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Por Samuel Castro
La pregunta es simple pero inquietante: ¿si un personaje que no llegó a importarnos desaparece de la trama de una historia, alguna vez realmente existió? Y es pertinente que la hagamos al analizar “Marlowe” (“Sombras de un crimen”) de Neil Jordan, porque entre las razones por las cuales la película no funciona tan bien como su reparto y su director hacían prever, una de las más importantes es justamente lo poco que consigue el guion que nos preocupe la suerte de varios de los personajes que nos presenta.
Tal vez el problema sea que Jordan y William Monahan, los guionistas, pensaron que esta película sólo iba a interesarles a los espectadores que sabían antes de entrar a la sala, quién era Philip Marlowe. Puede que esa idea funcionara con los compradores de “La rubia de ojos negros”, la novela en la que se basa la película, que John Banville bajo el seudónimo de Benjamin Black escribió utilizando como personaje central al mítico detective creado por Raymond Chandler, a pedido de los herederos del escritor estadounidense. Pero las películas no vienen con solapas explicativas (que serían hoy más que pertinentes para asistentes que escogen qué película van a ver frente a la taquilla) y si la última vez que Marlowe apareció en la pantalla grande fue en 1978 encarnado por Robert Mitchum, era necesario, si no imprescindible, que se molestaran en presentar al personaje a una audiencia que no tiene por qué recordar su sarcasmo permanente, su negra visión de la naturaleza humana y su búsqueda continua de la cita ingeniosa. Sólo para comparar con un proceso similar pero de mejores resultados, en HBO se tardaron una temporada completa en contarnos quién era y en qué creía Perry Mason, un personaje televisivo tan legendario como Marlowe, antes de convertirse en abogado de causas perdidas.
Al no preocuparse por el espectador novato y tratarnos a todos como si tuviéramos que saber de qué nos hablan, guionista y director fracasan en lo más elemental: conseguir que el público se involucre. Liam Neeson tiene el encanto suficiente para ponernos de su lado, pero ni la rubia que entra a su oficina para encargarle que busque a alguien que todos creen muerto (Diane Kruger bellamente desperdiciada), ni el tipo que es buscado por ella, ni el mafioso que aparecerá como si nada en una escena para desaparecer en la siguiente con idéntica intrascendencia, consiguen dotar de vida esta trama que va transcurriendo con cierto interés y con respetable cuidado de sus formas (sobre todo en iluminación, vestuario y diseño de producción) pero al mismo tiempo con la certeza de que ni siquiera nos esforzaremos por entender qué embrollos está solucionando el detective.
Cuando el final llega descubrimos con tristeza que no nos importó ninguna de las víctimas, que a algunas ni las recordamos, y que lo más interesante fueron un par de diálogos pronunciados por Neeson con el pesimismo de quien sabe que no pasará a la historia como el actor que resucitó con éxito a Philip Marlowe para una nueva generación cinéfila.