Cabello corto y azul, párpados pintados de color violeta, collar con un compact disc colgando, guantes de cuero y accesorios metálicos, vestimenta de látex y fluorescente, una sonrisa que no puedo narrar. Esa podría ser una descripción para La Supersónica de la música nacional, para Vicky Tru, o María Victoria Trujillo, una de las primeras mujeres que dentro de la irreverencia juvenil, a través de los medios de comunicación, se dedicó a narrar y vivir el rocanrol en un país conservador y moralista.
Vicky Tru es una mujer a la que hemos visto siempre detrás de un micrófono, detrás de unas gafas retro y con carcajadas sin medida, pero pocos conocen su realidad, que va más allá del rocanrol, la radio, la televisión y los clásicos inolvidables. Fue una niña normal de clase media antioqueña, una niña tranquila con pocas travesuras. En su adolescencia, gracias a un novio, conoció la música protesta, iba a muchos conciertos y seguía al Grupo Suramérica a donde fuera.
La universidad le abrió el mundo que su espíritu le gritaba con fuerza. Allí conoció el rock y como dijo su padre, Gabriel Trujillo, “la muchacha se puso necia”. En la Universidad Pontificia Bolivariana en Medellín, tuvo su primer acto de irreverencia público. Llegó a clase con la pijama de su papá, todo el mundo la miraba, ella se reía de eso y seguía caminando sin importar la burla. Ahí empezaron las pintas, la intención estética y visual de la famosa Supersónica.
Su papá sufrió mucho con las pintas y la actitud que tenía, porque era un hombre muy conservador y tranquilo. Imaginaba a su hija con cabello largo, maquillaje sobrio y actitud de una chica normal. Tardó un tiempo en aceptar que nunca sería así.
¿Supersónica? Sí, ese fue el alias que escogió para definir su vida, su trabajo, su afición a la música y para darle rumbo y sonido al resto de su existencia. Antes de todo, Vicky empezó a trabajar vestida de “garota” en un Rodizzio brasilero, y luego para suerte de todos nosotros en la radio, en Súper Estéreo punto nueve, allí todos los disc-jockeys tenían seudónimos, ella no se podía quedar atrás, así que se dejó llevar por la popularidad de la afamada y ahora olvidada serie Los Supersónicos, que además encajaba con el nombre de la emisora, y por otro lado, su juventud brotaba por la piel, lo que era necesario para ese pensamiento sónico. Más adelante, haría parte de Veracruz Estéreo y de la FM.
Para ella la música latinoamericana pasó, y llegó el rock, desde todas las latitudes. Bandas y artistas le gritaban al oído, la enloquecían de emoción, y ella hizo caso. En el rock, tuvo un gran aliado, Carlos Alberto Acosta, un pionero de la radio rock en Colombia, con él empezó a realizar un programa llamado Match Uno, “música a la velocidad del sonido”, y su afición se hizo vida y religión.
En esa y en todas las etapas, Billy Idol fue inspiración, un artista que definía esa, su personalidad juvenil y rebelde. Incluso, Vicky luchó por conocerlo y lo logró en Rock in Rio. Así como también recuerda con cariño entrevistas a Gustavo Cerati y Pablo Carbonell.
Su personalidad no solo se define por la música, también por el deporte, una de sus pasiones, desde senderismo, caminata, hasta bicicleta. Si de comida se trata, el ajiaco es otra de sus felicidades. A extremo, sigue siendo estricta con el cumplimiento y el orden, contrario a lo que dicen muchos que ni la conocen. Sus sueños de la vida siguen siendo musicales, además de viajar por Antioquia y Colombia haciendo deporte.
Las palabras para describir a esta mujer valiente se quedan cortas, así como el espacio para todas las canciones que tiene en su cabeza luego de 56 años. Lo más bello de todo, es que gracias a la música construyó una historia que habla de no tener miedo, de vivir la vida con las revoluciones que el ímpetu del corazón decida.