Hay películas que son buenas porque son útiles. Es lo que ocurre con Audrie & Daisy, un documental estadounidense proyectado por primera vez en enero de este año en el Festival de Sundance y estrenado hace un par de meses en Netflix. La utilidad de Audrie & Daisy es clara. En medio de una dolorosa coyuntura que ha puesto sobre la mesa un tema del que deberíamos hablar todos los días buscando soluciones, la violencia sexual que padecen las mujeres, y que se ha convertido en un problema sistémico y global, esta película se convierte en una ventana que nos permite mirar con detenimiento algunas de las condiciones sociales que posibilitan ese abuso, y lo hace deteniéndose en dos casos que seguramente se parecen bastante a los miles que se dan en Colombia cada año.
Audrie Pott, como cualquier adolescente, fue a una fiesta y se tomó unos tragos, pensando que al estar entre amigos y gente que conocía de su colegio, nada malo le podía pasar. Fotos suyas semidesnuda y que fueron hechos mientras estaba inconsciente, circularon en las redes sociales de sus compañeros, que empezaron a insultarla y a hacerle matoneo con tal intensidad, que una semana después Audrie se suicidó. Daisy Coleman, como cualquier adolescente, accedió a la invitación de unos amigos de su hermano a una reunión, para tomarse algo. Fue con su amiga Paige. Las dos niñas tenían 14 años y los muchachos que había en el lugar tenían 17. A ambas las violaron. El caso, que implicaba que dos menores de edad fueran juzgados como delincuentes adultos, llegó a los medios nacionales estadounidenses. Los jóvenes violadores no sólo eran atletas reconocidos, también pertenecían a las familias más tradicionales del pueblo (¿se les parece a algo?), lo que hizo que la comunidad se dividiera entre quienes pedían justicia y quienes desestimaron las denuncias de las niñas.
Ver Audrie & Daisy supone una experiencia descorazonadora. Al poner las frases que les mandaban por Facebook a las niñas, flotando sobre las imágenes aéreas de las ciudades donde ocurrió todo, recordamos esa presión omnipresente que deben aguantar las adolescentes de hoy y que los adultos ignoramos. Escuchar al hermano de Daisy, que ahora como entrenador de ligas infantiles de béisbol, no admite ningún comentario denigrante que hagan sus pupilos sobre las niñas, es entender que gran parte del problema radica en las actitudes que permitimos, en las bromas que pasamos por alto, en nuestro silencio cuando observamos comportamientos machistas en personas cercanas. Ver a las autoridades insinuar que hay alguna responsabilidad en las propias afectadas, es entender que no hemos entendido nada. Esas dos niñas y otras que nos presenta la película, son las mismas que llenan nuestras estadísticas, a pesar de la distancia y la diferencia de ambas sociedades. Las mismas a las que dejamos solas, como si su problema no fuera el nuestro.
Hay películas que son buenas porque son útiles. Útiles y despiadadamente honestas, como los espejos.