Los franceses, al igual que muchos europeos, sienten la paradoja de experimentar un estado de ánimo más próximo a la insatisfacción y la inconformidad, a pesar de vivir en un Estado del primer mundo, donde las prestaciones sociales son aún, a pesar de la evidente incertidumbre financiera futura, un p0otente factor de bienestar común.
No obstante ese clima de inconformidad, la democracia francesa acaba de dar un ejemplo más de su fortaleza y pluralismo. Los franceses podrán quejarse de sus políticos y de las modalidades como estos ejercen su función, pero no de la falta de opciones para votar programas de gobierno, pues había candidatos de todos los sectores.
La campaña ha sido intensa y a los franceses les apasiona la política, siguen con vivo interés los debates electorales y son estrictos al valorar la talla intelectual y la elocuencia de los candidatos. No en vano, un índice de participación en las urnas del 77,77 % de ciudadanos, alto para cualquier país, refleja que los franceses, en esta ocasión más que en otras anteriores, se sintieron concernidos por la definición del rumbo de su país, y con él, de su papel en Europa y el mundo.
No fallaron los sondeos que ubicaban al centrista Emmanuel Macron y a la nacionalista Marine Le Pen, del Frente Nacional, como punteros en apoyo popular para pasar a la segunda vuelta del próximo 7 de mayo. Son dos candidatos que no están adscritos a ninguno de los partidos o grandes movimientos político-ideológicos que han gobernado Francia desde que terminó la Segunda Guerra Mundial. Macron obtuvo el 24,01 % de los votos, y Le Pen el 21,30 %.
Desde el punto de vista económico, quizás el programa más sólido -y electoralmente menos popular- lo tenía el conservador François Fillon, que dijo con claridad que había que recortar el gasto público, eliminar al menos 500 mil cargos públicos y dejar atrás la jornada laboral de 35 horas semanales, aumentándola de nuevo. Pero Fillon no se quemó por estas propuestas, sino por haber engañado a los ciudadanos posando como candidato intachable, sin serlo. La prensa destapó una a una todas sus indelicadezas como político.
El partido socialista obtuvo el peor resultado posible. El actual presidente, François Hollande, de ese partido, tenía tan clara esa segura debacle que ni siquiera optó por presentarse a la reelección. El candidato socialista, Benoit Hamon, apenas logró el 9 % de los votos.
El mundo parece dar por hecho que el 7 de mayo Emmanuel Macron será elegido presidente. De hecho, casi todos los candidatos derrotados el domingo anunciaron su adhesión. Macron, de 39 años, fundó su movimiento político, ¡En Marcha!, hace apenas un año. Fue ministro de Economía dos años, pero nunca ha sido elegido por votación popular a ningún cargo. Se ubica en el centro político, y sería el primero en la Francia contemporánea en gobernar sin ubicarse ideológicamente de forma precisa. Es proeuropeo, no denosta de la inmigración ni de los inmigrantes, como Le Pen -que incluso rechaza a los inmigrantes legales- y es un político de nueva generación que no le teme a la globalización.
Francia es una potencia mundial. Ha sido faro para Occidente durante muchos años. Sus ciudadanos enviarán un mensaje al mundo el 7 de mayo. El pasado domingo ya dieron una primera muestra.