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Recuerdos comunes coco, de lee unkrich y adrián molina

23 de diciembre de 2017
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Generaciones de latinoamericanos entendimos el melodrama gracias a México. Los que crecimos viendo telenovelas mexicanas, escuchando rancheras, riéndonos con el Chapulín Colorado, comprendimos que era muy importante saber quiénes eran nuestros padres, porque de eso podía depender un emporio empresarial o una herencia. Y nos tranquilizábamos de cualquier despecho con aquella creencia, alimentada por miles de finales parecidos, de que al final el amor prevalecería.

En Coco, la más reciente película de Pixar, parece probable que la misma minuciosa investigación que les permitió a los artistas de la animación primero recrear casi al detalle los negocios pintorescos, las plazas y los puestos de artesanías del ficticio pueblito de Santa Cecilia, donde conoceremos al niño protagonista del relato, y luego construir un universo fantástico, luminoso y colorido, como una escenografía imaginada por Frida Kahlo, en el que viven los familiares muertos de la comunidad, los llevó también a tomar esos elementos del melodrama televisivo y combinarlos de una manera distinta en la historia.

Miguel ama la música, a pesar de toda su familia, que tiene prohibido cantar, silbar o llevar el ritmo desde que su tatarabuelo abandonó a su esposa y a su hija para volverse un músico famoso.

Hará hasta lo imposible para participar en un concurso de talentos en medio de la celebración del Día de los Muertos y al hacerlo se encontrará protagonizando una aventura de ultratumba, que tiene todo lo que tienen las aventuras de Pixar: personajes entrañables, como Héctor, el vagabundo que le ayudara a Miguel a buscar a su pariente lejano; secuencias de acción vibrantes, llenas de tantos elementos visuales que es necesario ver la película varias veces para asimilarlos todos; un guión que combina con elegancia el chiste físico que disfrutan los niños más pequeños, con la reflexión profunda.

Y, por supuesto, la música, pues tanto la partitura de orquestación mariachi que compone Michael Giacchino, como las canciones originales que se escuchan en Coco, se llevarán varias nominaciones al Óscar.

Pero es la pequeña variante de los elementos melodramáticos más conocidos, lo más admirable de esta historia. Las mujeres aquí son todas aguerridas: ninguna se va a quedar esperando a un hombre para ser feliz. El niño pobre que usaban las películas de Cantinflas para generar lástima, aquí confía en su talento desde el primer minuto, y sabe que su destino no depende de la suerte, ni de Dios, sino de su esfuerzo.

Es como si en Pixar, ante el atropello estatal norteamericano a los latinos, hubieran querido recordarle a todo el mundo cuáles son los valores, la estética y las cualidades que la mayoría de esa población latina, los mexicanos, conservan y aportan a la cultura universal.

Al hacerlo, nos tocan el corazón, casi espichándolo, a los que crecimos en una familia en la que todos nos apoyábamos, que nos dio amor y comida, recuerdos mágicos heredados entre generaciones y dosis indispensables de melodrama.

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