Por Diego Londoño
@Elfanfatal.
Cuando la selva cuida al mar, y el río se pierde en el oleaje salado, hay fantasmas que divagan entre la brisa y la arena. Ahí, en ese encuentro mágico y espiritual está la voz de Li Saumet, delgada, profunda, aguda, majestuosa, fiestera y brutalmente costeña, se pasea de acá para allá, alegrando la vida de esos lugares, y también siendo una visitante en la urbe, dándole calor, color y sabor.
Li Saumet es la voz de Bomba Estéreo, una agrupación que es referente en el mundo, un proyecto que le ha dado un matiz vanguardista a la cumbia, que la ha electrizado, rocanrolizado y la ha puesto en los pies y corazones de millones de ciudadanos del mundo. Con Bomba Estéreo, Li Saumet ha podido estar en escenarios al lado de Metallica, Dolly Parton, Jack White, Lana del Rey, Robert Plant, Morrisey o los Yeah Yeah Yeahs. Pero su historia va más allá de esa cumbia rebelde y moderna, de esa cumbia que se vistió de sueños en neón y ahora es referenciada con lupa detallada, como el nuevo sonido de la música colombiana.
Desde niña, en su natal Santa Marta, cantaba como siguiendo las olas, con su vaivén, con su tono impredecible y su tiempo a destiempo. Cantaba sin esperar nada. Tocaba instrumentos a oído y seguía el ritmo de las cantaoras costeñas, su nasalidad, sus aplausos, su manera de agitar la vida, de darle color a lo gris. Sus primos acordeoneros, sus tíos locutores y su abuela cantante fueron fundamentales para pensar que en algún momento su vida estaría en la música. El rap, que también llegó como un golpe en la cabeza, consolidó esa colcha de retazos, las primeras raíces de ese gran experimento sonoro que sería su vida entera. De jovencita era desaplicada, practicaba deportes rudos, se la pasaba con la bicicleta y el balón, de hecho pasó por cinco colegios y se graduó de milagro, y con la universidad, estudiando publicidad, fue igual. Su búsqueda tenía otros surcos, otro ritmo, otra manera de cantarse.
Llegó la música, conoció a Simón Mejía y esa pirotecnia estalló con fuerza en el inicio de Bomba Estéreo, un proyecto que le cambió la vida porque le permitió ir de acá para allá, descalza, con el alma desnuda, cantando y recibiendo aplausos sin nacionalidad. Allí, en esa agrupación, su voz fue un baño de agua fría en medio del calor sofocante. Entre tantas voces caramelizadas, envueltas en halagos, premios y palmaditas en la espalda, llega Li Saumet con atributos evidentes para rescatar la arena, la brisa, la selva, el mar, los dolores y felicidades. Llega su voz para recordar la herencia de las matronas y cantaoras de la costa, y lo hace con orgullo para reivindicar su valor, su lucha, su grito herido y dulce lamento y con el corazón en la mano, ayuda a replicar el sentir colombiano con un ritmo frenético e inevitable para los pies. La cumbia, la nueva cumbia.
Antes de cantar, no falta su ritual de velas en el camerino, su ritual con su voz y la conexión con el público. Estar descalza es un polo a tierra con las canciones, con el silencio, con el recuerdo del mar que visita cada que puede para llorar y limpiar su alma.
Li Saumet pinta, diseña vestidos de baño, sus propias prendas para conciertos, es empresaria turística y no le cree al brillo de los flashes y la fama. Su vida está en la tranquilidad, en el profundo color de la inmensidad del mar y en esas canciones que canta como si fueran el último día de su vida.