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Todas esas tormentas políticas, sumadas a las desaparecidas del presidente, tuvieron un reflejo en la economía, que para el tercer trimestre de este año tuvo un Producto Interno Bruto (PIB) de -0.3%.
Gabriel García Márquez decía que en Colombia las noticias se repetían, que bastaba con mirar un periódico de hace un par de años para darse cuenta de que estábamos pasando por lo mismo. Esa teoría se cumplió perfectamente este año con el llamado PetroGate, el escándalo sobre el presunto ingreso de dineros ilegales a la campaña presidencial.
Como sucedió con el Proceso 8.000 del gobierno de Ernesto Samper, que se trató del apoyo con dinero del Cartel de Cali a su campaña presidencial, hecho aceptado por el tesorero Santiago Medina, quien era uno de los hombres más cercanos al entonces presidente, este año asistimos a lo mismo: en unos audios revelados por revista Semana se escucha a Armando Benedetti amenazando con revelar las cantidades de dinero que entraron a la campaña del Pacto Histórico y que no aparecen reportadas por ningún lado (“conseguí 15.000 millones de pesos, es más, si no es por mí, no ganan (...) con tanta mierda que yo sé, pues nos jodemos todos”); como en 1994, esta vez también había celos y dolor, Benedetti se despachó porque no le habían dado un puesto en el gabinete y veía brillar a su pupila Laura Sarabia.
Pero el escándalo no paró ahí. Pues después de ser capturado, y de que se conociera que le había pedido dinero en efectivo a empresarios y exnarcos para mover la campaña en el Caribe, Nicolás Petro le aceptó a la Fiscalía que a la campaña sí habían entrado dineros ilegales. Hoy las investigaciones andan lento y el caso judicial viró a una pelea familiar en la que Gustavo Petro dijo que no había criado a su hijo Nicolás y este, ofendido, hizo un pacto de colaboración con la Fiscalía que a la vuelta de la esquina terminó haciendo trizas.
Pese a la tormenta, Petro siguió empujando su proyecto más importante: la Paz Total, esa negociación con el ELN, bandas urbanas y grupos narcotraficantes como las disidencias y el Clan del Golfo, que no convence del todo, pues todos esos grupos siguen secuestrando, asesinando líderes sociales, profesores, policías y soldados. Las dificultades han sido tan notorias que el Presidente sacó de la oficina del Alto Comisionado de la Paz a Danilo Rueda, quien había sido un alfil fiel en todas las negociaciones, y ahora el reto le cayó a Otty Patiño.
Todas esas tormentas políticas, sumadas a las desaparecidas del presidente, tuvieron un reflejo en la economía, que para el tercer trimestre de este año tuvo un Producto Interno Bruto (PIB) de -0.3%, lo que tiene a más de uno haciendo cálculos de una posible recesión en el país.
Y es que la economía perdió la fuerza con la que creció en 2021 y 2022: cayó la construcción y la venta de vivienda (uno de los dinamizadores más importantes del país) y de automóviles. Sin embargo, no todo fue malo: la inflación que tocó un techo de 13,34% bajó hasta 10,15%, y el desempleo se mantuvo en un dígito.
En los temas locales, dos noticias fueron cruciales para los paisas. La primera es que después de decenas de denuncias de presunta corrupción, de ser suspendido por participar en política, de más de 100 movimientos en su gabinete, Daniel Quintero dejó botada la ciudad a tan solo tres meses de acabar su gestión. Salió de La Alpujarra a apoyar a su hermano del alma Juan Carlos Upegui, en una apuesta que no salió nada bien, y de pasó se fue de correría por el país para hacerse conocer, pues su sueño es ser presidente. “Bien ido”, dijeron las redes, pues Quintero se fue como el alcalde más impopular en la historia de la ciudad, con una aprobación inferior al 30%. Al menos paisa de los alcaldes que ha tenido Medellín se le olvidó que aquí se responde por las obligaciones hasta el último momento.
Y la segunda noticia que tuvimos fue el desenroque del GEA. Después de más de un año de Ofertas Públicas de Adquisición por Sura y Nutresa, los empresarios Jaime y Gabriel Gilinski y sus socios árabes lograron un acuerdo para quedarse con la firma de alimentos, marcando así un final en la historia económica de Antioquia. Este hecho reafirmó la hipótesis de García Márquez, pues ya los empresarios locales se habían enfrentado a tomas hostiles en los años 60 y 70, tomas de las que también salieron adelante.