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La decadencia plácida. Youth, de Paolo Sorrentino

24 de abril de 2016
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¿Por qué una historia protagonizada por dos viejos amigos viejos, lleva por nombre justo lo que ellos no tienen: juventud? Desde el comienzo, con la palabra que escoge para titular su película, nos destapa sus cartas Paolo Sorrentino, el director italiano más reconocido globalmente en nuestros días, gracias a películas fascinantes y crueles como “L’amico di famiglia” o hipnóticamente bellas, como “La grande belleza”, ganadora del Óscar a película extranjera en 2014. Lo que quiere Sorrentino es proponernos una reflexión sobre la decadencia, sobre la falta de juventud y sus consecuencias, a través de los caminos paralelos de sus dos personajes protagónicos. Fred Ballinger (Michael Caine) es un director de orquesta y compositor, que ha abandonado su oficio, tal vez porque ya lo ha logrado todo. El otro, Mick Boyle (Harvey Keitel) también director, pero de cine, siente que su carrera no ha sido lo que quería y piensa que su próxima película será su testamento fílmico definitivo.

Ambos se encuentran en un spa de lujo en las montañas suizas y serán las conversaciones que comparten (y un poco también las que entablan con Lena, la hija de Fred, que es nuera de Mick) las que nos guíen a través de las ideas que quiere tocar Sorrentino, como tantos otros antes que él: ¿qué es lo que verdaderamente vale la pena? ¿Alcanzar la gloria pública o contar con el cariño de una familia? ¿Tener buenos recuerdos de un pasado fogoso e intenso, o intentar que los días sigan siendo una fiesta, a pesar de que el cuerpo se resista a hacerlo? No se puede negar que en ciertos momentos, uno siente que ve una película trascendental, profunda, como cuando Mike suelta frases contundentes acerca del arte que aplican para la vida: “Dices que las emociones están sobrevaloradas. Pero eso es mierda. Las emociones son todo lo que tenemos”. Pero en otros, el regodeo de Sorrentino con la imagen (a lo mejor por la belleza sobrecogedora de su escenario principal) es tal, que pasada la escena (como las de los espectáculos nocturnos del spa) sólo sentimos un vacío insatisfactorio.

Sin embargo, la misma levedad en el tratamiento de sus temas que la perjudica a la hora de pensar en “Juventud” como en un drama poderoso, es también la que la hace tan agradable de ver, como una de esas conversaciones donde se habla de todo y no se concluye nada. Ahí están, para el recuerdo, todas las mujeres de una vida, hablando desde la falda de una montaña; el Maradona obeso y cansado, que se levanta de su propio letargo por las ganas de hacer malabares con una pelota; el joven actor que se entrega a su personaje sin importar lo que pase. Sorrentino consigue que al terminar la película nos quede una sensación de melancolía, fruto de una visión de la vida en la que constantemente nos recuerdan que el plan nunca sale como creíamos, y que a pesar de todo, esos breves contactos con lo hermoso, como una Miss Universo que se baña desnuda, con la música que inspira, serán lo que nos alegre el largo descenso de la vejez.

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