Hacer una buena secuela no es fácil. Incluso en Pixar, que lo hacen casi todo bien, han sido incapaces de hacer una segunda parte fuera del mundo de Toy Story que no sea mediocre. Hasta ahora.
Es paradójico que un pez cirujano que no puede recordar lo que acaba de pasar, sea también uno de los personajes más memorables que ha creado Pixar. Gracias a que nos encanta Dory y su manera de ver la vida (hay que tomar las cosas tal y como vienen, sin pensar en el pasado, sin parar de “nadar”), esta nueva película, que transcurre apenas unos meses más tarde de cuando terminaba Buscando a Nemo, se siente perfectamente lógica. Dory por fin tiene una familia junto a Nemo y Marlin, algo que no había conseguido nunca. Gracias a ese cambio su memoria lejana despierta, para acordarse en unos flashazos, de momentos de su infancia que logran que nuestra conexión emocional con la búsqueda de sus padres, la familia que perdió cuando era niña y que necesita volver a encontrar, vaya en aumento a lo largo de la película.
La historia está rodeada de todo a lo que nos ha acostumbrado Pixar. Un acuario que también es un santuario de conservación de fauna marina, lleno de escenarios que asombran por la perfección de los detalles, personajes secundarios maravillosos (que serían todavía mejores si algún exhibidor tuviera la cortesía de exhibir al menos una copia subtitulada) con sus propios problemas (la tiburón que es corta de vista, el pulpo gruñón al que le falta un tentáculo y que parece no querer compañía), secuencias de persecuciones que aceleran el pulso y desafíos para los personajes que se resuelven con ingenio. Puede que no haya momentos genuinos de comedia ingeniosa, como aquella sesión de tiburones anónimos que querían dejar su adicción a la sangre, pero sí hay los suficientes chistes puestos en el lugar correcto para que todos, adultos y niños, salgamos de la sala con una sonrisa.
Ahora bien, ¿por qué Buscando a Dory no es una secuela perfecta? Porque para serlo tendría que tener el mismo nivel de su predecesora y eso es imposible, pues la idea sobre la cual se construye la trama es mucho menos poderosa que la anterior. Buscando a Nemo además de una gran aventura era también un estudio acerca de las barreras que los padres que todo lo quieren controlar crean en sus hijos, y el inevitable riesgo que supone vivir. Buscando a Dory es una lección que ya nos ha contado Pixar varias veces: la solidaridad permite que podamos vencer obstáculos que jamás lograríamos superar solos. Aunque hay otra idea, algo que es el segundo corazón de la película y que puede ser más valioso: Dory, como muchas personas, está buscándose a sí misma. Cree que la clave para entender quién es está en su pasado, pero en realidad, como tantos adultos olvidan, lo que es, es lo que hace. Son sus decisiones las que la convierten en Dory, no sus recuerdos.
Aunque alguien más del público pueda encontrar otra lección al verla. ¿Quién sabe? Es lo que tienen las secuelas cuando son buenas.