La memoria, que es sabia, lo es por ser olvidadiza. Si nos acordáramos de todo, como le pasaba a aquel Funes del cuento de Borges, tendríamos demasiado presente esa intensa época de la vida que llamamos adolescencia, cuando nuestro sistema nervioso pareciera compensar el no sentir el dolor por el estirón y los cambios corporales, con una sensibilidad extrema, estimulada por las hormonas, que hace que cualquier tristeza sea
inenarrable, y cualquier pequeña alegría, un éxtasis. Para reemplazar a la memoria está el cine, y por eso disfrutamos con las películas que visitan aquella época, pues nos permiten volver a sentir con esa intensidad, dándonos la seguridad de que dos horas después estaremos de nuevo en la adultez. “Efectos colaterales del amor”, de Richard Tanne, estrenada esta semana en Prime Video, no pretende cambiar las historias de adolescentes, ni decir nada nuevo al respecto. Sin embargo, la convicción con que los actores encarnan a los personajes principales y cierta perspicacia en los diálogos y en el planteamiento de las situaciones (no le pidan realismo total tampoco) la hace digna de ver y bastante disfrutable para ciertos días de estas semanas eternas, en que la abulia es un mal refugio.
Porque si necesitamos una inyección de endorfinas ahí tenemos a Henry Page (Krystal Sutherland, la autora de la novela en que se basa, tendría que haber pensado mejor el apellido de un muchacho que quiere ser editor del periódico escolar), que no es particularmente brillante para nada distinto a escribir y que ha llegado al borde de la adultez invicto de heridas emocionales. Aparecerá entonces Grace Town, con su bastón y sus ojos tristes y su antipatía de mentiras, para voltearle la vida presentándole los 100 sonetos de amor de Pablo Neruda. Henry hará lo que nunca ha hecho, porque nunca había sentido de esa forma, y nosotros lo acompañaremos en su objetivo, porque Lili Reinhart le da a su personaje, justamente, la gracia que necesita para recordarnos todos los amores que han trastornado a los jóvenes desde que el mundo es mundo, y les hacen
escribir chats interminables, llenos de emoticones, a los muchachos de estos días.
Es importante dejar claro en este texto que “Chemical hearts” (su título original) no es una película familiar. La memoria también nos hace olvidar que en aquellos días ya no éramos inocentes (y aún menos inocentes son los adolescentes de ahora) y que las drogas, el sexo y la orientación sexual o la conciencia de la muerte, son temas con los que lidian los jóvenes al mismo tiempo que realizan las tareas escolares. Y sin embargo, el tono de la película es lo bastante optimista como para permitir una conversación intergeneracional en las familias confinadas, que tienen el difícil deber de verse a las caras a toda hora.
Podremos hablar entonces de nuestros propios amores difíciles, de aquella noche que nos emborrachamos y del corazón roto por unas semanas, que aprendimos a reparar sin ayuda. Y recordaremos entonces, por qué olvidamos lo que olvidamos.