En algún momento en que Bond, James Bond, ya avanzada la película, camina con su enemigo de turno mientras le explica cuáles son sus planes malévolos, el agente con licencia para matar le dice: “No es complicado”. Este podría ser el principal defecto de la nueva y muy poco novedosa entrega de las peripecias del agente 007: que la simplicidad de su trama es tan desconcertante para los que nos emocionamos hace tres años con “Skyfall”, que la película parece uno de esos discos de grandes éxitos: nada hay en ella que no hayamos visto antes.
La película intenta unir su historia con las tres entregas anteriores, las que han sido protagonizadas por Daniel Craig, con un truco muy viejo: descubrir que todo lo que ha ocurrido se debe a las órdenes de una sola mente criminal, que comanda una organización secreta. Mientras tanto, en Londres, un funcionario estatal (del que aquellos que siguen con interés las series televisivas sospecharán al instante) intenta desbaratar el programa de los agentes doble cero, y unir todas las fuentes de datos de inteligencia globales en una especie de Gran Hermano que según él, hará que los espías sean obsoletos. Alguien intenta decirnos que el problema es “qué se hace con la información” pero de una manera tan banal que sospechamos que cualquier problema, una mega planta nuclear, un aparato para controlar el clima, habría dado exactamente lo mismo.
Sabíamos que algo andaba mal desde que Sam Smith dijo públicamente que compuso la canción para este episodio (una baladita insulsa) en 15 minutos. Es como si todos hubieran seguido su ejemplo y se hubieran contentado con acomodar como mejor pudieron los elementos que cualquiera sabe que debe haber en una película de Bond: escenarios impresionantes, un par de mujeres hermosas, alguna pelea en un vehículo en movimiento y un Vodka Martini (aunque esta vez lo pide en un bar donde no sirven alcohol), pero sin preocuparse por dotar a los elementos de algún tipo de coherencia que los haga memorables. Ni siquiera está Roger Deakins, el maestro de fotografía que había convertido cada plano de “Skyfall” en un lienzo. Hoyte Van Hoytema hace lo que puede, pero su trabajo luce apenas correcto en la mayoría de las secuencias. Tampoco en el aspecto estético hay ambición en esta entrega de la franquicia.
Pero tal vez lo peor de las muchas cosas que habitan con desgano “Spectre” sea su villano. Christoph Waltz hace básicamente de Christoph Waltz pero sin alzar la voz. Y cuándo el villano no nos atemoriza, ¿por qué habríamos de temer por nuestro héroe? Lo que nos deja como resultado un Bond insulso, el fantasma de aquel sufrido agente que nos presentaron en la película anterior, que corre mucho por toda Europa y al que los guionistas están volviendo cada vez más auto paródico, como si quisieran convertirlo en el Bond de Roger Moore.
La verdadera sorpresa es que el espectro del título no era finalmente una organización mafiosa, sino el sustantivo perfecto para describir a su personaje principal.