Pico y Placa Medellín
viernes
0 y 6
0 y 6
Por Samuel Castro
Siendo el cine uno de los mejores escenarios que hemos inventado para explorar el mundo y para reflexionar sobre todo lo que en esta vida importa (artes, les decimos), es natural que la comida haya hecho presencia en él desde sus inicios, ya sea en escenas memorables (como aquella del vagabundo de Chaplin poniendo a bailar dos pedazos de pan en “La quimera del oro”) o en películas donde la comida es parte central de la historia, como “El festín de Babette”, de Gabriel Axel. Y sin embargo es imposible desconocer que en los últimos años, un poco por el mayor reconocimiento de los cocineros y otro por la consolidación de programas como “Chef´s table” donde a las imágenes de ingredientes y preparaciones se les exprime toda su belleza, se ha desarrollado un subgénero cinematográfico extraño que es el cine de restaurantes y chefs.
“Hambre”, de Sitisiri Mongkolsiri, estrenada en Netflix la semana pasada, tiene varios de los elementos que hoy son reconocibles en el subgénero. Un chef extraordinario y carismático, Paul, que se lleva todos los aplausos; un equipo de trabajo que intenta estar a la altura de su exigencia; una fotografía capaz de impactarnos con planos detalle de recetas que terminarán viéndose como pequeñas obras de arte o que le saca partido dramático al brillo de los cuchillos y los utensilios. A esos ingredientes se les agrega un condimento particular: la aparición de una candidata a ocupar un puesto en la cocina, Aoy, salida de la entraña misma de la sociedad tailandesa: un restaurante de fideos caseros y recetas humildes preparadas al wok. Por un momento la dinámica entre los dos personajes se convierte en una especie de Whiplash entre fogones con emociones demasiado subrayadas por la partitura poco sutil de Chaibovon Seelukwa, pero el guion de Kongdej Jaturanrasmee introduce nuevos matices y temas para que la película no parezca seguir una receta que nos sabemos de memoria.
Entre todos esos temas el más interesante es el de la terrible y descarada desigualdad social y económica de Tailandia, que notamos especialmente cuando los personajes principales cocinan para los más ricos. Ahí la cámara se regodea en la decadencia de los invitados para contrastarla con la sencillez de los ayudantes de cocina y con la pobreza de algunos comensales que veremos casi al final. Ese, que era el tema “distinto” de “Hambre”, que era la proteína de la propuesta, es dejado a un lado en favor de elementos más comunes al thriller como la competencia entre los cocineros o el drama personal y familiar de Aoy al ver lo que debe hacer para tener la misma popularidad del chef Paul.
Así como en la cocina se pueden hacer platos fantásticos con muchos ingredientes o manteniendo sencilla la receta, en el cine hay grandes películas exuberantes en sus elementos narrativos o simples y directas. Lo que deben mantener ambos, platillos y películas, es la coherencia entre los ingredientes. En “Hambre”, para nuestro infortunio, alguien decidió usar todo lo que había en la despensa y el resultado es una inevitable llenura.
samuel
castro
Miembro de la Online Film Critics Society
TW: @samuelescritor