Decíamos hace pocos días que, en medio del caos que ha caracterizado la conformación de este gobierno y sus primeras acciones, solo hay una cosa que parece estar marchando a toda velocidad: las negociaciones con el Ejército de Liberación Nacional (ELN). Y las noticias de esta semana lo confirman.
Afán sí hay. No solo se procedió a pedir el levantamiento de las órdenes de captura de los negociadores. También el comisionado de Paz, Danilo Rueda, anunció que se da inicio a una fase que va a ser discreta, y que tan pronto esta finalice se informará a los colombianos de sus resultados. El mismo funcionario salió al paso de algunas críticas, y a quienes afirman que el ELN no tiene mando unificado y que se trata de una organización federalizada, les aseguró que en el ELN hay plena unidad estructural y jerárquica. Afirmó también, en ese tipo de lenguaje simbólico que tanto gusta en este gobierno, que en esta negociación no va a haber líneas rojas sino “líneas verdes de esperanza”.
Tal vez no haya antecedente para esto en la historia de Colombia. Ningún proceso de paz había procedido de forma tan acelerada y tan apresurada: tengamos en cuenta que este gobierno lleva apenas dos semanas en el poder y ya reporta avances sustanciales en ese frente. Por supuesto que no se trata de cuestionar la celeridad por sí misma, sino que ella venga a costa de una buena estrategia, y sobre todo, de la necesaria información que debemos recibir los colombianos, pues todos, de una u otra manera, vamos a ser afectados por lo que se está negociando de manera rápida y a nuestras espaldas.
Parecería ser que en el gobierno hay una confianza ciega en que, por el simple hecho de ser este de izquierda, esa cierta afinidad de ideas y de experiencias será suficiente para que el ELN se siente a hablar y deponga las armas. En la misma línea, parecerían estar confiados en que, al haber llegado al poder la izquierda por la vía democrática, esto será suficiente para que el ELN recapacite y entienda que la vía no son las armas. Ambas cosas las dijo de manera explícita Roy Barreras, presidente del Senado y gran maestro político del neopetrismo, durante su discurso del 7 de agosto.
Sin duda hay una evidente afinidad entre el nuevo comisionado de paz y el ELN. El hecho de responder las preguntas sobre este grupo guerrillero con tanta seguridad indica al menos un conocimiento cercano de cómo funciona esta organización. Es posible que este sea el momento de la historia en el país en el que el ELN pueda tener la mayor confianza para avanzar hacia un acuerdo definitivo.
Ahora, el hecho de que pueda haber cierta sintonía entre esta guerrilla y el nuevo gobierno, no quiere decir que el proceso vaya a ser fácil o vaya a llegar a buen puerto. Una organización que lleva en armas casi sesenta años, y que se ha caracterizado por la ferocidad de sus acciones y el radicalismo de sus posiciones, no va simplemente a dejar las armas porque llegó al poder la izquierda. Ni ese hecho los va a convencer de que la vía son las urnas y no las armas. Normalmente se necesita mucho más para que una organización armada decida dar ese paso: en el caso de las Farc, que estaban activas también desde los años sesenta, fue necesaria una ofensiva militar sin precedentes que diezmó su liderazgo y desbarató muchas de sus estructuras, haciéndoles llegar a la conclusión de que su mejor opción era negociar con el gobierno. Así lo han admitido sus propios ex comandantes.
El caso del ELN es diferente. Se trata de una guerrilla que ha mutado a banda criminal y se ha fortalecido, ocupó espacios dejados por las Farc, y sobre todo se adueñó de muchos de sus negocios. Una banda que ha expandido su presencia territorial, mientras sus jefes viven cómodamente en Cuba y en Venezuela.
Seguramente van a exigir mucho más, y aquí es donde surgen las preocupaciones, pues normalmente la agenda del ELN ha sido maximalista: esta guerrilla, de manera consistente a lo largo del tiempo, ha exigido reformas que ponen en riesgo los fundamentos de nuestro sistema democrático.
Uno de los jefes del ELN, Antonio García, escribía precisamente en el twitter en respuesta a un editorial de este periódico: “No somos las Farc. Tampoco la paz es igual a desmovilización, eso se llama pacificación. La paz es un proceso que construye una realidad más integral en la sociedad”.
Preocupa, entonces, que el gobierno, en un afán de mostrar resultados, esté dispuesto a darle al ELN lo que pida. Y también a las disidencias de las Farc, con quienes el comisionado Rueda anunció también intención de negociar. Hasta ahora los han tratado suavecito y sin condiciones. Cede el gobierno en todo, incluso en el lenguaje, usando el eufemismo “retenidos” para referirse a personas secuestradas por el ELN. Esas “líneas rojas” que el comisionado descarta son una garantía necesaria de que no se van a exceder límites razonables. Preocupa entonces que el principio guía de esta negociación sea complacer a las organizaciones criminales en lo que sea que pretendan, con tal de lograr el cacareado objetivo de la “paz total”