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El fracaso del socialismo en Bolivia

Bolivia, como otros regímenes populistas, malgastó la bonanza: el MAS gobernó como si el ciclo de precios altos fuera eterno y el Estado pudiera controlar las fuerzas del mercado.

hace 10 horas
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  • El fracaso del socialismo en Bolivia

Bolivia cerró este domingo una de las páginas más relevantes de su historia reciente. Por primera vez en dos décadas, dos candidatos ajenos al Movimiento al Socialismo (MAS), el mismo que reinó veinte años, pasaron a la segunda vuelta de la elección presidencial: Rodrigo Paz, de perfil centrista, y el conservador Jorge “Tuto” Quiroga.

Este resultado marca el fin de una era en la que Evo Morales y su partido dominaron la política boliviana con una hegemonía casi absoluta: a partir de noviembre de 2025 se abrirá un nuevo ciclo político y económico, el primero en una generación.

El mal resultado de la izquierda boliviana es, en parte, consecuencia de años de fracturas en su interior y en parte también por la decadencia del régimen de Venezuela que en su momento fue también sostén financiero de gobiernos como el de Evo. En esta oportunidad, además, Evo Morales estaba impedido para postularse debido a un fallo judicial que reafirmó los límites a la reelección presidencial y además había sido expulsado del MAS. Razón por la cual, Morales promovió activamente el voto nulo como forma de protesta, lo que, sumado al voto en blanco, reunió cerca de 20% de la votación. Así, de cara a la segunda vuelta se anticipa que Bolivia se sumará a la tendencia regional de años recientes en la que, con contadas excepciones, la oposición resulta vencedora.

La debacle de la izquierda boliviana tiene su origen en una razón de fondo: la crisis económica en la que 20 años de manejos populistas han dejado al país y a sus instituciones. Lo que para muchos defensores del “socialismo del Siglo XXI” fue, durante buena parte de la administración de Evo Morales, una historia de éxito económico con sello progresista, ha terminado por convertirse en otro caso de manual sobre cómo los errores macroeconómicos, impulsados por la obstinación ideológica, son capaces de arruinar un país.

Durante los primeros años de gobierno, Evo capitalizó con habilidad el auge de los precios internacionales de las materias primas. Entre 2006 y 2014, Bolivia gozó de ingresos extraordinarios gracias a sus exportaciones de gas natural. Con estos recursos, de manera similar a lo ocurrido en Venezuela, el Gobierno impulsó programas sociales que redujeron la pobreza y la desigualdad, al tiempo que promovió una política de redistribución que le granjeó popularidad y legitimidad.

En términos sociales, los logros fueron innegables en esos primeros años: la economía del país creció y los sectores más desfavorecidos vieron mejorar sus condiciones de vida. Pero esos años de bonanza escondieron la semilla de una fragilidad estructural: el MAS nunca construyó un modelo económico diversificado que se apoyara, además de los ingresos de los hidrocarburos, en el fortalecimiento del sector privado, lo que volvió su modelo insostenible en el tiempo. En lugar de reinvertir los excedentes en ampliar la capacidad productiva, promover nuevas industrias o asegurar una transición hacia una economía menos dependiente de los recursos naturales, Morales optó por el populismo fiscal. Subsidios al combustible, un tipo de cambio artificialmente fuerte y un gasto público desenfrenado crearon una ilusión de prosperidad que dependía exclusivamente de factores externos.

Sobre todo, la peligrosa combinación de una política monetaria rígida y un endeudamiento externo creciente —en un contexto de caída en la producción y exportación de gas— se volvió insostenible y llevó a Bolivia a consumir rápidamente sus reservas internacionales para mantener su tipo de cambio fijado en 6,96 bolivianos por dólar. Hace una década, el país tenía USD 15.000 millones en reservas; a finales de 2024, esas reservas se habían consumido prácticamente en su totalidad, lo que se convirtió en una bomba de tiempo que implicó un brusco ajuste e incidió directamente en la capacidad adquisitiva de los bolivianos.

A esto hay que sumarle el colapso de la industria del gas boliviano, resultado directo de la reforma del sector en 2006 que desincentivó la inversión y las perspectivas de largo plazo del sector. Con el paso de los años, sin exploración de nuevos yacimientos, la “gallinita de los huevos de oro” de los primeros años de Evo fue marchitándose, llevando a que incluso en los últimos años el país se viera con retos para suplir siquiera la demanda interna.

En resumidas cuentas, Bolivia, como tantos otros regímenes populistas, malgastó la bonanza: el MAS gobernó como si el ciclo de precios altos fuera eterno y como si el Estado pudiera controlar impunemente las fuerzas del mercado. Y ahora, cuando la realidad golpea con fuerza a los más vulnerables, las consecuencias se hacen sentir directamente en las urnas: otro ejemplo más de cómo el populismo económico se lleva por delante a los gobiernos.

Ojalá en Colombia no tengamos que llegar a una crisis igual de pronunciada a la que viven ellos, ojalá a la Casa de Nariño llegue la voluntad de corregir el rumbo que tiene al país en una situación fiscal que no veíamos desde la época de pandemia o aún peor, desde la Guerra de los Mil Días..

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