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UN THRILLER DECENTE Y UN ATROPELLO A LA RAZÓN. Al final del túnel de Rodrigo Grande

23 de julio de 2016
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Ya que los exhibidores colombianos han tomado la decisión -sin consultarnos ni montar un plebiscito, y asumiendo que la mayor parte del público es analfabeta, o es muy perezosa para leer o no percibe la diferencia cualitativa entre una actuación que se escucha en su idioma original (así uno no lo entienda) y una doblada- de convertir al cine subtitulado en una rareza en nuestras salas, acorralado en los horarios de noche avanzada y casi pidiendo permiso para existir; ya que eso ocurre y la única razón para que pase es un simple “la gente prefiere cine doblado” (como si “la gente”, ese ente abstracto, fuera a dejar de ir a ver una historia que realmente quiere conocer porque está subtitulada), vamos entonces a ver películas habladas en español desde el origen, como el correcto thriller que se presenta desde el jueves en Colombia: Al final del túnel.

Las historias de “robos perfectos” son un subgénero del thriller muy popular, porque se prestan para generar momentos de tensión, poniendo en riesgo constante el plan. En Al final del túnel entienden muy bien que la gracia del cine de género es encontrar la variante que nos haga creer, al menos lo suficiente, que estamos viendo una historia distinta. Y aquí lo consiguen, poniéndonos no del lado de los ladrones, como suele ocurrir, sino del vecino de ellos, un hombre bueno aunque solitario, en silla de ruedas, a quien le cambia la vida cuando aparece para vivir con él Berta, una bailarina acompañada por una niña que no habla.

Gracias al trabajo destacado de Leonardo Sbaraglia, usual en su carrera, haciendo de Joaquín, el protagonista con discapacidad, nos comprometemos emocionalmente con sus objetivos (detener a los que van a hacer el robo, conseguir algo de dinero para sí mismo y para la chica que le gusta, aunque lo niegue) y seguimos con atención el resto de la trama, expuesta con lujo de detalles técnicos, con una buena fotografía y un muy interesante, aunque en ocasiones algo avasallante, diseño de sonido.

Sin embargo, los guiones de estas películas, como los planes de robo que pretenden imitar, deben ser milimétricos, para que la sensación del espectador sea la misma del que contempla un acto de malabarismo bien ejecutado, y el de Al final del túnel no consigue delinear del todo las razones de la mutua atracción entre Berta y Joaquín, ni ata bien todos los cabos de los criminales apelando a un golpe bajo emotivo que luce fuera de lugar en un thriller preocupado por no ser todo lo sádico o erótico que podría.

Por fortuna la película está en español y así tenemos la oportunidad de apreciar el trabajo de Sbaraglia, Luppi y los demás tal y como ellos lo sintieron en escena y no cómo lo “acomodan” los actores de doblaje. Que deben existir, claro, para que algunos públicos con dificultades de visión o de lectura puedan disfrutar bien del cine. Pero que deben dejar de ser mayoría si los exhibidores entienden por fin que una película doblada es, además de un atropello a la razón, una película coja.

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