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De manera que lo que viene para 2025 es la corroboración de que los caudillos no mueren, solo se reencauchan en versiones 2.0 o hasta 4.0.
La historia, que se mueve de manera pendular y no de forma lineal como nos lo enseñan desde que somos niños, anuncia el retorno al poder de los hombres fuertes, que esta vez en varios de los casos vienen con el añadido de ser machistas, intransigentes y sin escrúpulos. Una élite que llega para demostrarnos lo fácil que es perder derechos que fueron muy difíciles de conseguir en su momento porque vamos de un extremo a otro.
Si bien en algunos momentos hemos disfrutado de una relativa tranquilidad en el manejo de los estados, una mirada a la historia nos muestra cómo desde la Segunda Guerra Mundial ha surgido una ristra de caudillos, que los llaman de izquierda y de derecha, a cuál peor. Entre los más conocidos están Trujillo, Pinochet, Videla, Gadafi, Franco, Suharto, Ceausescu, Somoza, Mobutu, Stroessner, Castro, Perón, Chaves-Maduro, Sadam Husein, los tres Kim de Corea del norte y El Asad. Mientras que este siglo XXI ha cultivado las figuras de Ortega, Orbán, Duterte, Modi, Erdogán, Netanyahu, Putin y Xi Jiping, y el mundo está pendiente de con qué sale la megalómana figura de Donald Trump en su segunda presidencia.
Sofocados por la insatisfacción, a veces creada y otras veces real, la gente ha elegido los nombres de figuras que luego se atenazan en el poder. Individuos que pescan en aguas revueltas y que mediante toda clase de manipulaciones prometen ser el remedio para cada mal. El caudillo siempre tendrá una promesa a flor de labios. Que la cumpla o no ya es otro cantar.
Cualquiera de los mencionados anteriormente demostró o sigue demostrando su habilidad para tocar la fibra de las mayorías o para imponerse a punta del uso exagerado de recursos públicos o de ejercer presión indebida con los aparatos armados. Para ello, algunos, han exhibido un nacionalismo a ultranza que apela a la grandeza perdida de tiempos pasados. Un pasado que la mayoría de las veces es exagerado. Los caudillos por supuesto prometen a diestra y siniestra que van a recuperar ese paraíso perdido, tal cual insiste Trump que va a hacer: Make America great again.
Luego está el asunto nada nuevo de la propaganda, que obviamente se amplifica ahora por las redes sociales. Caudillo que se respete hace uso de toda clase de fake news para ganar adeptos y acabar con el adversario. La verdad no les importa. Han encontrado una potente arma en aquello de relativizar la verdad y manipular los hechos. Con la testosterona alborotada y emanando lo que sus seguidores llaman carisma, prometen salvar a su país de invasores y enemigos, sean internos o externos, reales o inventados, hasta llegar a prometer, como lo hacen algunos, que van a salvaguardar la pureza de la raza o el origen ancestral.
Lo que ocurre cuando llegan al poder ya está muy visto. La corrupción sistémica se apodera de toda la sociedad y los caudillos logran acumular fortunas descomunales que muy pronto quedan salvaguardadas en paraísos fiscales. Después vendrá la violencia contra cualquiera que se atreva a cuestionar lo que hacen y la persecución a los disidentes. El miedo y la incertidumbre se instalan entre la gente mientras estos personajes arengan las masas para que salgan a manifestarse en las calles y acallan la voz de los medios de comunicación que no les son afines. Terminan siendo unas caricaturas, parecidas y aterradoras.
De manera que lo que viene para el 2025 es la corroboración de que los caudillos no mueren, solo se reencauchan en versiones 2.0 o hasta 4.0. Si miramos a Europa, vemos cómo están volviendo a resurgir regímenes que se creían enterrados. Aparentemente hacían parte de una lección ya aprendida, pero nada más lejos de la realidad. Y Estados Unidos no tiene nada que enseñar esta vez, porque el regreso de Trump es la confirmación de que todo mal puede ser perdonado y olvidado si se tocan las fibras adecuadas. América Latina tiene sus propias preocupaciones, sobre todo el atornillamiento que promete Maduro tras los resultados amañados de unas elecciones que serán motivo de conflicto a principios de enero. Definitivamente no hay descanso en el devenir político.
La sociedad está en mora de volver a construir un mito fundacional que nos evite terminar en escenarios de corrupción, falta de libertades y guerras. Se necesita una nueva narrativa anticaudillos, antiextremos, casi que antiideologías. No es un asunto de derecha ni de izquierda, es un asunto de hacer reingeniería, volver de nuevo popular la democracia y los valores que ella defiende.