El nuevo tranvía de la calle Ayacucho permite varias miradas y valoraciones. Desde aquella romántica y emotiva que parte de ver cruzar por las calles sus modernos y coloridos coches, hasta otra de mayor complejidad e implicaciones: la que refleja el proyecto de una ciudad que en el nuevo milenio se planteó un modelo de desarrollo social y se puso unas metas de transformación urbana determinantes para impactar, con sus políticas, la calidad de vida ciudadana en todo nivel.
En ello, amén de algunas variantes en los estilos de gobierno, propias del ejercicio de la política y de los caracteres de sus alcaldes de turno, ha habido continuidad y coherencia en la intención de optimizar su administración pública y de concretar obras que permitan, en la práctica y la cotidianidad, experimentar un beneficio social, tangible e intangible, de mediano y largo plazos.
Ponderamos la espera y la paciencia comunitarias frente a obras como sus intercambios viales -aún insuficientes-, sus parques bibliotecas, los carriles y estaciones del metroplús, los metrocables a los barrios altos, los nuevos puentes, la ampliación y renovación del espacio público y sus complejos turísticos y de eventos. Ha habido espera y paciencia, mientras se intervenían y construían obras, a pesar incluso de ciertos costos económicos para el comercio y de ciertas alteraciones de la movilidad e incomodidades en las áreas residenciales.
Pero esas políticas de gobierno, sumadas a un espíritu de comprensión de sus habitantes, con el empeño en reducir la corrupción y en planificar con tino cada proyecto urbano, le permiten hoy a Medellín “sacar pecho” y, ante resultados objetivos, saber que es referencia obligada para las demás ciudades del país y de Latinoamérica, apreciada y reconocida aun en foros de Estados Unidos y Europa como ejemplo de cambio, dinámica e innovación.
Ello resalta, en paralelo, frente al estancamiento que ha tenido el desarrollo urbano en otras capitales del país, y en una sana competencia con otras en las que su administración pública se esfuerza por hacer bien la tarea, caso afortunado de Barranquilla.
¿Cuánto puede llevar que la indecisión, las trabas políticas, la falta de liderazgos integradores y la corrupción permitan, por ejemplo a Bogotá, recuperar tantos años perdidos en el aplazamiento de un sistema metro y de transporte público, integrado y ampliado en su escala, porque el transmilenio colapsó? Por lo menos las dos o tres próximas alcaldías, si hay coherencia y políticas de Estado sostenibles, continuas y eficientes.
Y esto lo decimos porque a la hora de elegir gobiernos municipales y regionales siempre hay riesgos de equivocarse. Y esos errores se pagan caros, con lustros o décadas de atraso. Por eso, aunque Medellín pasa por un buen momento, hay un capital social y urbano de mejorías que es susceptible de malgastarse.
Está permitido celebrar la puesta en marcha de un tranvía inspirador, que bien piloteado jalará mejorías del sistema de movilidad, del mobiliario urbano, del circuito económico, de la imagen y los atractivos de Medellín. Pero no hay que olvidar que la historia está llena de casos que ilustran cómo del esplendor una ciudad puede pasar a la incertidumbre y la depresión.
Por eso, nada de triunfalismos, nada de excesos, nada de autoadulaciones que nublen la capacidad de seguir avanzando y mejorar como sociedad. Y mucha inteligencia para elegir un conductor que mantenga la ciudad y el tranvía así de llamativos como los vemos nosotros y el país.
