatorio, los stablecoins —activos digitales que buscan replicar el valor de monedas fiduciarias como el dólar o el euro y que se venden como de riesgo casi “cero” al prometer respaldo en efectivo o equivalentes— se han consolidado como los grandes ganadores de 2025 en el mundo cripto. Lejos de ser una promesa futura, estas “monedas estables” ya mueven billones de dólares al año y se están incrustando, cada vez con menos resistencia, en el sistema financiero global: no solo habilitan transacciones dentro del universo cripto, sino que empiezan a competir con rieles tradicionales de pagos transfronterizos.

Desde plataformas como Visa y Paypal, hasta startups de remesas en mercados emergentes —y, en el caso colombiano, con iniciativas como Wenia de Bancolombia que buscan acelerar su uso—, los stablecoins se han convertido en instrumentos clave para pagos, transferencias y ahorro, pasando de la marginalidad a la conversación central de la industria financiera. En economías con alta inflación o con acceso restringido al dólar, su adopción ha crecido de forma exponencial.

Además, el sector cuenta hoy con una red de aliados en los principales centros de poder. El presidente Trump se ha autodenominado “el presidente cripto” y su familia ha amasado una fortuna significativa invirtiendo en estos activos. Esto, sumado a un Congreso estadounidense aliado, ha incentivado el ingreso de actores institucionales, incluidos bancos, fondos de pensiones y grandes firmas de inversión al universo de los criptoactivos.

Sin embargo, esta expansión no está exenta de riesgos. Las principales stablecoins, como Tether (USDT), siguen operando con un grado de opacidad que muchos analistas consideran preocupante. Aunque han mantenido, en términos generales, su paridad con el dólar, la información disponible sobre la composición y la gestión de sus reservas continúa siendo limitada, y las auditorías independientes se perciben como insuficientes. Además, parte de los activos que respaldan estos stablecoins no corresponde estrictamente a instrumentos de “riesgo cero” y su escala ya es sistémicamente relevante: el emisor de USDT se ha convertido en uno de los mayores tenedores de bonos del Tesoro estadounidense de corto plazo, en volúmenes comparables a los de países como Japón, China o el Reino Unido. En un escenario de pérdida abrupta de confianza, esa combinación de tamaño y estructura de reservas podría amplificar presiones de liquidez y traer grandes riesgos para el sistema.

Pero, más allá del auge de los stablecoins y de los riesgos asociados, el balance financiero del ecosistema cripto ha sido decepcionante. Bitcoin, que en octubre alcanzó un pico cercano a los 126.000 dólares, ha perdido más del 30% de su valor en pocos meses y apunta a cerrar diciembre por debajo de los 90.000 dólares, diluyendo buena parte del avance del año. Lo preocupante es que esta corrección podría reflejar una fatiga de relato: no aparece una nueva historia capaz de sostener otra ola de entusiasmo alcista, en parte porque el sector ya ha avanzado en lo que antes se veía como su gran pendiente: mayor legitimidad y una adopción más amplia.

Otros activos del ecosistema, como Ether, Solana y una amplia gama de tokens, han sufrido caídas aún más pronunciadas que el bitcoin. Asimismo, productos diseñados para atraer a pequeños inversionistas, como los ETF de bitcoin y de otras criptomonedas, han registrado salidas significativas de capital: el optimismo se ha ido disipando con rapidez.

Así, 2025 termina con señales mixtas para las criptomonedas. Han ganado poder, reconocimiento y adopción, pero también han vuelto a exhibir su vulnerabilidad estructural. El desafío de cara al próximo año será doble: ya no solo crecer, sino demostrar que —más allá de una novedad especulativa— pueden integrarse de forma estable al sistema financiero tradicional.

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