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A juzgar por el ambiente que se respira en redes sociales, expresar una preferencia política se ha convertido en una actividad de alto riesgo.
Así lo pudo constatar nuestro campeón Egan Bernal cuando, tras revelar en Twitter que su voto sería por Fico Gutiérrez, tuvo que soportar la andanada más inclemente, en la que llegaron incluso al extremo de decirle que ojalá se hubiera muerto en el accidente que sufrió en carreteras cercanas a Bogotá. Esto es absolutamente inaceptable y revela el nivel de inhumanidad y de estupidez colectiva al que pueden llegar las redes sociales: logran convertir un acto sublime de superación personal y física en un motivo de destrucción.
Pero además de ese comentario inapropiado, Egan tuvo que soportar que seguidores varios de Gustavo Petro, entre ellos personalidades de la farándula nacional, lo regañaran por su decisión y le dijeran públicamente cómo tenía que pensar. Según estos nuevos gurús de la política, por “venir de abajo” Egan tiene que apoyar a Petro y hasta le dijeron traidor de clase. Faltaba más que un ciudadano mayor de edad, en pleno uso de sus derechos, no pudiera tomar libremente una decisión y expresarla, porque, supuestamente, según tal o cual teoría, su origen social le obliga a respaldar a un único candidato. Suena a la dictadura del lugar común y de la lógica simplona.
Este episodio, además, muestra una faceta perniciosa de las redes sociales de cara a las elecciones: la de los influenciadores como instrumento de las bodegas para ataques o aplausos. La clave está en qué tan bien tiene montadas sus bodegas cada candidato, esas decenas de miles de cuentas de Twitter que detrás tienen personas reales o falsas y que pueden operar como hordas de perros hambrientos persiguiendo al enemigo o, por el contrario, como una corte que colma de alabanzas a los que se declaran amigos.
De tal suerte que, por ejemplo, si una actriz se pronuncia a favor de Gustavo Petro, le llueven decenas de miles de aplausos (“likes”), lo cual produce un gran estímulo a su ego y es posible que, por el perfil propio de los influenciadores, quiera repetir una y otra vez el proceso que genera tal efecto positivo sobre su aceptación pública. Por eso, cuando otros, como Egan, no se pronuncian a favor del dueño de las bodegas o incluso en contra, lo someten a esta especie de chiflido en redes. Ocurrió también con el paro, en ese entonces fueron objeto de escarnio estrellas como JBalvin y Juanes por no pronunciarse a favor de él. El mecanismo suele funcionarles bien a las bodegas, pues los artistas, a pesar de querer expresar su opinión, viven de su imagen y de sus seguidores y no les conviene tener ese tipo de ruido en redes. De manera, entonces, que las bodegas de un sector político en particular han sido muy eficientes en silenciar a quienes están en contra suyo y en poner en su propio altar a los influenciadores que los apoyan.
También merecen análisis, pero son casos distintos, otros hechos ocurridos a lo largo de la semana que va terminando y que empezaron con la carta que el gerente de Colanta envió a sus asociados, en la cual manifestaba preocupaciones frente al futuro político de Colombia y advertía sobre la posibilidad de que se pierdan las condiciones mínimas para hacer empresa en el país. Como en el caso de Egan, también se le vinieron encima a Colanta las hordas furiosas y a su gerente le reclamaron por haberse pronunciado.
Aclaremos, para empezar, que bajo ninguna circunstancia ningún trabajador puede ser objeto de represalias laborales por haber ejercido libremente su voto, por quien quiera que sea. Dicho esto, a lo que no podemos llegar, sin embargo, es a que se pretenda censurar completamente a los empresarios y quitarles su voz cuando se trata de decisiones políticas. Lamentablemente, las mismas hordas de las redes sociales no dijeron nada cuando Fecode anunció su apoyo a Gustavo Petro. ¿Acaso un deportista o un empresario no pueden expresar su posición política y los maestros del país —o al menos los dirigentes sindicales— sí pueden hacer, incluso, campaña de ello?
No hay ninguna razón para excluir al empresariado de los debates públicos, ni hay justificación para prohibirles que se expresen al respecto a través de cartas o comunicados. Esta democracia es de todos, y todos tenemos una voz