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EL DELICADO SONIDO DEL TRUENO “Monster”, de Hirokazu Kore-eda

24 de marzo de 2024
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La intensidad de la tormenta en nuestra memoria dependerá siempre del lugar donde la hayamos vivido. Una cosa es estar en el ojo del huracán, con la necesidad imperiosa de guarecernos de la tragedia, y otra muy distinta ver los rayos cayendo a lo lejos, convertidos apenas en un punteo de Dios sobre el teclado.

Una idea parecida se transmite a través de la trama de “Monster”, la película más reciente del director japonés Hirokazu Kore-eda, selección oficial del Festival de Cannes del año pasado y ganadora allí justamente del premio al mejor guion, pues su escritura es tan sutil como las melodías al piano del compositor Ryuichi Sakamoto con las que está construida la banda sonora. Desde tres puntos distintos veremos el incendio con el que comienza la película. Son las tres perspectivas de los mismos hechos, que el guionista Yûji Sakamoto nos presentará. No cruzándolas, sino viéndolas una después de la otra, pues el mecanismo narrativo está construido así para que nuestra opinión sobre hechos y personajes, formada durante los primeros 40 minutos, obligatoriamente cambie cuando veamos las cosas desde otro lugar y momento.

Este artilugio es más que un juego de escritura. Kore-eda desea que dejemos de ir por la vida entendiendo el mundo a partir de una sola versión. Por eso pasamos de creer que Minato, el hijo de Saori, es una víctima del bullying en su escuela, a pensar que es él el abusador, para terminar descubriendo que lo que pasa es todavía más complejo. Porque los niños son mucho más interesantes que esas versiones monocordes que nos presenta la mayoría del cine comercial. Ser un niño en este mundo es muy difícil, siempre lo ha sido, pero puede que las presiones de grupo por ser popular o por ser aceptados, la necesidad de afecto y las redes sociales, estén creando en la actualidad unas dificultades tan grandes (¿cómo le pueden contar a sus papás algo si saben de entrada que los van a juzgar desde el pedestal de la adultez?) en la infancia, que sencillamente los niños no saben cómo lidiar con ellas. El monstruo del título, aunque queda explicado en alguna escena como una expresión usada en un juego de niños, en realidad es lo que cada espectador quiera. Puede ser la madre que responde con vaguedades las preguntas complejas, o el padre que golpea a su hijo porque no es tan macho como él, cualquiera que escojamos, porque el monstruo también a veces somos nosotros, cuando esparcimos un rumor o preferimos quedarnos al margen en una disputa en la que podríamos ayudar.

Kore-eda, que ya ha demostrado su pulso para narrar a los niños y sus mundos, y que no se corta a la hora de tocar temas difíciles como el temprano despertar sexual, nos permite adentrarnos en un momento de la vida donde un juego es trascendental o donde la alegría despreocupada es un mecanismo de defensa. Y con su final también nos invita a que decidamos nosotros qué pasa con el monstruo. A que escojamos las consecuencias de ese trueno al que sólo le tememos cuando es rayo y cae cerca.

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