Ayer, a las diez y veinte de la mañana, y tras 20 minutos de discurso, el secretario de Estado norteamericano, John Kerry, sintió que ayudaba a liberar a dos rehenes de la historia cuando ordenó clavar en el cielo de La Habana la bandera de su país, con sus barras y sus estrellas. Aquellos prisioneros de la desconfianza y la enemistad por más de medio siglo eran un Goliat y un David: Estados Unidos y Cuba.
De esta jornada del 14 de agosto de 2015, que es indudable pasa a la galería de los momentos singulares de la historia, no se sabe qué es más potente: si las imágenes o su contenido simbólico y político. A los 26 años de la caída del Muro de Berlín, que inició el fin de la Guerra Fría, este jueves en Cuba empezó a desmoronarse aquella “era del hielo” que Washington y La Habana vivieron por 56 años.
Apenas separados por 90 millas marítimas, ambos países mantuvieron la distancia de una enemistad que parecía insalvable, entre otras cosas, por la virulencia de algunos actores nacidos bajo el mismo cielo: los hermanos Fidel y Raúl Castro y los cubanos exiliados, apadrinados desde la Casa Blanca.
Los mismos tres marines que en 1961 retiraron la bandera de la sede diplomática en Cuba, ya septuagenarios, se encargaron en la jornada de ayer de portar la bandera y entregarla a los nuevos custodios de la Embajada de E.U. en la isla. Cubanos y turistas se congregaron en torno al edificio para vitorear y aplaudir este día histórico.
El secretario Kerry dijo sentirse “como en casa” y advirtió que lo ocurrido debe servir para “dejar a un lado viejas barreras y explorar nuevas posibilidades”. Vale la pena citarlo otra vez: “el camino es largo, pero precisamente por ello tenemos que empezarlo en este mismo instante”.
Los dos gobiernos están abriendo paso a un complejo pero apasionante ensamble de intereses: los de Estados Unidos, muy orientados a debilitar el “discurso antiimperialista” con que los Castro supieron alimentar las rivalidades, y los de los cubanos, dirigidos a acabar con el ahogamiento producido por un embargo económico histórico.
Detrás están los reclamos mutuos por las “intromisiones yanquis” y “por las violaciones del castrismo a los derechos humanos”. Barack Obama lo sabe y así lo interpretó ayer su secretario de Estado: “en las dos calles hay que eliminar trabas (...) Los cubanos estarán mejor con una democracia auténtica, en la cual puedan escoger a sus dirigentes, expresar sus ideas y profesar su fe (...) El futuro de Cuba lo tienen que dibujar los cubanos”.
Reemprender relaciones entre un gigante comercial y un país limitado y estático no será fácil. Los cubanos tienen el peor ingreso per cápita del hemisferio, un país desindustrializado y de precaria infraestructura tecnológica. Las relaciones se retoman, pero la Constitución cubana sigue siendo la de un modelo comunista en el que aún gobiernan los hermanos Castro.
Pero la isla está llena de oportunidades turísticas, científicas y portuarias, entre otras, en medio de un escenario de inocultable deseo de inversores por llegar allí para explorar y abrir mercados en una sociedad bastante pacífica y donde cabe todo tipo de emprendimientos.
Como lo dijo Kerry, ambos pueblos están para redescubrirse y aprender, en un escenario donde crezcan las garantías sociales y políticas. Un futuro que tal vez pueda ser como el día de ayer en La Habana: despejado y radiante.