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El lenguaje universal. “La forma del agua” de Guillermo del Toro

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20 de enero de 2018
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Alguien silba bajo el agua. Escuchamos el silbido casi escondido entre una música que imita el movimiento sinuoso del océano, en la primera secuencia, la versión más poética de un sueño húmedo, con la que comienza La forma del agua, de Guillermo del Toro.

¿Por qué un silbido? Tal vez porque el personaje principal de esta historia, la simpática Elisa, no habla. En realidad esta característica no es un problema para ella, pues cuenta con buenos amigos: Giles, el artista que vive en el apartamento del frente, intentando ocultar su condición sexual tanto como su calvicie, y Zelda, su compañera en las labores de limpieza del laboratorio gubernamental en el que hacen el turno de la noche, que literalmente habla por las dos.

Su rutina se verá alterada por la llegada de dos seres: el primero, una criatura anfibia, hermosa, azul y temible, capturada en alguna selva suramericana por el segundo, Strickland, un agente de seguridad incapaz de ver en el hombre anfibio a un sujeto digno de poseer derechos.

Mientras el uno aprenderá a comunicarse con Elisa, para conocerla mejor, el otro se obsesionará con ella, precisamente porque no está interesado en escuchar ninguna voz que no sea la de sus deseos.

Vanessa Taylor y Guillermo del Toro escriben un guion que con la simpleza aparente de los cuentos de hadas, nos recuerda que más allá de cómo nos vemos o de la nación donde nacimos (que un espía ruso sea un personaje bueno hoy en Estados Unidos es casi subversivo), nuestra humanidad es justamente, aquello que tenemos en común: la necesidad de afecto, la capacidad de entender lo que siente el otro, las ganas de soñar una vida mejor.

Con esta intención, durante toda la película presenciamos problemas causados por las palabras: las palabras protocolarias para dirigirse a una autoridad, las palabras artificiosamente positivas de los libros de autoayuda, los eufemismos que revelan el racismo y la homofobia, las palabras no dichas de un marido.... Al mismo tiempo, el bando de “los buenos” utiliza varios lenguajes universales: el de las caricias del amor, el de los pasos de baile compartidos, el de las miradas de advertencia.

La misma banda sonora de La forma del agua usa canciones en distintos idiomas, sin importarle si entendemos la letra, porque lo importante en ellas es el sentimiento que transmite su música.

Esa sutileza expresiva sólo es posible con un extraordinario reparto, que se luce en sus distintas encarnaciones, (lo de Sally Hawkins es monumental), y que gracias a su convicción y a una dirección de arte y un diseño de producción detallado y cuidadoso, nos transporta a un mundo a medio camino entre la realidad y la fantasía, completamente creíble y verosímil.

En la última secuencia escuchamos la voz de Richard Jenkins recitando unos versos. Algunos dirán que la poesía no se salva de las barreras idiomáticas. Es cierto, salvo que el poema venga en el idioma que habla con lujo de detalles Guillermo del Toro. El idioma universal y eterno del buen cine.

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