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El avión de regalo a Trump

En Arabia Saudí, su familia tiene seis acuerdos con una firma de la corona; en Emiratos Árabes, dejó listo acuerdo de criptomonedas con una filial del gobierno; y en Qatar cerró un proyecto de golf y villas de lujo.

hace 12 horas
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  • El avión de regalo a Trump

La primera gran gira de Donald Trump como presidente en su segundo mandato ha dejado al descubierto el tipo de personaje que hoy gobierna la más grande economía del mundo. Durante cuatro días en los que visitó tres ricas monarquías de Medio Oriente anunció acuerdos e inversiones multimillonarias en Estados Unidos y de paso cerró negocios familiares en los que venía trabajando desde hace meses, y de paso se mostró benévolo con aquellos que antes fueron considerados sus enemigos.

Mucho antes de comenzar el viaje por Qatar, Emiratos Árabes y Arabia Saudí, Trump desató la polémica al anunciar que va a aceptar un regalo que le ofrece la familia real qatarí y que huele a soborno. Se trata de un lujoso avión Boeing 747-8 cuyo valor se estima en 400 millones de dólares, al que se ha bautizado el “Palacio en el cielo”.

¿Acaso un gobernante puede recibir un regalo de estos? En la época de los zares rusos y de Napoleón, por ejemplo, el intercambio de regalos era considerado una pieza en el tablero del poder. Por eso existían comités para evaluar minuciosamente si era conveniente recibir el obsequio. En el caso de Estados Unidos existe hoy una ley según la cual cualquier regalo por valor superior a 415 dólares debe ser evaluado por el gobierno federal. Y en particular, la Constitución prohíbe a los funcionarios aceptar “cualquier regalo (...) de cualquier rey, príncipe o estado extranjero”.

Por eso, para quitarle la apariencia de soborno el gobierno Trump quiere presentar el avión como una donación al Departamento de Defensa de Estados Unidos para que lo utilice en la flota de aviones Air Force One. Aunque, según salió pronta a decir la Casa Blanca, el avión será transferido a la biblioteca presidencial de Trump al final de su mandato.

El asunto ha sido calificado por los propios defensores del movimiento Maga (Make America Great Again) como algo sórdido. Parece que todo el mundo, menos Trump, se da cuenta de que este no es un ‘regalo gratuito’, y que más bien constituye un ejemplo de esa corrupción a alto nivel que él había prometido combatir.

Es obvio que nadie da algo tan costoso sin esperar algo a cambio. Pero el presidente estadounidense sostiene que es un reconocimiento a su cambio de actitud respecto a Qatar. Si durante su primer periodo se refería a esta nación como una patrocinadora del terrorismo y apoyaba el bloqueo regional, ahora asegura que si no fuera por la ayuda que les dio su gobierno, los qataríes probablemente no existirían. Además aprovechó el viaje para anunciar que Estados Unidos levantará las sanciones impuestas a Siria, algo llamativo si se tiene en cuenta que hasta diciembre Estados Unidos ofrecía una recompensa de diez millones de dólares por la cabeza de su presidente, quien estuvo vinculado a Al Qaeda.

Y de ñapa, tal vez por el efecto avión, por primera vez, Trump le jaló las orejas a Israel –no propiamente amigo de Qatar– diciendo “Miramos a Gaza. Y nos ocuparemos de ello. Hay mucha gente pasando hambre”.

El caso es que Trump se centró en lo que comparte con estas monarquías: el arte de hacer negocios. Y dejando a un lado cualquier asunto geopolítico que pudiera interesar hizo gala de su diplomacia transaccional. La pregunta es ¿a quién le va a servir más su habilidad: a sus familiares o al pueblo americano?

En Arabia Saudí, la familia de Trump tiene seis acuerdos pendientes con una empresa inmobiliaria de la corona saudí; en Emiratos Árabes Unidos, dejó listo un acuerdo de criptomonedas con una filial del gobierno; y en Qatar cerró un nuevo proyecto de golf y villas de lujo.

Nada de lo anterior debería sorprendernos. A Donald Trump lo han perseguido acusaciones por conflictos de interés desde su primer mandato, cuando sus empresas se revalorizaron en al menos 2.400 millones de dólares. En ese entonces, los dignatarios que visitaban Washington solían alojarse en los hoteles de Trump, seguramente querían ganarse al presidente.

Desde que regresó a la Casa Blanca en enero, ha aprovechado todo lo que ha podido para sacar partido a su favor. Tres días antes de su investidura, lanzó su propia criptomoneda, la $Trump, y para el próximo 22 de mayo tiene organizada una comida en Mar-a-Lago con los 250 mayores compradores. A sus amigos y seguidores los invitó a comprar acciones en bolsa poco antes de anunciar una pausa arancelaria, lo que produjo denuncias por manipulación del mercado. Ha cerrado acuerdos extrajudiciales millonarios con Amazon, Meta y X, así como con medios de comunicación a los que había demandado. Y ha aprovechado el pantallazo del despacho oval para vender tenis, relojes, biblias y demás artículos que llevan la marca Trump.

Siempre es bueno recordarle al inquilino de La Casa Blanca que una cosa es lo que se puede hacer y otra lo que se debe. Pero a esta nueva raza de populistas del mundo parece que todo les resbala. .

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