El cierre por ahora indefinido del Teatro Metropolitano José Gutiérrez Gómez, debido al desgaste de una estructura metálica exterior en el ala norte, además de obligar a poner la atención en lo necesario que es reparar los desperfectos, también abre la reflexión en torno a los recursos limitados con los que se hace empresa cultural en Medellín y frente a la pluralidad del espacio disponible, en una escala mayor y con la gala requerida, en especial para ciertos géneros de la música, la danza y las artes escénicas.
Del Teatro Pablo Tobón Uribe, aún tan vigente y querido, en el centro de la ciudad, en los años ochenta se trasladó y se intensificó la oferta teatral en el Metropolitano, que, paso a paso, se convirtió en el escenario principal de conciertos, danzas y obras escénicas de gran formato, que por demás requieren condiciones de iluminación, acústica y apreciación especiales.
No hablamos de un escenario para la “cultura culta” y otros para la cultura popular. Señalamos que allí le es posible a Medellín cumplir con estándares indispensables para ciertas expresiones culturales que, puestas en escenarios con otras características, corren el riesgo de perder su potencia y su dimensión estética y creativa.
Hay que decir, entonces, que la ciudad requiere, cuanto antes, hallar una solución para los daños del Teatro Metropolitano, porque de por medio está el riesgo de sufrir demasiadas pérdidas en todos los ámbitos: la frustración de los grupos artísticos locales, nacionales e internacionales que ya tienen a Medellín como una de sus paradas habituales del calendario. La del público, que puede ver reducida o cancelada una oferta que demanda y disfruta. Y la de los empresarios de la cultura, que trabajan con estrechos márgenes de utilidad o sin ánimo de lucro, que se sentirían en el peor de los mundos sin promover lo que aman: la cultura.
Sin entrar en los terrenos sinuosos de las responsabilidades y sobre qué pudo fallar en la cadena histórica de la existencia y la administración del Teatro, y buscando una solución al problema (no al revés), invitamos a las entidades públicas y privadas a rodear y apoyar, con recursos humanos, técnicos y financieros, a las directivas del escenario para hacer las reparaciones exigidas de la mejor manera y en el menor tiempo.
Que se escuche el planteamiento hecho por María Patricia Marín, directora del TM: “Es un imprevisto mayor que no se tiene contemplado en ningún rubro de mantenimiento extraordinario en el presupuesto anual de una entidad cultural privada sin ánimo de lucro que autogestiona sus recursos; será determinante la unión público-privada para gestionar entre todos los recursos”.
Si las crisis deben ser vistas como oportunidades, tras este traumatismo Medellín debe ahondar en el mantenimiento, ampliación y diversificación de escenarios para las múltiples escenas culturales que lo vitalizan a lo largo del año. Hoy, la comunidad vibra con la cultura y la cultura vibra con esta ciudad.
Una larga y variopinta temporada de obras culturales demanda una Medellín lista para exhibirlas. Por fortuna, disponemos de una infraestructura bastante robustecida en otros órdenes, entonces que sea este el momento para darle un aire a otros ámbitos y escenarios de la vida ciudadana, que no se deben medir en indicadores de pérdidas y ganancias, sino en los del costo beneficio espiritual y humano. Así que manos a la obra....