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Por momentos no está claro si se trata de una estrategia política vulgar o si más bien tiene que ver con alguna patología del mandatario.
¿Cuántas mentiras puede soportar un país antes de romperse? La pregunta no es retórica: hoy Colombia la enfrenta, dolorosamente, bajo el gobierno de Gustavo Petro. Un mandatario que –parafraseando una expresión suya de esta semana– ha mostrado padecer cierta alergia a la verdad.
La denuncia de su excanciller Álvaro Leyva, en el sentido de que el Presidente sufre de “drogadicción”, dejó al descubierto, una vez más, las mentiras que de manera sistemática ha utilizado su gobierno.
Según Leyva, el presidente Petro se perdió en París y hasta el servicio secreto francés tuvo que intervenir para encontrarlo. Pero eso no fue lo que el Gobierno informó en esa ocasión a los 50 millones de colombianos: se inventaron que Petro había tenido que atender a última hora una reunión con una empresa que vende aviones. Cita que nunca tuvo lugar. Eso no fue todo: mostrando cierto desprecio por la inteligencia de los colombianos, en el decreto para ampliar la misión de Petro en París, el Gobierno lo justificó diciendo que se debía a problemas técnicos aeroportuarios.
Sin embargo, esas son apenas unas cuantas de las falsas verdades que el país ha identificado en los últimos días. La semana pasada, por ejemplo, Petro dijo que le habían quitado la visa a Estados Unidos. Lo cual fue desmentido por ese país. Unos días antes, se le ocurrió no aceptar el resultado de las elecciones en Ecuador y construyó un hilo de fakenews: dijo que detuvieron al excandidato Leonidas Iza, que no publicaron actas de votación, que la OEA denunció irregularidades y que el Gobierno reprimió a ciudadanos. Pero todo resultó ser lo contrario a lo dicho por el mandatario colombiano: ni el candidato estuvo detenido, las actas sí se publicaron, la OEA destacó la transparencia y legitimidad de los resultados y el video para mostrar la supuesta represión era de Argentina.
Para completar los embustes de este mes, Petro regañó en el consejo de ministros a Ricardo Roa porque todavía no ha importado gas de Qatar, con lo cual dejó al descubierto otra mentira que echó él mismo cuando escribió en su cuenta de X: “hay suficiente gas para la demanda nacional”.
La situación ha llegado a tal punto que el presidente de Colombia se inventa noticias sin aparente necesidad alguna, como cuando publicó un video en el que se veía a cuatro hombres cargando aguacates y escribió: “En los montes de María ahora sale aguacate, antes sacaban era cadáveres”. El video no era en Montes de María, ni siquiera en Colombia. ¿Qué necesidad? Una manipulación burda para construir un relato épico donde no lo hay y mantener abiertas las heridas del odio.
Todo esto indica que la Casa de Nariño en manos de Gustavo Petro se ha convertido en una fábrica de engaños. Y lo más grave es que esas tretas no son inocuas. Es evidente que las usa como un instrumento de manipulación y polarización.
En todos los casos, sus falsas verdades dividen, alimentan resentimientos y desvían la atención de los verdaderos problemas: su presunta adicción, el desplome del sistema de salud, la crisis de las tarifas de energía, los ya incontables casos de corrupción en su gobierno, el fracaso total de la paz total y sobre todo la financiación ilegal de su campaña.
Petro utiliza la mentira, además, para construir un enemigo común y así consolidar su base política sobre el odio y la división. Método que ha llevado a sociedades enteras a la descomposición institucional y de esa destrucción toma décadas recuperarse. Como advertía la filosofía política clásica, un líder que miente sistemáticamente está mucho más cerca de la tiranía que de la democracia.
La lista de fakes de parte de Petro es larga y de vieja data. Por momentos no está claro si se trata de una estrategia política vulgar o si más bien tiene que ver con alguna patología del mandatario.
Que el presidente no ofrezca explicaciones ni rectificaciones revela algo aún más alarmante: desprecia el deber mínimo de transparencia que le exige su cargo.
Colombia enfrenta uno de los momentos más oscuros de su vida republicana. Hoy, bajo Petro, la mentira ha sido rehabilitada como estrategia política.
No sospechábamos que la dignidad de un país pudiera arriesgarse así, sin pudor. Pero aún estamos a tiempo de resistir: de exigir cuentas, de demandar verdad, de proteger las bases de nuestra democracia frente a la corrosión sistemática que produce un presidente de mentiras.